domingo, 12 de enero de 2020


TRUFO

Atardecía. Regresaba a casa, de mi caminata campestre de dos horas, por la zona de la cantera abandonada de la Sierra de San Cristóbal. Al pasar junto a un pequeño bosquecillo de eucaliptus que hay junto a la Cañada del Hato de la Carne, al norte del Casino Bahía de Cádiz, escuché a un tipo que llama a un tal Trufo, así, con soniquete; Trufooo... Inmediatamente escuché otra voz, en este caso femenina, que también llamaba a Trufo; Trufooo… Trufooo… Como quien llama a un crio, o a un perro tonto lava.
Al instante, con un perro me topé, un galgo de color oscuro, que apareció de entre la maleza. Éste debe ser Trufo, pensé. No tenía contacto visual con sus dueños, pero estaban muy cerca, así que alcé la voz para decirles que había un perro de tono oscuro frente a mí. ¡Cógelo! Gritó la mujer, y yo presto, llamé al supuesto Trufo para que se acercara, y se acercó. Pero enseguida apareció la dueña y  dijo que ese no era Trufo, que era el galgo. En realidad no me lo decía a mí, se lo decía a su compañero, pues a mí, casi me ignoró. Sería la tensión, o sería de estas que aman a los animalitos y odian a los seres humanos. Sin darme las gracias, siguió llamando a Trufo, al igual que su compañero, que buscaba adentrándose en el bosquecillo; Trufooo… Trufooo…
Trufo, seguramente un perro agilipollado, desprovisto de sus instintos naturales, como la mayoría de los que se estilan hoy día. De otro modo no se llamaría Trufo. Iría suelto, como su colega el galgo, también con aspecto de atontao, y se despistaría como tantos. La típica pareja de mediana edad, que incorpora a dos o tres perros para conformar una “familia” y trata a los perros como sus bebés, como si fueran sus hijos… Con lo que me jode esa comparativa.
Mimos por aquí, mimos por allá, dependencia absoluta, los reyes de la casa, la sociedad infantilizada y esas cosas. Y como los perritos tienen derecho a retozar por el campo, los sueltan a su libre albedrío; ¡Corre Trufo! ¡Vuela como una mariposa por los prados de los Teletubbies¡
Pero resulta que el territorio les es ajeno y hostil, que los amos les han desprovisto de la brújula que sus ancestros tenían en el hocico, que los han vuelto asustadizos a base de tanta sobreprotección. Pam, pam, el estampido de la escopeta de un cazador, o el vuelo precipitado de una perdiz que sale súbitamente de un matorral. El ruido de la motosierra de uno que se aprovisionaba de madera ilegalmente, o la falta de olfato, en toda su extensión, que les incapacita para saber cuál es el camino de vuelta con sus papás humanos. Y Trufo se perdió. Trufooo… Trufooo…
Yo proseguí mi camino, pues ya está bien, que son demasiadas veces. Que cada palo aguante su vela, y más esos desagradecidos. Que yo no tengo perros ni gatos, a pesar de lo cual, me la he tenido que jugar alguna que otra vez para sacarlos de apuros, incluso arriesgando mi propia vida. Que manda huevos lo de la perra del canal. Aunque aquella, al menos conservaba el instinto y cumplió con su parte al encontrar el camino de vuelta a su casa. Y Harry, joder con Harry, haciendo autostop en medio de un cambio de rasante en vísperas de Nochebuena. Que no soy San Francisco, cojones.
Crucé la carretera del casino en la hora chunga, esa en la que los conductores no ven un carajo. Mal asunto para Trufo, como se le ocurriera tirar hacia donde no debía. Las cunetas están llenas de Trufos convertidos en mera piel y huesos quebrados. Pero la vida sigue y también mueren niños. Que hayas tenido suerte Trufo, y a tus dueños, que les jodan por desproveerte de tu instinto y por maleducados.

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