TRUFO
Atardecía. Regresaba a casa, de mi caminata campestre de dos
horas, por la zona de la cantera abandonada de la Sierra de San Cristóbal. Al
pasar junto a un pequeño bosquecillo de eucaliptus que hay junto a la Cañada
del Hato de la Carne, al norte del Casino Bahía de Cádiz, escuché a un tipo que
llama a un tal Trufo, así, con soniquete; Trufooo... Inmediatamente escuché
otra voz, en este caso femenina, que también llamaba a Trufo; Trufooo… Trufooo…
Como quien llama a un crio, o a un perro tonto lava.
Al instante, con un perro me topé, un galgo de color oscuro,
que apareció de entre la maleza. Éste debe ser Trufo, pensé. No tenía contacto
visual con sus dueños, pero estaban muy cerca, así que alcé la voz para
decirles que había un perro de tono oscuro frente a mí. ¡Cógelo! Gritó la
mujer, y yo presto, llamé al supuesto Trufo para que se acercara, y se acercó.
Pero enseguida apareció la dueña y dijo
que ese no era Trufo, que era el galgo. En realidad no me lo decía a mí, se lo
decía a su compañero, pues a mí, casi me ignoró. Sería la tensión, o sería de
estas que aman a los animalitos y odian a los seres humanos. Sin darme las
gracias, siguió llamando a Trufo, al igual que su compañero, que buscaba
adentrándose en el bosquecillo; Trufooo… Trufooo…
Trufo, seguramente un perro agilipollado, desprovisto de sus
instintos naturales, como la mayoría de los que se estilan hoy día. De otro modo
no se llamaría Trufo. Iría suelto, como su colega el galgo, también con aspecto
de atontao, y se despistaría como tantos. La típica pareja de mediana edad, que
incorpora a dos o tres perros para conformar una “familia” y trata a los perros
como sus bebés, como si fueran sus hijos… Con lo que me jode esa comparativa.
Mimos por aquí, mimos por allá, dependencia absoluta, los
reyes de la casa, la sociedad infantilizada y esas cosas. Y como los perritos
tienen derecho a retozar por el campo, los sueltan a su libre albedrío; ¡Corre
Trufo! ¡Vuela como una mariposa por los prados de los Teletubbies¡
Pero resulta que el territorio les es ajeno y hostil, que
los amos les han desprovisto de la brújula que sus ancestros tenían en el hocico,
que los han vuelto asustadizos a base de tanta sobreprotección. Pam, pam, el
estampido de la escopeta de un cazador, o el vuelo precipitado de una perdiz
que sale súbitamente de un matorral. El ruido de la motosierra de uno que se
aprovisionaba de madera ilegalmente, o la falta de olfato, en toda su
extensión, que les incapacita para saber cuál es el camino de vuelta con sus
papás humanos. Y Trufo se perdió. Trufooo… Trufooo…
Yo proseguí mi camino, pues ya está bien, que son demasiadas
veces. Que cada palo aguante su vela, y más esos desagradecidos. Que yo no
tengo perros ni gatos, a pesar de lo cual, me la he tenido que jugar alguna que
otra vez para sacarlos de apuros, incluso arriesgando mi propia vida. Que manda
huevos lo de la perra del canal. Aunque aquella, al menos conservaba el
instinto y cumplió con su parte al encontrar el camino de vuelta a su casa. Y
Harry, joder con Harry, haciendo autostop en medio de un cambio de rasante en
vísperas de Nochebuena. Que no soy San Francisco, cojones.
Crucé la carretera del casino en la hora chunga, esa en la
que los conductores no ven un carajo. Mal asunto para Trufo, como se le
ocurriera tirar hacia donde no debía. Las cunetas están llenas de Trufos
convertidos en mera piel y huesos quebrados. Pero la vida sigue y también mueren
niños. Que hayas tenido suerte Trufo, y a tus dueños, que les jodan por
desproveerte de tu instinto y por maleducados.
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