miércoles, 30 de junio de 2021

INCENTIVANDO A LA MUCHACHADA.

 Llegué harto de coles del currelo, y cometí el delito de encender la TV para ver el noticiario. Titular:

“Bélgica llevará DJs (pinchadiscos de toda la vida) para animar a los jóvenes a que vayan a vacunarse”

Y en las imágenes, un escenario con un mezclador de música de mierda para el pinchadiscos, con foquitos led de colorines y demás. Chúndala que chunda, chimpún chimpón, que no pare la fiesta de la vacunación.En el mismo sentido, en Grecia les pagarán por vacunarse a modo de incentivo. Y en esa línea, algunas iniciativas más en otros países. Miedo me dan las iniciativas que puedan surgir en España por parte de la peña que nos gobierna.Y es que, vacunarse es un sacrificio demasiado grande para la muchachada. Prueba de ello, las imágenes que sacaron de una jovenzuela belga diciendo ay, pero en flamenco, cuando le dieron el pinchacito. Pobrecita. Qué doló.

Veo bien que incentiven a la muchachada, qué diablos. Son tan sacrificados, sacrificadas y sacrificades, que hay que compensarles por su entrega y su compromiso con la sociedad.  Incluso vería bien que recibieran atención psicológica, antes y después de la inoculación de la vacuna. Que prolonguen la terapia unos meses, con revisión posterior cada año, no sea que sufran una recaída emocional por el trauma que provocan las vacunaciones. El síndrome SOGIDEN (Soy Gilipollas de Nacimiento) puede causar estragos si no se hace nada.

Pensándolo bien, que los vacunen con la que más duela. Y después, que les den herramientas para abrir cortafuegos en el monte en pleno verano, supervisados por una versión del sargento Hartman, pero de Algatocín. O eso, o nos vamos a la mierda sin remisión en dos décadas, tirando por largo.

martes, 29 de junio de 2021

VARAS DE MEDIR EL SUFRIMIENTO

 A mí, como a tantos de mi generación, un día me llegó una carta oficial. Venía a decir a groso modo; “Preséntese el día tal a la hora cual en la Comandancia de Marina en Cádiz. De no presentarse, prisión militar”.

Allá que fui por cojones, y a las pocas horas de recibir una cartilla a la que llamaban “la blanca”, me “secuestraron” unos tipos muy altos a los que llamaban  calimeros, y me metieron con otros cientos de secuestrados, en un tren con destino al hotel CEIM de Cartagena. Oye, y sin dar explicaciones a mi madre.

Me pelaron al cero, me dieron ropa de color verde, y a partir de aquel día, me pusieron a marcar el paso y a revolcarme por el lodo entre detonaciones, canciones absurdas y gritos en la oreja. Y luego a lavar la ropa, jope, y que quedara impoluta. Tras varios meses de secuestro en Cartagena, me cambiaron de “hotel” junto con alguno de mis “consecuestrados”, trasladándonos a las playas del sur. De veraneo, decían, aunque aún era invierno.

Allí nos llevaron de crucero en buques de guerra en los que, en las navegaciones con temporal, los vómitos y los excrementos flotaban en agua mezclada con orines. Nos mareaban durante tres o cuatro días por el Golfo de Cádiz, o por el Estrecho de Gibraltar, y después nos soltaban de mala manera en la ensenada de Zahara de los Atunes, a bordo de lanchas que casi nunca llegaban a la misma orilla. Con lo que jode mojarse entero en noviembre.

A partir de un lugar llamado cabeza de playa, nos llevaban de excursión al monte. Primero nos trasladaban muy lejos a bordo de camiones o cacharros que volaban, de los que nos hacían bajar en marcha. Siempre con prisas, siempre a gritos, susórdenes, y demás. Después nos hacían regresar al punto de partida a pie, pero dando muchos rodeos, y con muchos sobresaltos por el camino. La línea recta era una utopía.

Caminábamos siguiendo a un tipo con estrellas, día y noche, sin apenas comida, con lo justo de agua, sobrados de sueño, con lo puesto, durante días y días, y más días y más noches. Hedor a humanidad, olor a salitre, a aceite de armas y pólvora, a fogata y a romero. Y muchas ampollas en los pies.Y así, durante 18 meses, secuestrados sin chistar, sin llamar a los papás o a las mamás, sin que hubiera más pandemia que la llamada “todo por la patria”.

A pesar de aquello, salvo algunos pobres diablos con muy mala suerte, la mayoría salimos airosos. Incluso reforzados. Muchos, aprendimos sobre la vida a marchas forzadas, e incluso disfrutamos, a pesar de los muchos momentos adversos. Fueron precisamente los momentos adversos los que forjaron la camaradería entre los compañeros de bien, y el tamiz que separaba a los infames de condición.

No es que fuese una situación idílica. En realidad, era una putada colosal. Pero tuvimos la capacidad de darle la vuelta a la tortilla. Nos recompusimos, y logramos extraer agua, de lo que en principio era lodo. Muchos aún se reúnen para rememorar aquellos tiempos, aunque no es mi caso. Soy rarito para esas cosas. Prefiero dejar el pasado tal como está, guardado en una urna, que luego la gente cambia y llegan las decepciones.

 Y ahora veo en las noticias a la muchachada que se dice “secuestrada” en los hoteles de Mallorca. Decidieron aventurarse a la exposición del puto virus, solo por saciar sus ansias de diversión, y ahora no asumen los riesgos. Les dan de comer, que por malo que sea el rancho, será infinitamente mejor que la bazofia que nos daban a nosotros cuando tocaba comer. Tienen camas, que ya hubiéramos querido en tiempos en los que, con suerte, dormías en una litera, y digo con suerte, porque lo normal era dormir al raso en terreno duro y espinoso, o tirado entre petates y mamparos de un buque. Tienen Tv y tienen sus móviles para conectarse con papá y mamá, y con las putas redes sociales, para convertir en virales sus lloriqueos. Pobrecillos, illas, elles.

“Secuestrados” por 10 días, por el bien de la sociedad, que incluye a sus familias, y no por ese concepto abstracto e impreciso del “todo por la patria” por el que, en mi caso, me retuvieron durante 18 meses y un día. Encima hay que compadecer a la chiquillada, mientras sus papis y sus mamis sufren el atroz cautiverio de sus “pequeños” en un hotel. Tendrían que haberse planteado, puestos a tutelar, si era conveniente dejarles salir de viaje a un destino en el que se vendían todas las papeletas para contraer el puto virus, o quedar atrapados por el caos que trae aparejado. Si al menos fuesen capaces de asumir las consecuencias de sus actos…
Está claro que las varas para medir el sufrimiento varían con el paso del tiempo, lo que no tengo claro es si eso es bueno o es malo. Va a ser malo, me temo. Cada vez peor, sobre todo para ellos, ellas y elles.

 

 

 

jueves, 24 de junio de 2021

PUNTO VERDE, PUNTO ROJO.

 Esta mañana fui a un organismo público para realizar una gestión. Debido a las medidas de contención de la COVID, la entrada a las oficinas estaban reguladas por un guardia de seguridad, ante el que había que identificarse para comprobar que estaba inscrito en la cita previa.

Así procedí, y tras hacer la verificación, el guardia de seguridad me dijo - Échese gel y pase a un punto verde.

Al pronto me quedé pillado con lo del punto verde. Esperaba que me dijera pase a la mesa tal, o a la mesa cual, o que esperara en la sala para tal efecto. Pensé, a ver si me ha tomado por un deshecho y me manda a una sección de reciclaje. Será por la edad.

Para asegurarme, volví a preguntarle, y entonces matizó

– Pase y siéntese en una silla que tenga el punto verde.

Eso tenía lógica, pero resultaba tan obvio, que hubiera bastado que hubiera dicho que esperara mi turno sentado en una silla. Después caí en la cuenta.

Había dos personas en la sala de espera. Una sentada en la primera silla, marcada con un punto verde, y otra sentada justo al lado, obviamente marcada con un punto rojo. Si me hubiera sentado en la silla siguiente marcada en verde, no hubiera cumplido el objetivo de la norma de mantener la distancia de seguridad. Como tengo iniciativa elemental, al parecer una cualidad escasa en estos tiempos, procedí a sentarme en la silla marcada con punto verde de más allá, dejando dos sillas entre esas personas y yo.

Después pensé. Manda narices que a estas alturas haya que explicarle a la gente lo de mantener la separación, en este caso en una hilera de sillas perfectamente diferenciadas. Punto verde sí, punto rojo no.

También me planteé la labor del guardia de seguridad, ya que, siendo consciente de la anomalía que se estaba produciendo, no intervino. Aunque teniendo en cuenta lo “sensible” que se ha vuelto la gente cuando se les conmina a que cumplan con las normas, puedo entender que el guardia se hiciera el sueco, porque para lo que le pagan, y el respeto que tiene la gente a la autoridad, no merece la pena exponerse a follones.

Esto es, punto verde y punto rojo a elegir, y punto en boca por si las moscas, no sea que se revolucione la jauría, masacren al empleado, y encima acusen al “segurata” de abuso de autoridad.

martes, 1 de junio de 2021

SEGUNDA DOSIS

 A vueltas con la Pifia. Esta vez la sanitaria era un poco más alta. Abordó decidida mi hombro de hombre, y estocó en un plis plas sin causar el mínimo dolor. Si acaso con umbral equivalente al de un cólico nefrítico. Pecata minuta. Esta vez tampoco me senté. Sentarse es de blandengues.

En cuanto a las reacciones, en esta ocasión no me ha crecido el cuerno de rinoceronte en la frente, ni se me ha puesto el brazo izquierdo como el de Popeye. Eso sí, se me ha descolgado el cojón izquierdo. Considerando que el cojón derecho se me descolgó con la primera dosis, parece claro que es una reacción de mi sistema inmunológico de los cojones, al virus. Al menos ahora voy equilibrado.

Mis ojos han vuelto a ponerse como los de Marty Feldman, con la novedad de que estoy experimentando la capacidad de detectar gilipollas en un radio de 200 metros. No sé si considerarlo como un super poder, o una maldición. A ver si se me pasa.

Por lo demás, todo anormal. Si hubiera algo normal, empezaría a preocuparme seriamente. Os dejo, que me estoy meando por las orejas. Otro efecto secundario. Pero no temáis, vacunaros lo antes posible. Y recordad. Si sois altos y blandengues, y os va a pinchar alguien bajito, sentaos para que no os la metan doblada. La aguja, o lo que se tercie.