jueves, 16 de junio de 2016

PALABRAS SINCERAS PARA CLAPTON.

Quien te mandó Clapton, por qué te uniste a la dinámica de quienes aseguraban que la creatividad venía inspirada por una tal Cocaine y sus parientes Heroína, María, Etílico…  El caso es que entonces ya lo sabías, eras consciente de ello y nos transmitías el mensaje con aquella versión de una letra compuesta por JJ Cale que muchos tontos interpretaban en sentido contrario, quizá embriagados por la cadencia de los acordes…  “She don´t lie, she don´t lie, she don´t lie, Cocaine.”

El mensaje estaba claro en aquellos tiempos, entonces, cómo es posible que la gente se sorprenda todavía, que no encaje lo obvio, que no sepan o quieran sumar dos más dos, que no caigan en la sencilla cuenta de que las drogas no ayudan a crear, solo a destruir talentos como el tuyo a corto o a largo plazo. Cómo es posible, con todo lo que sabemos ya, que la gente no tome nota de esa realidad… Quizá sea porque se deslumbran con el esplendor que irradian los genios como tú, y por su falta de talento o de perspectivas, se agarran a la parte fácil, al “beneficio” cortoplacista que a la par los destruye. Tal vez piensen, si lo hace Clapton debe ser bueno, de ahí debe manar su inspiración, subidón, subidón. Pero esa gente se engaña así misma o se deja engañar por los demás, como debió pasarte a ti, no es Cocaine, pues como dice la letra…  “She don´t lie, she don´t lie, she don´t lie, Cocaine.”

La inspiración manaba de ti no de las drogas, manaba de Eric Clapton,  tú mismo los has corroborado cuando aprovechaste  esa prórroga milagrosa, esa escapada de los infiernos, esa segunda oportunidad que no tuvieron otros, oportunidad en la que prescindiste de la malnacida de Cocaine y de otras pestes, sin que por ello dejaras de deleitarnos con tu voz y tu Fender “Blackie”, tocando con los mejores con esa discreción, con ese respeto por los demás y esa tranquilidad que te caracteriza, mano lenta, precisa como un reloj suizo, que arranca notas rítmicas que hacen imposible que permanezcamos hieráticos.

Pero ahora qué hacemos Eric, no me jodas, cómo sobrellevamos eso de que siendo aún joven, estés enterrado en vida porque tu vida es la música y resulta que ya no puedes tocar ni en el porche de tu casa a causa de una neuropatía degenerativa, en tu caso debida a qué… Dos más dos cuatro, encaja lo obvio Clapton, ajusta las cuentas de la factura que te han pasado los malos hábitos y a ver qué te sale.  Al menos si sirviera de ejemplo, no solo tu talento también tu mal ejemplo y tu rectificación posterior. Maldita Cocaine, y mira que lo sabías… “She don´t lie, she don´t lie, she don´t lie, Cocaine.”

Con todo habré de perdonártelo, pues a fin de cuentas, aunque no me iba tu rollo psicodélico de los 70 en lo que a modus vivendi se refiere, me llega tu música y las historias que cuentas en tus letras, en las propias o en las que magistralmente versionabas, como esas verdades sobre Cocaine a las que muchos no atienden “…Si ya todo acabó y te quieres ir; cocaína… No olvides esto, no puedes regresar; cocaína… Ella no miente, ella no miente, ella no miente; cocaína.”
Tu música me acompañó en los mejores y en los peores momentos y me seguirá acompañando probablemente hasta el fin de mis días, y es de buena condición ser agradecido, pero también sincero. Quién te mandó Clapton, a ti y a tantos como tú que palmaron prematuramente de mala manera, y lo que es peor, de forma innecesaria, genios con talento innato para la música, pero a la vez cobardes o tal vez inconscientes, torpes o faltos de una personalidad consolidada que los llevó a dejarse arrastrar por las modas, las tendencias o la necesidad agradar para ser aceptado en el grupo.
Que te quiten lo bailao dirán algunos para justificar lo injustificable, pero qué quieres que te diga Eric, me apena la noticia, y más me apena que aun así muchos no se apliquen el cuento y sigan en sus trece tonteando con Cocaine y otras pestes… “She don´t lie, she don´t lie, she don´t lie, Cocaine.”

Solo me queda desearte buena suerte pese a los tiempos duros y darte las gracias por llenar mis huecos con tu buena música amigo Clapton, y ya que estás como estás, pedirte que traslades al mundo cual es el resultado de dos más dos, recalcar que ella no miente y sus parientes tampoco, que las secuelas son claras incluso de las drogas que parecen más livianas, y que no inspiran nada, al contrario, solo disipan el verdadero talento por mucho que quieran contarnos los que están presos de ellas y solo buscan justificaciones para no afrontar sus problemas, estadios que tienen meridianamente claros quienes estudian las adicciones. Además ya lo dice la letra… “She don´t lie, she don´t lie, she don´t lie, Cocaine.”… She don´t lie; all drougs.

JM Arroyo


lunes, 13 de junio de 2016

CUIDANDO LA ESTÉTICA URBANÍSTICA.

Estaba dando un paseo por la Punta de San Felipe y me fijé, como tantas veces desde mi infancia, en los dos cañones y en la hélice que adornan el dique de abrigo. Antes había dos hélices y cuatro cañones, pero ya solo quedan los que se ven en la fotografía. Desconozco el origen de esa hélice, y sobre los cañones, he leído que podrían datar del siglo XVIII o tal vez del XIX, remanentes del asedio que sufrió Cádiz en 1810, pues los franchutes salieron por patas dejando atrás toda su artillería.

Los de la foto son dos de los ciento y pico de cañones que se pueden ver distribuidos por los rincones del casco antiguo, de manera que Cádiz bien podría llamarse la ciudad de los cañones. Estos dos cumplen una función meramente decorativa, pero en la mayoría de los casos, tratándose de cañones de menor calibre, una vez retirados del servicio activo se emplearon para proteger las esquinas de las calles a modo de guardacantones, con la finalidad de mitigar los daños que provocaban los carros y carretas al doblarlas.

Esto aporta singularidad a la ciudad y forma parte del patrimonio histórico de Cádiz, ciudad milenaria como pocas, pero mucho me temo que los responsables de proteger ese patrimonio, en este caso las instituciones locales, no ponen todo el celo que debieran en mantenerlo lozano y vistoso. Sin que sirva de precedente, no es culpa exclusiva del Kichi, pues de lo que estoy hablando, a mi juicio, no se ha preocupado ninguna alcaldía como debiera, al margen del carácter vandálico de algunos paisanos, asunto que también tiene miga. Aunque el valor histórico de los cañones y la hélice no es comparable ni de lejos a los hallazgos fenicios o romanos, convenientemente preservados en los museos, la  autoridad competente trata el patrimonio expuesto en la urbe como si tuviéramos un cuadro de Goya colgado detrás de la puerta de un trastero, con el cubo de la basura debajo.

Para intentar explicar lo que quiero decir, me voy a basar en la fotografía que he tomado expresamente para exponer esto:

1)  La hélice no es de bronce, debe ser de acero, y de toda la vida la he visto pintada de negro, pero está claro que han pasado de repintarla desde hace mucho tiempo.
2)  Habiendo plazas de estacionamiento de sobra justo al lado, el sujeto de la moto no tuvo otro sitio donde estacionar que en la acera, al lado de la hélice y de los contenedores de basura.
3)  Está claro que la acera tampoco tiene que digamos mucho mantenimiento a juzgar por el brío con el que nacen los matojos.
4)  A alguien se ocurrió colocar los contenedores justo delante de la pieza de artillería, como si no hubiera otro lugar para ubicarlo.
5)  Sin duda premeditadamente, el lumbreras de turno que ordenó colocar la papelera dijo, ahí, justo entre los dos cañones queda divina.
6)  Mira que hay sitio y formas para colocar la caja de registro y el cableado para que no desentone con la pieza de artillería, o en su defecto, bien podían haber colocado la pieza en otro sitio.
7)  Ya que las piezas se pintaron de negro, al igual que sucede con la hélice, bien podrían darle una manita de pintura. No creo que arruine el presupuesto de un ayuntamiento, o en este caso el de la Autoridad Portuaria, pues el dique forma parte de su jurisdicción.




En definitiva, la estampa es deprimente. Esto mismo sucede por toda la ciudad, rincones con encanto o de interés histórico, que se echan a perder por culpa de un contenedor o de una papelera mal ubicada, y por otros detalles discordantes con la estética del lugar. Reparo en estas cosas especialmente cuando pretendo fotografiar uno de esos lugares… encuadras y compruebas que el dichoso contenedor, la maldita papelera, la caja de registro, la moto mal aparcada, o todo a la vez, arruinan lo que podría ser una imagen atractiva.

Si los del Ayuntamiento de Cádiz quisieran trabajar en asuntos que merezcan la pena, en vez de tener, por ejemplo, un gabinete de prensa sobredimensionado que solo sirve para que unos cuantos parásitos chupen del bote, podrían crear una especie de supervisor de estética urbanística, esto es, un tipo que se dedique a patear las calles para evitar despropósitos como el de la foto, y se ocupe de distribuir el mobiliario urbano integrándolo de manera que aquello que tenga valor intrínseco por su historia o por su atractivo paisajístico, reluzca sin interferencias.

Para bien o para mal, Cádiz depende en gran medida del turismo, y no es baladí que presente una imagen lustrosa y atractiva para quienes vienen a visitarla, y por qué no, que resulte atractiva para la propia ciudadanía, aunque la gaditana no se caracterice precisamente por respetar su propio patrimonio… y que no me tiren de la lengua mis paisanos que como tire de fotos, peto la red.

Siguiendo con el ejemplo, el supervisor de marras y su equipo evitarían que los contenedores de basura y las papeleras se colocaran de cualquier forma y en cualquier lugar, lo mismo que los carteles o determinadas señales de tráfico que cumplirían la misma función colocadas quizá de otra forma. Hablar de mantener la fisonomía del casco histórico evitando hacer construcciones que desentonen con la pauta general, tampoco estaría mal, y ya puestos, prescindir de “monumentos” de última generación tipo estructuras oxidadas o de acero inoxidable que no transmiten un carajo, abortos de pájaros metálicos y demás, sobre todo si se hacen como añadidos a elementos con historia propia, como la barbaridad que hicieron con el castillo de Matrera.


JM Arroyo.

domingo, 5 de junio de 2016

LA DICTADURA DE LAS BICICLETAS.

Si estuviésemos en cualquier país del norte de Europa, este debate no tendría razón de ser, porque los países norteños generalmente basan sus relaciones en el respeto de las normas por parte de todos… pero estamos en España.
Aquí se ha puesto de moda la bicicleta, lo cual está bien, ya iba siendo hora. Lo dice alguien que lleva toda la vida usando la bicicleta y que entre los años 70 y los 80 se marcaba rutas  de más de 500 km por carreteras nacionales y secundarias, con una BH de barra que pesaba un quintal, sin cambio de piñones y con la mochila a la espalda.
Ante el goteo incesante de accidentes mortales de ciclistas, provocados generalmente por los automovilistas, se lanzó por fin una intensa campaña de concienciación para que entre otras cosas, los conductores mantengan la distancia de seguridad en los adelantamientos, y se está promoviendo la implantación de  carriles bici, lo cual está  bien, siempre que se haga adecuadamente y no a trancas y barrancas como sucede en algunas localidades.
Llegó Decathlon con sus surtidos de bicicletas y sus accesorios para todas las economías, dicho sea de paso, a costa de la explotación laboral en otros países, y puso de moda más que nunca el ciclismo. Las asociaciones ciclistas españolas comenzaron a hacer fuerza por la causa, en principio noble, y empezaron a ganar batallas legales en pro de sus derechos. Pero ahora entra en juego esa parte tan propia de la idiosincrasia española, esa en la que exigimos para nosotros lo que no estamos dispuestos a otorgar a los demás. En España somos muy dados exigir nuestros derechos sin cumplir con nuestras obligaciones y eso es lo que está sucediendo con el asunto de los ciclistas, algunos de los cuales, salvo honrosas excepciones, exigen a golpe de pedal sin respetar los derechos de los que van a pie e incluso circulando en otros vehículos. Desgraciadamente son más que menos, es cuestión de ponerse en una esquina y contabilizar.
A esto se suma la incompetencia de las administraciones, como sucede con las alcaldías. En el caso de las que se denominan “progresistas”, como algunos gilipollas creen que montar en bici es de izquierdas, para ganar adeptos con acciones facilonas, buscan una “solución rápida” creando infraestructuras ineficientes por incompletas y mal planificadas. El caso es que algunos los aplauden encantados sin darse cuenta de que lo que han hecho es expulsar a unos para dar cabida a otros, generando un conflicto de intereses, en vez de crear una solución global que beneficie a todos por igual.
Esto da lugar a carriles bici como el de la foto que adjunto, delimitado con pintura en el acerado del Campo del Sur de Cádiz. Las tres cuartas partes de la acera están destinadas para la circulación de ciclistas, y un cuarto dividido en dos, que no da ni para el ancho de un carrito de bebé, ha de repartirse entre las farolas, las cornisas de las paradas de autobús, y los viandantes… Un reparto de locos.
Y así algunos ciclistas, crecidos por la conquista de sus derechos, se olvidan de los derechos más elementales de los demás, esto es… allá que voy con mi bici por el carril de marras, piticlín, piticlín, quítate de en medio anciano, mira por dónde vas. Y cuando me dé por circular por la calzada, pobre del conductor que no me sobrepase sin respetar el 1.5 m, que  voy filmando para denunciar a los infractores. Pero si paso con mi bicicleta a dos centímetros de la oreja de un crío, que se conciencie él y su madre, de que tienen que caminar por la franja de medio metro que se les ha asignado para caminar por la acera, piticlín, piticlín… Lo que no sabe el gilipollas de la bicicleta es que en uno de los extremos del puto carril hay un cartel, sin duda insuficiente, que indica que la prioridad es del peatón, y lo que tampoco sabe el muy cretino o la muy cretina, es que los pasos de peatones se cruzan caminando, no en bicicleta.
Cádiz tiene “carril bici” por todas partes, pero a los transeúntes que les den. Es más, donde no hay carril, les permiten circular por las aceras… Pero vamos a ver. ¿No se han ajustado las normas para que los coches no puedan adelantar a menos que puedan respetar el metro y medio de marras? Entonces para qué  tienen que circular los ciclistas por las aceras.
Luego está la otra derivada, los carriles bici que se habilitan en el extrarradio y que no utiliza ni dios, pues los “ciclistas expertos” que son los que se aventuran a las afueras de la ciudad, prefieren ir jodiendo el tráfico por la calzada, esto es, vamos en pelotón colegas que estamos en nuestro derecho y molamos mazo con nuestros maillots, para qué vamos a facilitar la circulación en hora punta colocándonos en fila india. Que le den al camionero del Mercabrevas, si se tiene que tirar conduciendo dos horas más por ir a 30 km/h.
Ahora eso sí, que no te falte de nada en el centro comercial, “ciclista experto”, que no te falten los repuestos para la bici no sea que no puedas ejercer tu derecho a montar en ella, o la bebida energética que te revienta el hígado, esa que te mata lentamente pero sin la cual parece que no puedes vivir. Quieres que prime tu derecho al deporte, frente al derecho al descanso de los que tienen que trabajar duro para que tú, “ciclista experto”, tengas de todo en los comercios. Lo que no te has planteado es que a lo peor resulta que te llevan por delante y acabas desangrándote en una cuneta, y que la ambulancia que tiene que recogerte, lo mismo tropieza con un atasco que han provocado cuatro como tú empeñados en ir en pelotón, esto es, doscientos camiones en caravana, en uno y otro sentido, y los de la ambulancia jugándose el tipo para recoger a tiempo a un insolidario como tú.
En cuanto a la ecología del ciclismo, esa es otra… A diario me encuentro por los carriles restos de bebidas energéticas, cámaras usadas, botes anti pinchazos, baterías de linternas y toda suerte de porquerías derivadas de la industria ciclista, de manera que el ciclismo es sano para el ciclista pero por la actitud de esta gentuza, acaba siendo insano para el medioambiente.  Y así vamos, jodiendo a golpe de pedal, de día y de noche, imponiendo nuestra dictadura, la de las dos ruedas a pedales, y ya está, aquí hay que mamar, español, español, español (Incluidas todas las comunidades autónomas)
Para finalizar, una advertencia para el del piticlín, piticlín del carril bici… como un día me roces con el manillar, te meto el timbre por donde no brilla el sol, y cada vez que tengas que ir a tirar lastre al WC, te vas a enterar de lo que jode el piticlín, piticlín, nunca mejor dicho.

JM Arroyo







miércoles, 1 de junio de 2016

UNA SESIÓN FOTOGRÁFICA DE MUERTE CON CHARLIE.


Fue un domingo de mayo por la tarde. Decidí echar un rato haciendo fotografías en un antiguo polvorín del ejército de tierra que está desafectado y a la espera de un futuro aún incierto. El polvorín, ubicado en la Sierra de San Cristóbal (El Puerto de Santa María) está compuesto por una red de túneles excavados en la tierra, una especie de madrigueras a lo bestia que se están desmoronando debido a la erosión, por lo que caminar por determinadas zonas resulta peligroso, sobre todo para quienes no conozcan el terreno y la existencia de esas bóvedas en estado tan precario. Por esta razón, un guardia de seguridad dotado de una moto todo terreno y de un pastor alemán, custodia el recinto cuyo vallado está destruido casi en su totalidad, por lo que aquello es un coladero y ha sido objeto del vandalismo. Aunque resulte sorprendente, aún se encuentran por el suelo vainas percutidas del  calibre 7.62x51 de los que usaba el fusil CETME, y restos de las fundas de plástico de cohetes anti-carro C90 CR–RB (M3) Instalaza, además de las trazas de alambradas de espino que antaño protegían las zonas más sensibles cuando estaba operativo. Puede que haya incluso restos arqueológicos, porque  la zona está muy cerca del yacimiento de Doña Blanca.
Foto de los respiraderos del polvorín. Toda esa zona está hueca, lo que convierte en peligroso el tránsito.

Me llevé conmigo a Charlie, la calavera de pega que decora una de mis estanterías, porque quería hacerle una sesión fotográfica “de muerte” en una de las piscinas abandonadas del recinto, parcialmente inundadas en esta época debido al agua de lluvia.Para entrar al antiguo polvorín hay que darle las vueltas al guardia de seguridad, algo nada complicado porque aquello está inserto en un bosque de pinos y matorrales, con elevaciones y depresiones en donde es fácil emboscarse en tanto el perro no detecte al intruso y se ponga  a ladrar. Salvo en ese caso, el guardia no suele  hacer la ronda a pie porque la zona es demasiado extensa, la hace con la moto, lo cual delata su presencia y lo limita a circular por determinados carriles. Normalmente no se ve a nadie por allí desde que perdió el interés para los vándalos que robaron y destrozaron a mansalva, pero en esta ocasión, justo de tras mía, entraron tres tipos equipados cámaras de fotografía, trípodes, mochilas mega guais con toda suerte de accesorios, y como no me gustan las injerencias, les di el esquinazo  los seguí  distancia sin dejarme ver. Tampoco era plan que me viesen metido en faena con Charlie y me confundiesen con el coleccionista de huesos.
Tardó poco el guardia de seguridad en detectarlos, pues iban vestidos con ropa chillona, hablando en voz alta y formando ruido al pisar la maleza y los escombros de las edificaciones abandonadas, porque andaban como los patos. El guarda los largó de allí, así que de nada les sirvió tanta artillería. Yo en cambio seguí a lo mío pues no detectaron mi presencia por discreto, tanto en el aspecto como en las formas, pues a quien se le ocurre ir de furtivo con colores chillones y de palique… Hay que tener mucha mili que se dice, y más campo.
Al cabo de poco, tras dar un rodeo con vistas a evitar al guardia de seguridad y a su imponente pastor alemán, llegué a la piscina que está junto a otras dependencias del antiguo acuartelamiento, y me introduje en ella por la parte que estaba seca. En ese instante algo pegó un salto y se ocultó entre unas maderas que estaban en la esquina opuesta. Pensé que se trataba de una rata, pero descubrí que era una cría de liebre que debió caer dentro de la piscina, lo cual suponía su sentencia de muerte, pues allí no tenía apenas qué comer salvo unos ramajes que afloraban en la parte húmeda de la piscina.

La cría de liebre "escondida" entre las piedras y las maderas que había en la piscina.

Le hice una foto y a continuación intenté atraparla con la intención de sacarla de allí con cuidado de no dañara, pero se escurrió entre mis manos y para mi sorpresa, se introdujo en el agua nadando hasta la zona más profunda. No sabía que las liebres nadasen tan bien. Hace poco libré de una muerte segura a una perra que cayó en un canal de riego, operación de rescate que me obligó a tirarme al agua sucia y helada, pero en esta ocasión no estaba por la labor de meterme en las aguas putrefactas de esa piscina por una cría de liebre, así que recurrí a la astucia, ya que la situación no era tan crítica como la de aquella perra que tuvo un final feliz.Pensé que si me apartaba a un extremo de la piscina, la liebre acabaría regresando a la parte seca, y que estaría más fatigada y por tanto menos ágil, lo que facilitaría su captura. Y así sucedió. Regresó a la orilla, intentó ocultarse entre los ramajes, pero pude atraparla sin que apenas opusiera resistencia. Acto seguido la liberé fuera de la piscina y siguió su camino a saber dónde. Sin proponérmelo, me paso la vida rescatando animales en apuros que se cruzan en mi camino, van tres en lo que va de año, y siempre me quedo con la duda de si estoy haciendo lo correcto por eso de interferir en la selección natural. No hace mucho fue una cría de gorrión que no tuvo un final feliz. Debió caer de un nido y mi error fue intentar recuperarlo en casa, pero cascó al cabo del rato mientras le intentaba dar de comer, así que para quien se vea en esas, lo mejor es dejarlo cerca del lugar donde cayó y que la naturaleza provea.
Después del “rescate”, Charlie y yo nos pusimos a lo nuestro. Con ayuda de un palo metido en una de sus cuencas, lo introduje en el agua que estaba llena de maderos flotando, de musgo y cosas desagradables que venían al pelo para lo que pretendía, hacer una “sesión de muerte” en un ambiente lúgubre, y me dediqué a disparar no sin problemas. La pobre Canon 50D, que ha soportado lo indecible, está sacando a relucir sus achaques, entre otros, el del botón de disparo a veces falla y tengo que resucitarlo con unas gotas de propanol, todo un descubrimiento para limpiar componentes electrónicos porque no deja residuos.

 Charlie sumergido en la piscina

Charlie fue un regalo que me hizo mi primo Roger hace lo menos 40 años, él seguro que ni lo recuerda. Me lo traje de Francia y desde entonces ha formado parte de mi casa allá donde la tuviera, siendo testigo mudo de las tres cuartas partes de lo que llevo vivido… si Charlie hablara. También ha sido protagonista de sesiones de fotografía realizadas por mi hija Gloria, así que Charlie es toda una institución. Cuando casque, quiero que coloquen mi cráneo junto al de Charlie para darle conversación, y que ambos pasen a manos de Gloria que estará encantada… cosas de la complicidad entre padre e hija.
Después de la piscina, realicé algunas fotos en unas dependencias abandonadas del acuartelamiento y eché un vistazo a las cámaras excavadas en tierra, la mayoría selladas para impedir el acceso debido al riesgo de derrumbe. El lugar bien merece un reportaje, más que fotográfico, de filmación, para poder tener una visión de conjunto. Podría ser interesante hacerlo antes de que acabe por desaparecer sin pena ni gloria, como suelen acabar las cosas en este país tan poco dado a conservar.
Finalizada la sesión fotográfica, Charlie y yo emprendimos el regreso  con menos cuidado que al entrar, pues la misión ya estaba cumplida y poco me importaba que me pillara el guardia, además seguro que tendríamos una buena conversación y el pastor alemán acabaría siendo mi colega, pues me llevo bastante bien con los perros. Pasé cerca de la caseta donde estaban ubicada junto a una torre de comunicaciones, y cuando me situé del lado de donde venía el viento, el perro debió detectarme pese a que no tenía visión directa, y se puso a ladrar, aunque eso no deja de ser una suposición, pues lo mismo ladraba por otra cosa. El caso es que mediaban ya más de 50 metros y yo caminaba entre setos y árboles a un par de minutos de la salida, así que era improbable que me alcanzaran a menos que el guardia soltara al perro.
Charlie en los restos de una chimenea.


Y así discurrió esa sesión fotográfica de muerte y por otra parte, de vida, pues sacamos del atolladero a la cría de liebre, a saber para qué, pues lo mismo después acabó entre las garras de una lechuza o se la zampó el pastor alemán del guardia de seguridad… qué puta es la vida ¿Verdad Charlie? Cómo sonríe el hijoputa.



Una garita, y al fondo la torre de comunicaciones junto a la que está la casa del guardia de seguridad.


JM Arroyo