lunes, 17 de noviembre de 2014


Palabras presas
Las palabras de aquel buen hombre quedaron confinadas entre cuatro paredes mugrientas, las cuatro paredes de un cuartucho apenas iluminado por la tenue luz de una bombilla de cuarenta vatios, luz que en ocasiones parpadeaba coincidiendo con el sonido de unos desgarradores gritos que provenían del final de un oscuro pasillo.
Las palabras de aquel buen hombre quedaron confinadas para después ser transformadas en gritos aterradores, todo porque una mañana tuvo la osadía de pronunciar en voz alta la palabra libertad.
JM Arroyo

miércoles, 5 de noviembre de 2014


UNA DE CAMPITOS, HUERTECITOS Y GALLINITAS.

Muchas veces he  leído u oído decir a urbanitas desencantados y  desencantadas con su estilo de vida, que les gustaría hacerse con una casita en el campo y dedicarse a cultivar un huerto,  cuidar gallinas y  ordeñar vaquitas , tolón tolón, dejando a  un lado la vida que llevan, como si eso fuera tan simple. Lo más curioso es quienes suelen decir eso, tienen un puesto de trabajo - del que sin duda no disfrutan  - pero que les permite tener acceso a una vivienda con su agua corriente y su electricidad, y se surten de todo y más en los centros comerciales.

 Además hacen vida social cada fin de semana, tomándose sus copitas y toda la pesca, y de vez en cuando, se visten de Decatlhon y se marcan una rutita por el campo, de estas balizadas para no perderse. Será eso, el paseíto campestre, lo que supongo les hará pensar en lo idílico que debe ser, según ellos y ellas, aquello de la casita de campo, cultivar lechugas, obtener huevos frescos de las gallinas y leche pura de vaca,  de cabra, y puestos a tener, por qué no, algún cerdito.

Esto me recuerda a la historia del argentino que emigró a Canadá, que al principio estaba encantado con ver nevar, pero que al final acabó tan hasta los cojones de la nieve y de todo lo que implica, que optó por regresar a su tierra, a pesar de la humedad, el calor y los mosquitos.

Lo del campito quizá empezara de manera parecida… “Qué bonito es ver amanecer en el campito, escuchar el trinar de los pajaritos y disfrutar del revoloteo de las gallinas, encantadas de entregarme sus huevos frescos… Esto es lo más lindo que he visto en mi vida.”

Pero al cabo, no digo de las semanas, sino de los días, acabarían cayendo en la cuenta de un modo traumático, de lo que supone la vida en el campo. Quizá levantarse a las cuatro de la madrugada para  empezar ordeñando las vacas, surtirlas de pienso, y limpiar los excrementos y las meadas, con ese pestazo a mierda que cauteriza las fosas nasales. Tres cuartos de lo mismo con las gallinas…y de lechugas nada, porque la granizada que cayó a media noche  las ha dejado hechas un colador. De ver amanecer, tampoco, porque se ha entablado un temporal del carajo y el sol lleva días sin salir, acojonado con la que se ha montado procedente de las Azores.

Y ahora que ha escampado,  ponte a abonar, y a bregar con la plaga del gusano cogollero que se está zampando las mazorcas de maíz, con lo que  costó que agarrasen. Además, hay que reparar el techo del cobertizo donde guardas el pienso, la leña y la mula mecánica, que por cierto te recuerda que hay que ir a por gasoil porque tiene el tanque seco. Pero resulta que el camino está embarrado a más no poder y cualquiera sale con el Dacia de mierda que compraste, porque para el Land Rover no te llegaba. Como no había bastante, ahora la cabra, la puta de la cabra, la madre que la parió, que se ha pillado la coccidiosis y el veterinario no da a bastos… putos protozoarios.

Y que te dan las nueve de la noche y no hay manera de sacar agua del pozo porque se ha ido la luz, una de tantas veces, y en uno de esos putos picos de tensión, se ha quemado el motor. De llamar al técnico olvídate que es sábado.  Prepara la cena, que ya vas tarde, y prepárala a la luz de las velas, que para el folleteo estarán la mar de bien, pero lo que es para cocinar, como que no. Para colmo de males acabas de tropezar con una gallina que se ha escapado del gallinero y te has dado de bruces con el perol… el pucherete al carajo.

Ahora toca lavarse con palangana, que seguimos sin agua y lo que queda. La que cae,  lo hace  fuera de nuevo, jodiendo el resto de la plantación. Te vas al catre apestando a abono, pero te la suda porque estás molido o molida. Son las doce de la noche y dentro de cuatro horas te tienes que levantar. Y mañana domingo, pero eso será en Móstoles, porque lo que es aquí, como si no existieran. Ni domingos, ni vida social, ni leches, te ha quedado faena por hacer, que se te acumulará para mañana.

Qué pasa ahora, por qué ladran los perros. A levantarse tocan y a coger la del 12 con posta lobera, que no es la primera vez que te roban y aquí, en el puto campito, no hay seguratas, ni policías, y los civiles no abarca tanto. Falsa alarma, son los jodidos topos que cada día se acercan más a las cuatro zanahorias que has plantado y que te han costado más que lo que valen en la frutería.

Los muertos del campito, quien te mandaría  meterte entre frutales, con lo bien que estabas en la urbe, con tu trabajo de mierda, con tu rutina de mierda y con tu vida social de mierda.

Y es que resulta que la vida fácil no existe, salvo para aquellos que se aprovechan del esfuerzo que realizan los demás, y que si la vida en una ciudad tiene sus condicionantes, la vida en el campo tiene muchos más, y lo más probable es que cualquier  urbanita de tres al cuarto no esté a la altura de las circunstancias.  Deja a un yorkshire solo durante una noche, no ya en la selva, sino en un parque público, y cuéntame lo que pasó. Así que menos lobos Caperucito o Caperucita, quédate en tu casita y deja el campo para la gente curtida, que te irá mejor comprando las zanahorias en el Mercapollas más cercano.

En la foto, un labriego revisando el riego al atardecer, empapado y desde las cuatro de la mañana en planta.