LA CULPA ES DEL FERROCARRIL.
Se lo escuché decir a alguien en
la radio; “Tenía toda la vida por delante y ahora la tengo por detrás”.
La cuestión es saber en qué
momento realizamos el adelantamiento, o quizá, por qué lo realizamos, si fue por
correr demasiado para alcanzar una meta, o porque nos empujaron las circunstancias.
Es lo que tiene la acotación, esa manía que tenemos los humanos de mensurar, de
controlar los tiempos, de marcarnos plazos.
La culpa empezó siendo del
ferrocarril y del desarrollo comercial que dio lugar a los husos horarios. El
asunto se fastidió del todo cuando llegaron la globalización y las nuevas
tecnologías, y partir de ahí, entramos en caída libre. Vivimos a golpe de
tweet, pegados a la pantalla del celular, registrando al minuto cada uno de
nuestros pasos, mientras que con el rabillo del ojo controlamos los pasos de
los demás para no ser menos, para ser más guapos, para tener más, para viajar
más que nadie, para ser más listos… o eso creemos.
Y claro, un día miramos la hora,
después la fecha, y a continuación, echamos un vistazo a los eventos
registrados en nuestro perfil en la red social de marras, en el que detallamos
con pelos y señales, nuestro estilo de vida desenfrenado y aferrados a la idea
de la eterna juventud. Y entonces se nos caen los palos del sombrajo, arrasados
por el alud de la cruda realidad del paso del tiempo.
Madrequepariós, hemos dejado la
vida atrás, ya no hay objetivos que marcarse para ser más guapos, o más “listos”,
para alcanzar esto o aquello, no hay parné para viajar, ni empaque para
conquistar… Y así, muchos acaban sumidos en la depresión porque se sienten
enterrados en vida al no poder seguir manteniendo el ritmo delirante que se
marcaron.
La culpa es del ferrocarril, pero
el asunto tiene solución. Podemos bajarnos en la siguiente estación, y a partir
de ahí continuar a pie, que no corriendo, al ritmo que marcan el orto, el zenit
y el ocaso, al ritmo que marcan las constelaciones durante la noche o las auroras boreales. Entonces mantendremos
una cadencia acompasada con el tiempo universal, una cadencia armónica como el
de las mareas, y cuando dejemos la vida atrás, sencillamente será porque habrá
expirado nuestro ciclo vital, y para entonces nada habrá de preocuparnos… o sí.