viernes, 19 de octubre de 2018


Querida hija, a veces se apaga la luz del faro que nos guía y el sonido de su sirena cesa en plena neblina. Te sentirás perdida, pero si agudizas el oído, podrás escuchar el batir de las olas en la rompiente y alejarte para que no te destroce. Cuando vuelva la luz, caza la escota, retoma el rumbo y sigue adelante, la mar será tuya.
Tu padre.

jueves, 4 de octubre de 2018


LAS ÁNIMAS.

Fumando espero por desespero, harto de todo y de nada, harto de la espera y de la desesperanza.
Fumando espero a que lleguen las ánimas. Mi tiempo pasó, se perdió, se esfumó, llegó mi hora.
Fumando espero a que me lleven con ellas para continuar la espera eterna, en el purgatorio, o vagando por un agujero de gusano.
Fumando espero, ya las veo, a las ánimas, paso lento pero inexorable, implacables como las levas que reclutan marineros para galeras.
Fumando espero, esto se acaba, se acaba el cigarro, se disipa el humo, se disipa mi vida, es el principio breve de un fin inminente.

NOTA: Para no alarmar a familiares y amigos, aunque esté escrito en primera persona, yo no fumo, ni espero, ni desespero, solo me cabreo a veces por salud mental, cual válvula de escape de olla a presión, y surco el océano de la existencia capeando temporales y disfrutando de las calmas. Fumar perjudica la salud, y esperar, también.  




miércoles, 3 de octubre de 2018


HOMBRE FUMANDO.

Callejón  Cardoso, a pocos metros de la Plaza de la Cruz Verde, Barrio de San Juan, casco antiguo de Cádiz. Las sombras de la tarde empezaban a alargarse, el contraste entre éstas y las luces era fuerte y apenas podía reconocer los rostros con los que me cruzaba mientras caminaba hacia donde el sol buscaba su acomodo.

Lobita iba delante, disfrutando a su manera de su Cádiz natal, rememorando su infancia por esas callejuelas, sensible a los cambios que se han producido, cambios en los que “ese señor de Cuenca”, como Lobita me llama, no alcanza a reparar a pesar de ser gaditano por los pelos.

Cuando callejeamos por esos barrios me suele contar que si lo de ahí otrora fue una mercería, que si lo de acá era un puesto donde se intercambiaban novelas usadas, que lo de más allá había sido un ultramarinos… Y mira ahora, está cerrado a cal y canto, o en manos de los chinos, eficientes pero fríos como un congelador… La globalización, la pérdida de la esencia, del olor a pan de horno, a serrín o a droguería, de aquellas que vendían perfumes a granel. La nostalgia de un pasado que probablemente tengamos idealizado y esas cosas.

Yo iba detrás, a lo mío, reparando en otros detalles cámara en mano, y reparé en este sujeto, o más bien en el humo que generaba, así que me pegué a la pared por mi lado de babor y me dispuse a robarle el alma con discreción y a discreción, porque la escena, a pesar del pronunciado contraluz o gracias a él, prometía.

Me resultaba imposible encuadrar por el visor, era una temeridad intentarlo porque el chorro de luz proveniente de poniente podía provocarme daños en los ojos, así que tuve que recurrir a visionar a través de la pantalla LCD. También me costó ajustar los parámetros. Tomé como referencia las luces altas para no marear la perdiz y centrarme en el sujeto que generaba las volutas de humo, sentado en el escalón de un portal o casapuerta como diría un gaditano.

Sería una tontería escribir sobre lo que me transmitía la escena en esos instantes, pues no podía dar más de mí que intentar captarla decentemente y sin incomodar al personaje. Solo intuía que transmitía algo, cuanto menos, fuerza mezclada con sensación de nostalgia. Fue después, al visionar la secuencia en la pantalla, cuando descubrí otros personajes que emergían de  entre las sombras, personajes en los que no reparé cuando disparaba y que también me sugieren historias sobre las que quizá elucubre más adelante. De momento lo dejo en esto… hombre fumando.




EL HUMO SE ESFUMA

El humo se esfuma, como las horas del hombre que fuma. Se esfuman las horas, se esfuma la vida que le roba el humo del cigarrillo que fuma.
Tal vez no hay nada mejor que hacer que contemplar el paso de la gente sentado en el escalón de una casapuerta, gente que se disipa en las sombras, gente que se esfuma como el humo del cigarrillo que fuma.
Tal vez se esfumaron el trabajo, las esperanzas y las ganas de luchar en una ciudad castigada por la falta de tejido industrial, tejido que se esfumó como el humo del cigarrillo que fuma.
Tal vez sea el simple placer de la vida contemplativa, de la observación del pasar de la existencia, de la gente, del esfumarse el humo entre las personas. El efecto del humo, combinado con la luz del lubricán, genera una extraña atmósfera que envuelve a los transeúntes, que acaban esfumándose en las sombras como el humo que las envuelve.
El humo se esfuma como la vida que consume el cigarro del que fuma sentado en el escalón de una casapuerta.