miércoles, 27 de noviembre de 2013


LA TARDE DE LAS RISAS

1985… no recuerdo el mes, pero puede que fuera finales del verano. Creo que ha sido el día que más me he reído en mi vida… aquella tarde con Juanma. Nos fuimos los dos a recorrer el Charco de los Hurones en piragua durante tres días, haciendo noche donde nos pillara. En realidad el pantano se puede recorrer entero en una sola jornada, pero no había prisa. Estábamos en una edad en la que caminar  por una pista forestal durante  ocho kilómetros,  cargando con dos piraguas y las mochilas con víveres para tres días, para poder llegar al pantano, no nos afectaba lo más mínimo, ni física ni anímicamente.

Eso de tener coche propio a esas edades, no resultaba tan sencillo como hoy en día. Lo más que pudimos hacer el primer día, fue dejar las piraguas y los equipos a pie de carretera, después de haberlas transportado en el coche del padre de Juanma de manera clandestina. La historia de esa primera parte se las trajo también, pero la contaré en otra ocasión, así que vuelvo a la última tarde de nuestro periplo.

La foto de marras nos la hicimos la última tarde, finalizado el periplo de navegación por el pantano. El caso es que tocaba recorrer por tierra el camino de vuelta  cargando con las dos piraguas,  ya liberados del peso de los víveres, aunque cargando con los desperdicios, como tipos civilizados y comprometidos con el medio ambiente que éramos, en tiempos en los que no había tantos soplapollas del ecologismo de galería.

Juanma y yo somos de risa fácil cuando estamos juntos, y pasó que aquella tarde nos dio por la risa tonta, de manera que apenas dábamos unos pasos cargando con el material, bastaba que alguno dijera alguna gilipollez, para que acabáramos revolcados por el suelo. La cosa se puso seria, porque no éramos capaces de recorrer diez metros sin acabar desternillados.

En estas Juanma, preocupado porque nos iba a caer la noche encima, me dijo en tono grave… Pepe, si ves que te va a entrar la risa, mira hacia arriba. Total, que nos pusimos manos a la obra.

 Juamna iba delante, y yo detrás… Recorrimos unos metros y en estas veo que Juanma empieza a mirar hacia arriba… Automáticamente  acabé rodando por el suelo riendo de tal forma, que aquello ya resultaba una tortura, del dolor de barriga que nos estaba dando. Si digo que nos pegamos así una hora, seguramente me quedo corto.  Se puso la cosa tan jodida, que al final optamos por acercarnos a un cortijo y le pedimos permiso al dueño para dejar las piraguas en un cobertizo que tenía, comprometiéndonos a recogerlas otro día con el coche del padre de Juanma, porque veíamos que no íbamos a llegar nunca a la carretera.

La foto cuelga en mi habitación, y Juanma tiene otra igual colocada en el salón de su casa. Creo que ha sido una de las veces que más nos hemos reído, y creo es esta es la foto que mejor refleja aquellos tiempos felices que sellaron para siempre nuestra amistad, con la suerte de haber podido disfrutar con plenitud de la naturaleza, con largas conversaciones nocturnas a la luz de un fuego incluidas, algo impensable en los tiempos que corren.

Ya lo dice Lobita… destiláis una felicidad inmensa y por eso me gusta tanto esta foto.

 


jueves, 21 de noviembre de 2013


Apenas me reconozco en ti…

Te recuerdo soñador, feliz en tu mundo, sin prisas por crecer. Jugando con tus amigos, jugando con tus primos, o jugando con tus amigos imaginarios, esos que cubrían tus flancos en las aventuras imaginarias que te montabas.

Tus montañas eran infinitas, tras ellas apenas había otras ciudades, otras carreteras, y ni siquiera había autovías, si acaso caminos polvorientos por las que circulaban carretas perseguidas por los indios.  Los postes de telégrafo eran de madera, las traviesas de la vía del tren también, y los destinos de esos trenes eran infinitos como tus montañas, con estaciones que se identificaban más por sus formas que por sus carteles...  Estaciones con parras, estaciones con árboles frutales, estaciones majestuosas con azulejos y estructuras distintivas.

La luna te parecía más grande, los ríos más caudalosos, los animales ordinarios te resultaban exóticos, y cualquier bosquecillo era una selva. Disparabas con rifles de palo, navegabas en buques de lona surcando los mares del Sur, volabas en un Spit Fire de cartón y emulabas los ruidos de los motores con la boca.

El mar era más grande, más limpio y tu corazón también. Tus metas apuntaban a tu presente, pues el futuro quedaba lejos, no había prisa…o eso creías.

Fue pasando el tiempo, los días se fueron acortando, fuiste creciendo y casi sin darte cuenta, se fue resquebrajando tu inocencia… empezó a desdibujarse tu sonrisa, empezó desdibujarse tu recuerdo y empezaron a marcarse los surcos en tu piel. Llegaron las obligaciones, las prisas, las responsabilidades, el placebo del reto para justificar los esfuerzos para no se sabe qué.

Los amigos ya no tienen tiempo para casi nada y a algunos los perdiste para siempre, a los primos apenas los ves y a tus amigos imaginarios los destruiste a medida que te fue golpeando la realidad.

Tus montañas menguaron, tras ellas proliferan las grandes ciudades, los nudos de carretera, las torretas metálicas copan los montes y ya no hay telégrafo con postes de madera. Las traviesas son de hormigón, los trenes corren más, pero los destinos  han pasado a ser estaciones sin alma, cortadas por el mismo patrón, sin parras, sin azulejos, sin estructuras distintivas, estaciones impersonales,  solo distinguibles por el nombre de sus carteles de metacrilato.

En la luna casi no reparas, los ríos están secos o se salen de madre, los animales ordinarios se hacinan en  granjas extensivas, y los exóticos simplemente desaparecen como las selvas. Disparaste con fusiles que matan la esperanza y destruyen los sueños, navegaste en buques que no iban a donde tú querías y volaste cuando tocaba volar, protegiendo tus oídos del ruido ensordecedor.

El mar sigue igual de grande pero más sucio, y tu corazón también. Tus metas  quedaron atrás y ni te diste cuenta con tantas prisas que no te condujeron hacia ninguna parte…

Y ahora… A penas te reconozco amigo, apenas me reconozco en ti, y me apena no poder hacerlo.

Ya no soy quien fuiste, ni seré quien soy… pasaré como pasaste tú, como una puesta de sol que nunca se volverá a repetir en los mismos términos, así hasta que simplemente no se repita más. Para entonces, nos habremos desdibujado todos… tú, yo y el futuro yo, que quizá me contemple un día como ahora te contemplo  a ti… sin reconocerse en mí.

JM Arroyo