martes, 30 de junio de 2020

PLATERO Y YO, A LA HOGUERA.


PLATERO Y YO, A LA HOGUERA.

Influenciado por la ola de puritanismo new age que asola el planeta, me he reconvertido en rastreador por la causa. Desde ese instante mágico, tras ser tocado por la mano de Buda, estoy ojo avizor. Pendiente de todo aquello que tenga el mínimo sesgo racista, o que pueda resultar ofensivo para los seres de luz, de delicada piel, ya sean humanos o animalitos.
Repasando con ojo crítico la prosa poética de “Platero y yo” he descubierto signos de alarma, suficientes como para destinar a la obra, a la purificación del fuego divino de la muerte. Me he fijado en algunos fragmentos, dos de los cuales pongo como ejemplo a continuación.
Del capítulo VII “El Loco”:
 “Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos, fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas, corren detrás de nosotros chillando largamente:
-¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!”
Este fragmento es claramente ofensivo para los integrantes de dicha etnia, por no hablar de quienes padecen alguna enfermedad psiquiátrica. Denigra a los chiquillos, víctimas del sistema, refiriendo peyorativamente su aspecto físico y su vestimenta de fortuna. Los criminaliza al describirlos como acosadores y agresivos. Lo mismo sucede con el siguiente fragmento, que resulta más infame si cabe.
Del capítulo CX “Los gitanos”:
“¡Los gitanos, Platero! ¡Ya estarán temblando los burros de la Friseta, sintiendo a los gitanos desde los corrales bajos! (Yo estoy tranquilo por Platero, porque para llegar a su cuadra tendrían los gitanos que saltar medio pueblo, y  además, porque Rengel el guarda me quiere y lo quiere a él) Pero por amedrentarlo en broma, le digo, ahuecando y poniendo negra la voz:
-¡Adentro, Platero, adentro! ¡Voy a cerrar la cancela que te van a llevar!
Platero, seguro de que no lo robarán los gitanos, pasa, trotando, la cancela…”

Esto ya es de traca. Este fragmento estigmatiza claramente a la etnia gitana, describiéndola como criminales en potencia, prueba evidente de lo xenófoba y lo cargada de prejuicios que se revela esta obra.
También se pone de manifiesto el maltrato animal, en este caso, el maltrato psicológico al que es sometido el burrito plateado, por eso de meterle  miedo porque llegan los gitanos. Además, refiere la estratificación social entre burritos. Diferencia entre burritos de clase alta como Platero, que tienen corral propio y un guarda que los quiere, y los pobres burritos humildes que malviven en los corrales bajos de la Friseta, a expensas de los malhechores.
Son datos suficientes como para quemar el libro y profanar la tumba de Juan Ramón Jiménez, que aunque se exilió por ser supuestamente republicano, en realidad debió ser un fascista encubierto al servicio de Franco. Deberíamos exigir a la fundación Nobel, que retire con carácter póstumo, el galardón homónimo que se otorgó a este infame escritor y poeta xenófobo.
En cualquier caso, animo a la celebración de una pira purificadora colectiva para la quema de libros de “Platero y yo”, frente al cementerio parroquial de Moguer. Por supuesto, con su correspondiente batucada yoruba, y  profanación simbólica de la imagen del autor a base de lanzamiento de tomates ecológicos y orinadas públicas. Paz hermanas, muerte al opresor.


lunes, 29 de junio de 2020

Las nuevas "kulturas"


Las nuevas "kulturas" se me antojan destructivas y poco productivas. Para empezar, han destrozado la ortografía de la palabra cultura y su semántica.
Las diferentes culturas de la antigüedad también fueron destructivas, pero dejaron un legado productivo abrumador que persiste a día de hoy… de momento.
Las nuevas "kulturas" ponen  empeño en destruir el pasado, pero ninguno, en construir un futuro. Destruir es fácil. Construir, no tanto.
Como esto siga así, estaremos a un paso de una nueva Edad Media, paradójicamente tecnológica. Una nueva religión con dioses digitales. Las nuevas" kulturas", asociadas a las nuevas políticas que manan de los pueblos ignorantes.

miércoles, 10 de junio de 2020

PLATERO Y ÉL.


PLATERO Y ÉL.

Me ha dado por releer “Platero y yo”, obra a la que en mi infancia no debí haber prestado demasiada atención, quizá porque me la pretendieron imponer a base de reglazos sobre las yemas de los dedos. Tuve unos maestros muy cabrones a los que tengo bien poco que agradecer. Se trata de la tercera edición de la editorial Aguilar, de 1957 y la he redescubierto con gusto.
No voy a describir la grandeza de esta obra universal, pues está sobradamente reseñada por eminencias doctas en la materia, y está de más que yo, pobre mortal, se tire unas flores al respecto. Pero sí quería apuntar un par de cosas.
La primera, que al fijarme en la riqueza lingüística que contiene la obra de Juan Ramón Jiménez, he caído en la cuenta de cuánto hemos degradado el lenguaje, reduciéndolo a la mínima expresión. “Platero y yo”  que antaño era considerada obra infantil de lectura obligada, a día de hoy, y tal como está el patio, sería un hueso duro de roer incluso para muchos universitarios.
El vocabulario que manejamos en la actualidad se ha reducido a la mínima expresión. Hemos enterrado en vida cientos de palabras del castellano, y otras muchas las hemos reemplazado por acrónimos, anglicismos y emoticonos. Las construcciones gramaticales que realizamos, son más pobres que los eriales del desierto de Tabernas. Y de aquellos barros, llegan lodos como el de una ministra que se expresa en términos en plan, “…pues tía, creo que al coronavirus, o sea…”, o el titular que he leído hoy en una cadena de televisión, en el que escribieron emérito con h.
La segunda, que en muchas obras escritas en el pasado, descubro que la historia se repite, que sus textos siguen estando vigentes, señal de que la condición humana varía poco o nada con el paso de los siglos. En el caso de la obra del ilustre paisano de Moguer, me remito a un fragmento del capítulo VIII titulado Judas.
“Ahora las campanas dicen, Platero, que el velo del altar mayor se ha roto. No creo que haya quedado escopeta en el pueblo sin disparar a Judas. Hasta aquí llega el olor a pólvora. ¡Otro tiro! ¡Otro!... Sólo que Judas hoy, Platero, es el diputado, o la maestra, o el forense, o el recaudador, o el alcalde, o la comadrona; y cada hombre descarga su escopeta cobarde, hecho niño esta mañana de Sábado Santo, contra el que tiene su odio, en una suposición de vagos y absurdos simulacros primaverales”
Juan Ramón Jiménez.
Bien podría referirse a lo que sucede en estos tiempos. Bien podría referirse a las redes sociales, incluida ésta en la que me dirijo a ustedes, reconozco que con la puta escopeta cargada.