GATO PORTUARIO
Para más señas, de Barbate, que no de Franco. Allí estaba,
en la explanada del puerto pesquero, antesala del Estrecho, dormitando con los
dos gatos que se ven al fondo, dándose calor, y quizá aunando fuerzas para
superar una tara que les relacionaba a los tres y que los diferenciaba del
resto de los gatos que marcaban territorio en aquellos muelles, y era que los
tres estaban tullidos. Debía ir con ellos
también eso de la unión hace la fuerza,
que Dios los crea y ellos se juntan, y
algunas frases más de marras y amarras, esa manía que tenemos de atarlo todo
con frases lapidarias.
Este debía ser el gato más espabilado de los tres, o quizá
el más sociable, o tal vez al que le restaban más fuerzas. Antes de esta, disparé
al trio algunas fotos más, y fue a él a quien picó la curiosidad que mató a
otros gatos, acercándose a mí, aunque con cierta cautela inicial, para
comprobar qué diablos hacía aquel humano con ese ojo tan grande en sus manos.
La aproximación la realizó en tres fases. Las dos primeras
fueron con paso felino configuración depredador, aunque a quién iba a engañar
el pobre si ni siquiera tenía mirada felina por estar casi ciego, debido a vete
a saber qué afección en los ojos. En la tercera fase fue cuando se sentó y
bostezó, quizá sintiéndose más cómodo y seguro al verme, no por encima, sino
casi por debajo de su nivel.
Fue el bostezo que congelé lo que hace singular el instante,
teniendo en cuenta sus circunstancias, pues el gato, debido a su aspecto, era
más de inspirar lástima que simpatía. En
cambio, aquí está, con gesto simpático, optimista y distendido pese a sus
circunstancias, una lección más que nos da la naturaleza.
Mereció la pena haberme tirado cuerpo a tierra para realizar la foto, pese a que apoyé la rodilla derecha, a pelo y con mis pelos, sobre una descomunal y fresca cagada de gaviota, otra lección más de la madre naturaleza, ésta bastante más ácida y repulsiva que la anterior… como la vida misma.
Mereció la pena haberme tirado cuerpo a tierra para realizar la foto, pese a que apoyé la rodilla derecha, a pelo y con mis pelos, sobre una descomunal y fresca cagada de gaviota, otra lección más de la madre naturaleza, ésta bastante más ácida y repulsiva que la anterior… como la vida misma.