miércoles, 27 de diciembre de 2017

COMO EN UN CUENTO NAVIDEÑO.

Día 24 por la mañana. Mi hija Gloria nos contó que había soñado con perros, sin que sospecháramos que se trataba de una premonición. Después del desayuno, al Grinch le tocó ir a por una bombona de butano, así que fui a la gasolinera más cercana donde las distribuyen habitualmente, pero resultó que las bombonas se habían agotado, de manera que tuve que ir a otra que estaba en casa dios. Me dije, ya empezamos con la ironía navideña.

Circulaba por la carretera A-2001 en dirección a Sanlúcar de Barrameda, y al llegar a la primera curva a derechas, a la altura del PK 0.5  después del recinto ferial, vi las marcas en el asfalto de un accidente sucedido días atrás, en el que una mujer que se dirigía al centro penitenciario a visitar a dos hijos encarcelados, se estrelló contra un autobús escolar, pereciendo en el acto. Qué putada, pensé, otra ironía del “milagro” navideño.

Ochocientos metros más adelante, atisbé a cierta distancia  un pequeño animal, que por la relativa lejanía confundí con un gato. Caminaba errante por el centro de la calzada mientras una serie de coches que se dirigían en dirección contraria a la mía, esquivaban al animal in extremis. Esperaba que el animal, que al poco reconocí como un perro pequeño, cruzara a un lado u otro de la carretera, pero seguía corriendo en zigzag por la mediana en dirección hacia mí en una trayectoria suicida.

Eché un rápido vistazo por los retrovisores, y tras comprobar que no venía ningún vehículo más alegre de lo razonable, puse las luces de emergencia y reduje considerablemente la velocidad para no cepillarme al pobre animal, y de paso alertar a los demás para que hiciesen lo propio. Ya de cerca, comprobé que se trataba de un cachorro de podenco de unos cuatro o cinco meses, de color blanco y canela y con un collar… Pensé, eres carne de neumáticos, si paso de ti estás perdido.
Me aparté a un lado de la carretera, pues afortunadamente había espacio suficiente para no interferir el tráfico y no generar una situación de riesgo. Tal como abrí la puerta, el pequeño perrillo, que ya me había rebasado y seguía por el centro de la carretera en dirección hacia El Puerto, se percató, y siguiendo tal vez su instinto, dio media vuelta y se dirigió directamente hacia mí agachándose en actitud sumisa, con temor, pero a la vez como si supiese que no le quedaba otra que agarrarse a algo para salir de aquel infierno, aunque fuese un clavo ardiendo. Para no intimidarlo y evitar que del susto saliese huyendo hacia la carretera, permanecí sentado y lo atraje haciéndole carantoñas y extendiéndole las manos para que las oliese, y en cuanto lo tuve a mano, lo atrapé y lo metí en el coche.

Y ahora qué hago contigo Sentencia, le dije, pues si me lo hubiese quedado, así lo habría llamado. Y quien cojones te puso ese collar tan espantoso, color verde turquesa y con un lacito… manda huevos la perrería que te han hecho colocándote ese collar. Dejarlo en la cuneta era sentenciarlo a una muerte casi segura, de manera que el nombre de Sentencia le venía al pelo, pero si lo llevaba a casa, el que corría peligro de muerte era yo.

Como tenía que ir aún por la bombona, y la gasolinera estaba a unos tres kilómetros, pensé que tal vez en ese lugar supiesen de quien podía ser, así que abrigué la esperanza y tras colocar al perro en la parte trasera, me dirigí hacia allí. A la chica que me atendió no le sonaba de nada el perro, ni siquiera por el collar, que vaya tela, como para no reconocer el puñetero collar, así que no pude más que dejarle mi número de teléfono por si alguien aparecía por allí buscando al chucho.

De vuelta a casa no hacía más que darle vueltas a  la posible reacción de Lobita cuando me viese aparecer con el perro… Sentencia, le dije, nos va a caer la del pulpo. A ti tal vez no, pero a mí me van a tirar por la ventana cuando entre  contigo en brazos. Maldita navidad… maldita la hora en la que te has escapado, o lo que parece más probable, maldito hijo de puta el que te haya abandonado en una carretera para que te conviertan en alfombra.

Sentencia, al que coloqué en el suelo en el lado del copiloto para que fuese más tranquilo, me observaba entre temeroso y aliviado a la vez que posaba su húmedo hociquillo en mi mano derecha, posada sobre la palanca de cambios para tenerlo a mano y darle carantoñas tranquilizadoras con el fin de mitigar el tembleque del susto que aún tenía.

En estas, llegó la hora de la verdad. Con cara de cordero camino del patíbulo, abrí la puerta justo en el instante en el que Lobita aparecía por el pasillo…

¡NO! ¡NI SE TE OCURRA¡ Lobita me comía con la mirada y mis cojones marineros se tiraron por la borda espantados. Mi hija Gloria, que estaba dibujando en su cuarto, al escuchar el alarido loberil, no necesitó ver nada para entender que yo había entrado a casa con algún bicho, así que salió con cara de guasa por la puerta, dispuesta a disfrutar del espectáculo.

Para quitarle hierro al asunto, le dije apresuradamente a Lobita,  que saqué al perro de un apuro in extremis, que probablemente tenía dueño y que me pondría en marcha para buscarlo inmediatamente, un, dos, es aro... Así que dejé el perro en casa como si me quemase entre las manos mientras Gloria se partía la caja con la escenita, y regresé cagando leches a la zona donde lo recogí con la esperanza de encontrar a alguien buscándolo, a la par que preguntaba por las casas más cercanas, pero tras una hora dando vueltas, el resultado fue infructuoso.

Era hora de comer y regresé a casa con el acojone pertinente, pero para mi sorpresa, pese a que Lobita amenazaba con ejecutar al perro  si se meaba o se cagaba en casa, comprobé que éste se iba detrás de ella con absoluta confianza. Lobita se encargó de comprarle un par de latas de comida perruna, le dio agua y le habilitó una toalla para que se pudiera tumbar. En el fondo sabía que a Lobita le gustaba el perro, y yo albergaba la posibilidad de que si no aparecía el dueño, podría convencerla para que se quedara en casa, una posibilidad, eso sí, remota como el Himalaya.

En El Puerto no encontré veterinarios de guardia, pero se me ocurrió llamar a la policía local para preguntar si tenían escáner de chips para perros, y me dijeron que sí. Paralelamente llamé a una buena amiga, Gloria Esteban, para que me asesorase, pues estaba muy implicada con los animales.

El año pasado la ayudé en la búsqueda de su perro Tango desaparecido en un pinar, pero desgraciadamente apareció muerto en una cuneta. Su respuesta fue clara, “convence a tu mujer para que quiera mucho al perro y yo lo amadrino corriendo con los gastos del veterinario y la comida.” No se quedaba con el perro porque tras la muerte de Tango, adoptó a una gata. Grande mi amiga Gloria.

Con todo, la primera duda que había que despejar era si tenía chip, si lo tenía encontraría al dueño, pero desgraciadamente el escáner de la policía no detectó nada, solo pude dejar mis datos por si lo reclamaban. Mas, dada la hora que era, quienes lo habían “perdido”, no parecían tener mucha prisa en reclamarlo, pues en la policía no había aviso alguno de perro desaparecido. Menudo marrón, pensé.

Previamente había llamado a casa de mi madre, donde teníamos previsto cenar con ella y con mi hermana y su prole. Cogió el teléfono mi cuñado y le dije, oye, que vamos con demora porque he encontrado a un perro en la carretera, tengo que pasar por la policía, y si no tiene chip y no doy con el dueño, tendré que llevar al perro con nosotros porque no es plan dejarlo solo en casa. Me dijo, vale, llámame con lo que sea, que lo mismo nos quedamos con él. Me quedé sorprendido.

Cuando volví a llamar a casa de mi madre, volvió a coger el teléfono mi cuñado. Le dije, el perro no tiene chip, a lo que mi cuñado respondió, nosotros hemos comprado una correa. Me dije, joder, al final va a resultar que lo de los milagros navideños de los cojones va a ser verdad. No puede ser tan fácil. Regresé a casa con el perro y con Gloria, que me acompañó a la policía, y le di la noticia a Lobita. Si no aparece el dueño, parece que se lo quedará mi hermana. Eso la tranquilizó y cesó la tensión, aunque me daba la impresión de que a ella acabaría gustándole el perrito.

Lobita y Gloria empezaron a acicalarse para ir a cenar, y yo aproveché para relajarme un poco, pues no paré en todo el día por la movida del dichoso perro. Estuvo tumbado un rato a mi lado mientras trasteaba en el ordenador, pero poco antes de irnos, salió del cuarto y le perdí la pista en la casa. En estas apareció Gloria apresuradamente por mi habitación con gesto entre divertido y preocupado sabiendo la que se avecinaba, siseándome al oído  que el perro acababa de mearse en el sofá preferido de Lobita… Dios, pensé, al final la vamos a cagar Sentencia, nos queda un cuarto de hora, o nos matan o terminamos en la carretera los dos juntos.

Cagando leches salí hacia el salón para comprobar las dimensiones de la micción canina con la esperanza de que no fuese enorme, pero lo era. Empecé a retirar fundas y cojines, temiendo perder los cojones, pero el daño era inocultable y tuve que confesar. Lobita… el perro se ha meado en tu sofale… pero piensa en positivo, esto no volverá a suceder…

La cara de Lobita era un poema, el perro se quitó de en medio, y yo me encomendé a los dioses. Manchó la funda principal, un par de cojines, pero no caló demasiado, así que por ahí me libré. Lavadora de emergencia y a cenar a casa de mi  madre mientras Lobita blasfemaba en arameo, eso sí, con mucho estilo.

Llegamos con la tranquilidad de que se iban a quedar con el perro, que ya vieron por fotografías, pero lo que no me esperaba era el impacto que iba a crear en mi hermana y su prole. Al ver a Sentencia se desataron las emociones, mi sobrina empezó a llorar de la emoción y todo eran arrumacos para el perro. Después lo comprendí todo.

Mi hermana y mi cuñado han tenido varios perros, pero con el paso del tiempo fueron falleciendo por cosas de la edad. El último fue Choco, y pasado el duelo, se plantearon adoptar uno, detalle que yo desconocía. Pero mira por dónde el Grinch apareció con uno debajo del brazo, y el hasta entonces Sentencia, acabó convertido en lo que calificaron como el mejor regalo de Navidad de todos los tiempos.

El perro se adaptó enseguida a todo el mundo, parecía que había vivido toda la vida entre nosotros, además se puso a dormir a pata suelta después de zamparse otra lata de comida para perros. Mientras dormía ajeno a todo, empezó a barajarse cómo se iba a llamar. El nombre de Sentencia no iba a colar, sobre todo en lo que a mi sobrina se refiere, pues el asunto del bautizo iba a correr por cuenta de ella. Empezó por Harry. Pensé, mola… Harry el Sucio, pero no cuajó. De Harry pasó a Canelo, de Canelo a Harley, y así sucesivamente. Como no se ponían de acuerdo, sugerí el nombre de Variable, pero tampoco coló, así que me di por vencido, además esa ya no era mi guerra.

No hubo llamadas reclamando al perro, a día de hoy no las ha habido, y visto el impacto que produjo, sobre todo en mi sobrina, me dije, ya no hay vuelta atrás, que se hubieran movilizado antes, eso suponiendo que no haya sido el frecuente y triste caso de animalito de regalo rechazado y abandonado con lacito y todo en la carretera. Del mismo modo que me movilicé y fui a la policía tratando de localizar a sus dueños, estos podrían haber hecho lo mismo. Además tengo la absoluta tranquilidad de que el perro estará en las mejores manos, de otro modo no lo habría entregado.

La cena en familia transcurrió con tranquilidad con un invitado inesperado que fue el que más cariño recibió. De vez en cuando se acercaba a mí y me daba la patita, no sé si agradecido. No me jodas, pensé, que te tengo que dejar cuando en el fondo me encantaría quedarme contigo. Pero la vida es así y en cierto modo Lobita tenía razón, tenemos otras responsabilidades que atender y un perro en casa podría complicar las cosas más de lo que están. Hay que ser responsables. Quizá más adelante…

Finalizada la cena, ya entrada la Navidad, Lobita, Gloria y yo regresamos a casa. Por el camino, en el horizonte hacia el oeste, centelleaban rayos que anunciaban la inminente llegada de las lluvias. Me dije, después de todo va a resultar que los milagros navideños existen. El perro ha encontrado un lugar de acogida y además va a llover en Navidad, como me gusta a mí. Aunque un milagro de cojones habría sido poder convencer a Lobita y que a estas horas hubiese escrito un final ligeramente distinto, con un perro llamado Sentencia tumbado junto a mí.

Pero bien está lo que bien acaba, y esta historia, como un cuento navideño noño, ha tenido un final cojonudo para Sentencia, Harry, Canelo o como cojones acabe llamándose el perro, al que espero le quiten ese horroroso collar. Se fue a la Costa del Sol a vivir una nueva vida, y supongo que lo volveré a ver. Espero que para entonces se haya olvidado de mí, pues será señal de que habrá olvidado el horror que experimentó en el PK 1.3 de la carretera A-2001.

No está mal para ser un puñetero Grinch ¿No?  



miércoles, 13 de septiembre de 2017

Le pedí a Lobita que matara a un mosquito que andaba rondando mí cabeza. Me dio dos hostias que me dejaron tibio pero el mosquito seguía revoloteando mi testa. Estoicamente, le pregunté si tenía que pegarme alguna hostia más para rematar la faena. A ella le dio la risa y a mí me picó el mosquito y me quedé con las dos hostias.
Moraleja; a veces es mejor que te pique el mosquito.

sábado, 9 de septiembre de 2017

A GOLPE DE TWITTER.

Los políticos de cualquier condición lo tienen muy fácil hoy día para “movilizar” a las masas, me refiero a movilizarse pero sin levantarse del sofá. Incluso se comunican entre ellos, descalificándose o adulándose sin dar la cara, sin mirarse a los ojos, solo a golpe de twitter. Es incluso la nueva forma de gobernar un país... a golpe de twitter.
Llega uno o una del partido que sea o de la nación que sea, me la pela, y tirando de twitter, suelta una prenda que prende fuego en las redes sociales con una capacidad de propagación que supera a la del éter etílico, reacción en cadena que afecta a esa masa irreflexiva que actúa por impulso, como cuando un perro es replicado por otros perros a nivel de neuronas espejo… ese ladra, pues yo ladro. A partir de ahí, sin molestarse en contrastar, sin reflexionar, sin más, llegan las descalificaciones de todo tipo, las ofensas, las muestras de odio, el fanatismo, las reacciones irracionales, furibundas… a golpe de twitter.

Antes solo había tres opciones para ponerse al día de lo que pasaba en el planeta, escuchar la radio, ver los noticiarios, o leer la prensa, y los políticos estaban obligados a debatir donde les correspondía y del modo que correspondía, de viva voz, en los foros adecuados y dando la cara, no amparándose en un celular. Y a partir de ahí, de un modo menos espontáneo pero más reflexivo, sin esa obsesión por la inmediatez, sin esa obsesión por el minutito de gloria en las redes, el ciudadano que tenía verdadero interés y capacidad para hacerlo, analizaba, contrastaba, y si quería transmitir una protesta o una opinión de cara al público acerca de algo, escribía una carta al director del periódico de marras y se expresaba con educación, porque si no lo hacía, no se la publicaban, tendencias políticas del medio de comunicación aparte.

Hoy día no, hoy cualquier becerro metido a político teclea unas letras desafortunadas para provocar al contrario, que es más fácil que buscar soluciones para que la sociedad funcione,  le da al send de las narices, y allá que va la llamarada que prenderá ese depósito de material volátil, el éter etílico (C2H5)20, que son las masas de las redes sociales de hoy, una sociedad inestable emocionalmente, réplica virtual de aquellos que salían a quemar brujas dirigidos por los inquisidores.

Espontáneamente, se dedican a linchar verbalmente a quien sea, a lanzarse las palabras a la cabeza de manera instantánea, a golpe de twitter, porque no hay cojones de hacerlo mirando a los ojos del adversario no sea que éste o ésta, le desarme con una sonrisa o con una hostia bien dada. 

El mejor favor que nos podía hacer el Universo, es enviarnos un pulso electromagnético de dimensiones bíblicas que funda los plomos de toda esta mierda de las nuevas tecnologías, y que a partir de entonces haya que tirar de fogata para enviar twitts, o como cojones se escriba,  mediante señales de humo. Veríamos cuántos serían capaces de encender un fuego sin ver un tutorial… lo que me iba a reír.


miércoles, 23 de agosto de 2017

Estimados señores astrónomos:

Lamento comunicarles que el pasado eclipse solar con fecha 21 de agosto de 2017, no se debió a la interposición de la luna entre el sol y la tierra. Resulta que mi amada esposa salió a pasear y eclipsó al astro rey. Qué le vamos hacer, si ella es tan hermosa.



domingo, 7 de mayo de 2017

CARACENA 

Dicen que quien guarda halla, y hurgando por las hojas de un dietario de mí propiedad del año 1991, hallé esta historia de la que no me acordaba.
Era martes 26 de noviembre de 1991, y por aquel entonces trabajaba en una empresa llamada HIDROCARSA, que se dedicaba a trabajos de topografía e hidrografía a nivel nacional. Según mis anotaciones, aquel día tocó realizar el levantamiento topográfico de una cañada real conocida como Cañada del Quejigo, en el término municipal de Alcalá de los Gazules. El equipo de trabajo estaba formado por uno de los fundadores de la empresa, F. Nuche - un capitán de navío retirado que llegó a ser subdirector del Instituto Hidrográfico de Cádiz - por un chaval llamado J. Montiano, y por mí.
El caso es que poco antes de la hora de la comida, entablamos conversación con un lugareño que pasaba por allí que, al vernos cargados con los equipos de topografía, se interesó por nuestro trabajo. Era un señor mayor, 79 años nos dijo que tenía, un personaje muy cordial, lúcido y de aspecto fuerte como un roble. Le explicamos el trabajo que estábamos realizando, y aprovechando la virada, le preguntamos si conocía algún lugar para comer que no estuviese demasiado alejado de la zona de trabajo. Desplegando toda su amabilidad, se ofreció a invitarnos a comer a su casa, algo que en principio rechazamos cortésmente, pero insistió tanto, que no tuvimos más remedio que aceptar.
La casa estaba a unos pocos centenares de metros del lugar donde trabajábamos, aunque no sabría ubicarla después de tanto tiempo, pues no lo detallo en el dietario. El caso es que se trataba de una pequeña casa de campo al uso de lo que se estilaba por allí, estas de anchos muros de piedra encalada, techo a dos aguas de tejas, y una parra que daba sombra a una pequeña terraza que había en la parte delantera. Entonces el buen hombre nos contó una anécdota que nos llamó mucho la atención.
Resulta que aquella casa había sido hasta hacía poco, un antiguo ventorrillo conocido como “Caracena”, hasta ahí nada fuera de lo común salvo que el nombre era un poco inusual, pero tenía su razón de ser. Nos contó que en la primera mitad del siglo XIX, el famoso bandolero Pepe el Tempranillo, acompañado de algunos de sus hombres, apareció por el ventorrillo y pidieron de cenar. No se sabe si por un casual o por una denuncia, al poco aparecieron los migueletes, aquellos soldados a los que tuvo que recurrir el rey Fernando VII para combatir el bandolerismo.
Evidentemente, cuando irrumpieron los migueletes en el ventorrillo, se entabló un tiroteo entre estos y los bandoleros que tuvieron que salir arreando, sin especificarnos si hubo o no bajas en cualquiera de los dos bandos. El caso es que aquel enfrentamiento le dio la cena a más de uno, sobre todo a los bandoleros, razón por la cual al ventorrillo se le quedó el nombre de “Caracena” por eso de que resultó una cena bastante cara.
Aquel hombre nos puso de comer un buen par de huevos fritos con chorizo, pan de leña y agua fresca de pozo. Según mis anotaciones, nos supo a gloria, y dudo que hoy día se pueda comer algo tan genuino como entonces, me refiero a la calidad. También anoté que en la casa había un pequeño patio en el que correteaba un pollo que solo tenía una pata, pero no parecía echarla de menos.
Aquel hombre, gentil como nadie, rechazó nuestro intento de abonar la consumición. Era hombre de palabra, de orgullo sano, de una casta extinta, todo un señor, y se negó en redondo a cobrarnos nada porque lo consideraría como una ofensa.
En la actualidad, por lo que he podido ver en internet, existe una venta que se llama “Caracena”, y que está más o menos por la zona en la que trabajábamos en aquellas fechas, pero después de 26 años dando volteretas por el país, no reconozco en lugar. Tampoco me suena para nada la casa que aparece en las fotos, lo cual no es de extrañar, porque la que yo conocí ya estaba al borde de la ruina. Al parecer cambió de propietario en el año 2000, nueve años después de aquella entrañable experiencia.
Lo que sí he encontrado es una alusión a por qué la venta se llama “Caracena”. La versión, más común que la que nos relató aquel buen hombre, habla de dos viajantes que pararon en la venta y que se pelearon por unos huevos fritos con papas, acabando la reyerta con la muerte de uno de ellos. Alguien de la venta comentó “cara le costó la cena” y de ahí lo de “Caracena”
Pero qué queréis que os diga, yo me quedo con la versión de aquel señor cuyo nombre no llegué a anotar, lo cual lamento horrores. Era un señor por derecho, y dudo que nos mintiese, además, me resulta mucho más plausible una escaramuza entre migueletes y bandoleros, que una pelea a muerte por unos huevos fritos con patatas. Me fío de aquel señor, lúcido y fuerte como un roble pese a su edad, me fío más de él que de lo que se pueda encontrar por internet, y me fío de mi dietario, un acierto ese de escribir a diario, porque de otro modo no recordaría muchas historias, o si las recordase, acabarían distorsionándose o diluyéndose en la memoria, y en algunos casos sería una pena.


lunes, 10 de abril de 2017

Las personas en la sombra, las que están en todas partes salvando el culo a los demás pero pasan inadvertidas. 
Las que son llamadas para los entierros y para los dramas de cada hijo de vecino, pero no para las fiestas.
Las que son reconocidas momentáneamente, pero pasan inmediatamente al olvido hasta la siguiente tragedia.Las que solo son recordadas, como Santa Bárbara, cuando truena… cuando sale el sol, ni se las ve ni se las espera.
Más que noble o buena persona, se requiere ser tonto para formar parte de este club selecto, en el que las condecoraciones son como las de la CIA, anónimas, solo que sin estrellas en el muro, tan solo un recuerdo efímero como un estornudo, y a veces ni eso.
Las personas en la sombra. Y no, no me refiero a ninguna profesión, pues si al menos cobraran…

jueves, 6 de abril de 2017

SOBRE CUÁNDO SE ELIMINÓ LA FRONTERA DEL RESPETO.

Nos quejamos de la pérdida de valores, de la falta de respeto que campa a sus anchas en la sociedad actual, y creo que sé cuándo empezó todo. Recuerdo en mi época de estudiante, que en el instituto había un profesor “muy guay” que se dejaba tratar por sus alumnos como un colega más. Tenía barba muy poblada y el pelo largo a lo Jesucristo Superstar. Vaqueros desgastados, unas chanclas, una camisa un tanto desarreglada y un zurrón de marroquinería, completaban su “sello de identidad”
Impartía clases de ciencias naturales, al menos en teoría, porque en la práctica aquellas clases acababan derivando en un batiburrillo de ideas que versaban más sobre las “injusticias sociales” que sobre naturaleza. El caso es que aquel “profe” era un colega más, nos daba un dedo, pero los más descarados acababan cogiendo el brazo entero, él lo consentía, y claro, aquellas “clases” acababan desmadrándose, hasta el extremo que los profesores de las clases adyacentes acababan dando golpes en la pared protestando por tanto alboroto.
Además nos vendió la moto de que él no suspendía a nadie, que todo el mundo aprobaría su asignatura, que tó el mundo es güeno, que esforzarse es una forma de represión, de  manera que los más haraganes vieron el cielo abierto y no se molestaron más en abrir un libro. Además molaba mucho aquel “profe” porque después de clase se iba a la playa con algunos de sus alumnos-colegas a fumarse sus porritos, porque la vida es bella y el porro es terapéutico contra los males del sistema educativo opresor. Veamos el rayo verde que se pone el sol…

El caso es que los profesores-colegas, aquellas jóvenes promesas que estudiaron con calzador una carrera demasiado fácil de superar para la importancia que debería tener, y que en materia educativa nos han dejado en la cola a nivel internacional, empezaron a proliferar, y cada vez era más frecuente escucharles decir, “no me llaméis de usted” que soy vuestro colega. Confundiendo el atún con la velocidad, eliminaron ese formalismo tan “casposo, clasista, y franquista”, como si los profesores de la II República no hubieran empleado esas buenas formas que se siguen manteniendo en las universidades más prestigiosas del mundo, en que los interlocutores se hablan de usted para establecer los límites. Eliminaron la frontera que mantenía a salvo la necesaria disciplina que fija las normas conductuales para mantener el orden básico necesario, el respeto más elemental, y ¿Qué pasó? Que los bárbaros acabaron invadiendo los colegios, los institutos, las universidades, los centros de trabajo, los estamentos políticos, etc. y la cosa acabó convirtiéndose en un caos.

Ahora estamos comprobando los resultados de tanta permisividad, de tanto colegueo… acoso escolar a extremos insospechados, porque si los estudiantes no respetan a sus padres ni a sus profesores, qué cojones van a respetar al rarito de la clase. Los casos de violencia de género se disparan, por mucho que digan que antes era igual solo que no eran visibles, y no tiene más remedio que dispararse si la referencia para muchos jóvenes es el reguetón, el perreo, Gran Hermano, el usar a las chicas como moneda de cambio, como objeto sexual al que hay que dominar y despreciar. Se ha pasado del piropo de andamio, a la agresión directa en la que un grupo de cabrones somete a una chica en el portal de su casa mientras lo filman con sus móviles y lo cuelgan en las redes sociales para rematar la poca dignidad que le pueda quedar a la víctima.

La telebasura está en auge con su despliegue de miserias, transmitiendo el mensaje de que lo suyo es denigrase públicamente por dinero en vez de estudiar o trabajar honestamente. Y la política, que además de ser la cueva de Ali Babá, se ha convertido en una corrala en la que las estrellas son aquellos delegados guais que había en mi clase, que se las daban de revolucionarios, instigando a la mínima oportunidad de huelga con tal de no coger un libro, para después irse de colegueo a la playa con el “profe” de ciencias naturales que mostraba su apoyo incondicional a los “insurrectos”.
No digo que antes no hubiese hijos de puta que confundiesen respeto, con represión y un punto de sadismo, que los había, yo mismo tuve la desgracia de toparme con unos cuantos. No digo que antes no hubiese matones en clase, que los había, de los que en mi caso, me libré por mis propios medios porque bastaba con echarle un poco de agallas al asunto para ganarse el respeto, incluso de los matones. Pero lo que no había era el descontrol absoluto que tenemos hoy día, la falta absoluta de valores de los tiempos que corren, ya no contra lo que llaman “el sistema” para justificar su comportamiento, sino dentro de los propios núcleos familiares, en los que la gente no respeta ni a su madre aunque sea una santa, ni qué decir de los abuelos.

Es lo que tiene la eliminación de los formalismos, aunque suene trasnochado, que no creo que lo sea, tratar como a un colega a tus padres o a tus profesores sin establecer la frontera de hasta aquí te dejo llegar para que no me comas por sopa, porque yo estoy para enseñarte, para educarte, no para irme de parranda contigo y que acabes perdiéndome el respeto, porque a fin de cuentas a lo mejor descubres que en mi tiempo libre, yo me emborracho como tú, y para qué me vas hacer caso si somos iguales… colega. Esto es, anda, vete a Parla que hoy no tengo ganas de asistir a clase, Jesucristo Superstar, mañana quedamos en la playa, nos fumamos unos canutitos y hablamos de la trascendencia de la vida, que eso sí que son Ciencias Naturales.


No recuerdo como se llamaba aquel profesor, lo que sí recuerdo es que no fue él el que despertó en mí el interés por la ciencia, aunque sí que despertó en los haraganes, el interés por las bebidas espirituosas y las drogas terapéuticas. Pues anda que no diñaron compañeros míos en aquellos dramáticos finales de los 70 por no haber aprendido a establecer límites… colega.

lunes, 2 de enero de 2017

SEGURIDAD DE DISCOTECAS

Estos periodistas de hoy no dejan de sorprenderme con sus preguntas y sus conclusiones, y no me refiero a los becarios, me refiero a periodistas de primera línea, de los de máxima audiencia.
A colación del atentado en la discoteca de Estambul, una conocida periodista de una cadena de TV de las más seguidas, entrevistaba al familiar de un trabajador de la discoteca herido en la masacre. Primero preguntó al entrevistado, si las medidas de seguridad de la sala de fiestas eran suficientes, a lo que el entrevistado respondió, que para lo que se espera normalmente en una discoteca, sí, esto es, la clásica bronca de discoteca en la que entran en juego los efectivos de seguridad de la misma, tipos con cierta fortaleza física y aptitudes en defensa personal, pero que no portan armas de fuego.
Tras la respuesta del entrevistado, lógica por otra parte, la entrevistadora realizó la pregunta que me sorprendió - ¿Y cómo es posible que alguien pudiera entrar en la discoteca armado con un Kalasnikov? -
Vamos a ver, muchacha… ¿A caso esperabas que el portero del local le pidiera la entrada al terrorista y le requisara el AK-47 y la bolsa llena de cargadores? ¿A caso esperas que en cada discoteca turca haya un dispositivo policial controlando el acceso a las mismas?
En fin, preguntas de Perogrullo que dan idea del nivelazo que tiene el periodismo de los tiempos que corren, al menos en España, periodismo por otra parte, a la altura del nivel intelectual de sus consumidores, que no aspiran más que a saciar su sed de morbo y amarillismo. La culpa es mía por tomarme las tostadas con la caja tonta encendida.


J.M. Arroyo