domingo, 1 de febrero de 2015


UNA DE UN PELOTÓN DE CICLISTAS Y LA PERRA QUE CAYÓ A UN CANAL.

Sucedió hoy, durante la mañana del domingo 1 de febrero de 2015. Circulaba en bicicleta el que suscribe, por una vía de servicio agraria con escaso tráfico. Iba absorto en mis pensamientos, negativos para más señas, cuando un pelotón de ciclistas me rebasó como una exhalación, casi de forma insultante para mi ego. Maldita sea, pensé, se van a enterar estos, y me lancé a por ellos…Pero ellos me dejaron tan atrás, que acabé desistiendo.

Volví a mis pensamientos tipo, ya no eres lo que eras, menuda mierda, tal y Pascual, pedaleando sin demasiado brío, hasta que al cabo de unos kilómetros, al negociar una curva suave a derechas, me encontré con dos coches estacionados en la cuneta, el pelotón de ciclistas que me rebasó, bajados de sus monturas, y uno de los ciclistas metido en el interior de un canal de riego que discurre paralelo a la carretera. Se han pegado una hostia, pensé, así que en cuanto llegué a su altura me detuve por si podía echar una mano, pues aunque había muchas manos para ayudar, a veces sucede que la mayoría resultan ser manos pasivas.

Afortunadamente la situación  no era tan trágica como me pareció al pronto. Sucedió que una perrita de raza tunera, cayó en el canal, por suerte sin agua en esos instantes, porque de lo contrario habría acabado engullida más adelante por un colector que conduce a una tubería que discurre bajo tierra. Uno de los ciclistas se deslizó al interior del canal con la idea de sacar a la perra, que estaba bastante asustada. A su vez, una mujer, propietaria de uno de los coches, le tiraba a la perra el cable de una alargadera eléctrica, con el fin, decía, de obligar a la perra a que se fuera hacia donde estaba el ciclista, pero lo único que lograba era asustarla aún más.

El resto de los ciclistas no hacían más que bromear con la situación en la que se encontraba el compañero, filmar la escena con los móviles, y armar barullo, contribuyendo a incrementar el nerviosismo de la pobre perra. Les invité a que dejaran de montar jaleo, le dije a la mujer que dejara de tirarle el cable a la perra, y al que estaba en el canal, que intentara ganarse la confianza del animal poco a poco, empezando por dejarse oler la mano.

La perra, que era bastante inteligente, se fue acercando muy despacio al ciclista, quizá conocedora de que era su única probabilidad de salir de allí, y éste, aun exponiéndose a un mordisco, dado el nerviosismo del animal, aguantó el tipo hasta que logró acariciarla y ganarse su confianza. Lo hizo tan bien, que al final logró cogerla y lanzarla fuera del canal, al lado opuesto de la carretera. La perra se sacudió aliviada, y se fue en sentido contrario al puente que cruzaba el canal, apartándose de la muchedumbre, para detenerse más allá, aunque no se apartaba del borde del canal.

Después de sacar a la perra, tocó sacar al ciclista, un tipo bastante corpulento, y por tanto pesado. Las pendientes que flanquean el canal tendrán un talud 1/1  y podrían superarse sin ayuda con buen agarre, de no ser porque estaban cubiertas de verdín, así que hacía falta echarle una mano. Por fin la puta alargadera eléctrica sirvió para algo. Lo pusimos por doble, se lo lanzamos al ciclista, y entre unos cuantos tiramos de él para sacarlo.

Finalizado el rescate, reemprendimos la marcha en el sentido que llevábamos. El pelotón salió disparado como alma que lleva el diablo, y yo, apenas mil metros más adelante, me dije, date la vuelta que no estás para más y regresa a casa que todavía te quedan 15 km para llegar. El caso es que cuando volví a pasar por el lugar del incidente, me encontré con que la perra seguía en el mismo sitio, al borde del canal, al lado opuesto de la carretera. Junto al único paso que salvaba el canal, estaban estacionados los dos coches de las dos mujeres, que al parecer iban juntas, la mujer del cable y otra. Esta vez la del cable estaba tirándole piedras a la perra para que se apartara del canal, logrando únicamente que se acojonara, así que me detuve para analizar la situación.

Enseguida comprendí lo que pasaba. La perra quería cruzar al otro lado por el puente, sabía que podía ir por ese lugar, pero al ver los coches bloqueando el paso y a una de las mujeres al lado, mientras que por el otro, la otra le tiraba piedras, el animal se lo pensó y optó por ocultarse astutamente tras un matorral.

Me dirigí a la señora y le expliqué lo que pensaba sobre la situación, sugiriéndole que quitaran los coches que bloqueaban el puente para dejar vía libre a la perra. Me hicieron caso en parte, y digo en parte, porque se limitaron a mover los vehículos unos metros más allá, pero la del cable volvió a lo suyo, a conminar a la perra para que se dirigiera al puente, a base de pegarle gritos y tirarle piedras, mientras la perra, oculta en el matorral, estaría pensando que con esa tía tirándole piedras iba a pasar su padre. Así que tuve que decirle a la señora que no se preocupara, que la perra estaba escondida haciendo lo que haría cualquiera a quien le tiraran piedras. Logré convencerlas para que se marcharan y yo hice lo propio, aparentemente, porque en realidad no estaba dispuesto a desentenderme  de cualquier forma del pobre animal.

Las mujeres se fueron finalmente con sus coches y yo me oculté al otro lado de la curva para observar discretamente lo que hacía la perrita. Su reacción fue inmediata, en cuanto vio despejado el terreno, cruzó el pequeño puente y se puso a olisquear junto a la carretera. Evidentemente no era la situación ideal, una perra al pie de una carretera, así que me dirigí hacia ella sin prisas, haciéndome el distraído para no asustarla. La perra enseguida me detectó, pero al ver que yo iba a lo mío, no me consideró una amenaza. Pasé por su lado haciéndome el sueco, me paré como si nada, la perra se acercó, me olió y siguió a lo suyo, más contenta que unas pascuas,  adentrándose por fin en el campo, alejándose de la carretera y del canal, en dirección hacia donde sin duda quería ir.

¿Adoptarla? No podría hacerme cargo de ella. Tampoco tenía pinta de estar perdida o mal alimentada. En este caso, una adopción sería quizá lo más parecido a un apresamiento, el apresamiento de un ser que es feliz libre. Sin duda correrá sus riegos, pero en esas estamos todos. La tía del cable, que tenía dentro del coche a un perrito gilipollas que no paraba de ladrar, dijo que no podía hacerse cargo de la perra. Me dieron ganas de decirle que mejor así, porque entonces sí que estaría perdida. Perdería su instinto, se extraviaría cualquier día y acabaría de nuevo en el canal, pero esta vez sin solución de continuidad.

Emprendí el regreso a casa. Al cabo del rato, un tipo me dio una pasada, pero esta vez me dije no, este no se me escapa. Me pegué a su rueda, y cuando llegaron las pendientes, pedaleé de pie y lo rebasé. Quizá fue cosa del incidente la perra, que me alegró el día y me dio el subidón. Después de todo se siguen dando buenas acciones, como la del chaval que se metió en el canal para sacarla, e incluso la intervención de la mujer del cable, que aunque no atinara con sus acciones, no dejó de hacerlo con buena intención. Y sobre todo, la sensación de alivio y de gozo de la perra, que lejos de traumatizarse, siguió a lo suyo, como si nada hubiera pasado, retozando por el campo. Son estas pequeñas historias las que rompen la monotonía de los días aciagos,  las que hacen que pensemos que, después de todo, la vida es bella.