domingo, 29 de noviembre de 2015

UNA DE FUNERALES.

Estoy escribiendo en tiempo real, tanto como que en estos instantes estoy escuchando desde el otro extremo de mi casa la música parsimoniosa y lánguida a base de violines y chelos, triste de narices y acorde con los funerales que se estilan por estas latitudes, que ahora ejecutan en el funeral por las víctimas del atentado de París.
Lobita acaba de cambiar el canal… qué alivio.
A colación de esto, puestos a musicalizar un funeral, preferiría la marcha fúnebre de Chopin de toda la vida, que tiene cierta carga de ironía, incluso un toque de humor negro, pero mejor aún, optaría por la haka de los maoríes o los entierros que se estilan en Nueva Orleans.
La haka para el caso de los franceses sería perfecta, una demostración de respeto hacia los caídos en toda regla porque pasa por el desprecio al enemigo y sobre todo por el desprecio al miedo a la muerte. Viene a ser algo así como, los habéis matado pero ahora viven en nosotros y vamos a cortaros los cojones, venid para acá a ver si tenéis lo que hay que tener… más o menos.
Pero cuando alguien casca por muerte natural o accidental, lo suyo sería un entierro a lo New Orleans, algo así como en plan ríete de la vida que has llevado y de la muerte, esa fulana que ahora te abraza para llevarte al huerto.
When The Saints Go Marching In… Solo pido eso en el mío, una casete de Louis Armstrong y que no me jodan con chelos tristones que cuestan una pasta, ni con llantos que desgarran el alma.


J.M. Arroyo


sábado, 21 de noviembre de 2015

LA ENTREVISTA DE TRABAJO

Estacioné el coche en la Punta de San Felipe y me dirigí caminando tranquilamente hacia el casco antiguo de Cádiz contemplando el panorama. Al pasar junto a un local de ocio, una especie de discoteca que estaban reformando, observé que había un grupo de jóvenes de ambos sexos de entre 18 y 25 años, haciendo cola en la entrada del local. Puesto que el local estaba patas arriba y lleno de operarios trabajando radial en mano, deduje que no hacían cola para tomar copas, sino para ser entrevistados con la finalidad de seleccionar a los futuros empleados que ocuparán los puestos de trabajo que se harán efectivos una vez concluidas las reformas, hecho que confirmé, porque la mayoría llevaba en la mano una funda de plástico con folios mecanografiados, que a buen seguro serían los currículos.

La fila de jóvenes era heterogénea en cuanto modelitos se refiere,  pero todos dentro de un estándar, digamos al uso de los locales de moda y de ambiente no marginal… nada de punkis, skatos, canis, hemos  y demás tribus de corte radical, por diferenciarlas de algún modo.
A ver si logro explicarme… los chavales iban en la línea de perfiles parecidos a los llamamos hípsters, metrosexuales, indies y parecidos, todos con cortes de pelo de tres horas en la peluquería unisex, barbas trazadas con tiralíneas, ropa de diseño, tatuajes étnicos en cuerpos impolutamente depilados y demás historias decorativas.

En el caso de las chicas, pues lo mismo, aunque no sé cómo cojones se definirán, el caso es que iban con peinados a la moda de cinco horas en la peluquería unisex, modelitos de todo tipo, tacones imposibles, el consiguiente tatuaje estratégicamente colocado en un lugar del cuerpo estratégicamente descubierto y esas cosas que se estilan ahora. En definitiva, que todos llevaban un look en el que la característica común eran modelos de ropa cuidados –lo que no implica que fueran de buen gusto- mucha peluquería, mucha manicura y demás farfolladas para obtener la apariencia que por otra parte requieren estos locales de moda.

Continué caminando en el sentido en el que discurría la fila de aspirantes, y a unos veinte pasos del final de la misma observé cómo se aproximaba con las manos metidas en los bolsillos, un tipo de aspecto no sé si llamarlo normal, ordinario o descatalogado. Había alcanzado la treintena de años o poco le faltaba, metro setenta de estatura, un físico normalito, un pelado de barbería de a 8 euros el corte, barba no muy abundante, sin depilar y usaba gafas convencionales. Vestía unos zapatos normales, un pantalón vaquero normal, una camisa normal, una cazadora normal y poco más, una persona con una apariencia que pasaría desapercibida en cualquier parte del planeta. Bien podría trabajar como camarero en un bar de tapas normal, Paco ponme una caña con una tapita de chicharrones... marchando una de chicharrones.

Nunca se me hubiera ocurrido relacionar a este hombre con la fila de chavales de no ser por la mueca que realizó justo cuando se cruzó conmigo, mientras él observaba la fila de jóvenes que yo había dejado atrás. Hizo un gesto como de, qué es esto, en dónde me voy a meter a pedir trabajo con toda esta peña tan emperifollada. Fue el gesto lo que le delató y me hizo volver la mirada atrás una vez lo rebasé, para confirmar mi corazonada.
Llamémosle Paco, en vez de seguir directo hacia la fila, viró cuarta a estribor, abandonado la acera e invadiendo la calzada como si le hubiera entrado vértigo de repente. Titubeó un poco y de nuevo corrigió cuarta a babor para acabar atracando al final de la fila de la chavalería de diseño, con sus pelados de diseño, su ropa de diseño y su comportamiento de diseño… y Paco con sus pintas y sin la hoja plastificada con el currículo.

Mal lo llevas Paco, pensé mientras proseguía mi camino cerca de las murallas de San Carlos, vas a pedir trabajo en el tajo equivocado. De nada te servirá la maestría que tienes echando cañas, ni el palique que le das al cliente mientras pones la tapa de chicharrones y las olivas encima de la barra. No llevas el look adecuado salvo que optes por entrar en el local para pedir curro como peón de albañil y trabajar con la cuadrilla que está haciendo la reforma.
Me entraron ganas de dar la vuelta y hacer piña con Paco colocándome junto a él en la fila. Él con su aspecto, y yo con el mío, también descatalogado y para más coña con 53 tacos, una Letherman en el cinto, y sin tener ni puta idea de cómo se prepara un Bloodymaría de las Mercedes. Solo por joder.

Realicé unas gestiones en el centro, y al cabo del rato regresé a por el coche. Volví a pasar por el mismo lugar. La cola de jóvenes era bastante más larga, todos vestidos a la moda cumpliendo con los estándares de los locales de moda, una fila que contrastaba con los operarios que trabajaban en la remodelación del local… currículos, peinados de moda y chispas de radial, todo un contraste.
Pero de Paco ya no había ni rastro, ni de nadie con semejante perfil. Desconozco si llegó a entrar o se lo pensó mejor y se marchó, aunque hubiera estado bien que por una vez, si Paco fuese cojonudo en los suyo, lo hubieran seleccionado por lo que sabe hacer, en vez de por su apariencia. Paco ponme un Bloodymaría  de las Mercedes y sé generoso con los snacks… marchando una de snacks.

J.M. Arroyo




jueves, 5 de noviembre de 2015

LA FALACIA DEL I+D

Nos bombardean continuamente con el I+D. Los tecnócratas insisten en que es indispensable orientar el estudio de las nuevas generaciones, hacia las nuevas tecnologías, como si esa fuese la panacea para resolver, por ejemplo en España, el problema del desempleo. Es cierto que a mayor tecnología, hay mayor competitividad, pero que yo sepa, ser competitivos no tiene porqué implicar que haya más trabajo para todo el mundo y que esté bien remunerado, más bien todo lo contrario.

“La productividad aumenta con tecnología y con mejoras organizativas”

Eso lo dice un catedrático de economía, un tal Niño Becerra, no yo. No hay que ser catedrático para entender semejante afirmación, es de sentido común. Si tienes maquinaria que fabrica más rápido y mejor, y además la producción está debidamente organizada, es lógico que aumente la producción y que por tanto se seas competitivo. ¿Pero implica eso mayor creación de empleo? No, porque donde antes hacían falta diez operarios, ahora solo hacen falta tres, eso sí, muy cualificados, razón por la cual nos quieren vender la moto de que todos deberíamos cualificarnos al máximo, como si esa fuera la salida al problema que tenemos planteado.

Lo que sucederá es que tendremos legiones de empleados cualificados y licenciados de todo tipo haciendo cola en el INEM, porque las empresas altamente tecnificadas cada vez precisarán de menos personal, y como la oferta de trabajo será menor que la demanda de empleo, habrá personal cualificado a patadas dispuesto a trabajar por sueldos de miseria. Ese es el futuro al que nos aboca la tan laureada tecnología, cuyas consecuencias empiezan a hacer mella en la vieja Europa y en los Estados Unidos, desde que ha llegado al alcance de todo el planeta.

La solución a todo esto podría provenir del sol, si provocara una tormenta solar sin precedentes que fulminara los fusibles de tanta tecnología. Un apagón brutal con consecuencias catastróficas que nos hiciera tomar conciencia de que tanto avance puede llegar a superar nuestras expectativas de supervivencia.
A lo mejor así, y siempre que el cerebrito de turno no metiera la pata con un nuevo invento tecnológico, podríamos restituir antiguos puestos de trabajo, no tan productivos, pero que nos permitieron trabajar dignamente en décadas pasadas, en las que si por ejemplo, te embarcabas en un buque, trabajabas duro pero te compensaba  con un sueldo digno y la posibilidad de un retiro tranquilo, y había para todos.

Al final el I+D apartará del mercado (de hecho ya lo está haciendo) a los que no estén cualificados, y se surtirá de un ejército de personal cualificado que trabajará por sueldos de miseria, porque el sistema no precisará de tanto personal, porque donde antes se precisaban fresadores, engrasadores, cortadores, ajustadores, delineantes, proyectistas… ahora solo se requerirá un operador de computadora para el robot de marras y para de contar. Y en la puerta de la empresa habrá cincuenta mil operadores de estos, esperando a que el que está dentro diga esta boca es mía y lo echen a la puta calle. Además, ¿Para qué producir tanto si al final solo podrán comprar lo que se produce unos cuantos?
Ese el futuro que nos depara el I+D estando como están las cosas en manos de gentuza sin escrúpulos.

J.M. Arroyo



miércoles, 4 de noviembre de 2015

LOS BOTÍN Y SU BOTÍN… UNO, DOS, TRES.

Seguramente estaréis orgullosos, familia Botín, orgullosos por vuestra cuenta de resultados, por vuestro éxito, provocando una gran revolución en el mundo de las finanzas, y por seguir las premisas de vuestros antepasados, banqueros también, que sentenciaron dichos como “hay que devorar antes de que te devoren” o “quien da primero da dos veces”.
Los Botín hacéis honor  vuestro apellido, hacéis botín actuando como corsarios. Os aliáis con los grandes, y respetáis a los gobiernos de turno para que os concedan la patente de corso, da igual que sean de derechas o de izquierdas, podéis comprarlos a todos. Y con esas, doráis la píldora a los poderosos y os ensañáis con los más débiles, porque se trata de rascar de todo aquello que se ponga a tiro, en unos casos con sutileza, y en otros, como en el mío, con saña y desprecio.

Mientras todo fue bien, mientras os surtía de efectivo para que lo utilizarais en vuestras actividades de ingeniería financiera, mientras teníais asegurada mi nómina, mis ahorros y mi plan de pensiones, me hacíais el “favor” de no cobrarme tantas comisiones, aunque siempre habéis rascado algo, a pesar de que jamás dejé un descubierto en mi cuenta. Y cuando os pillaba en el receso, os derretíais en disculpas y me retrotraíais los cuatro euros de marras, de esto y de aquello.
Pero ahora, uno, dos, tres, las cosas han cambiado. Los mismos que os dieron la patente de corso para hacer lo que os viniera en gana, dejaron la corona en bragas, y nos desarbolaron las naves. Ya no hay trabajo digno, ni dinero, ni futuro, porque estos hijos de puta tiraron al aire con pólvora del pueblo, y vosotros también. Para colmo nos tocó rescatar, si no a vosotros, sí a vuestros colegas, y no me cabe la menor duda, de que si ustedes hubieran hecho agua, también nos habría tocado rescataros.
Por esa razón ya no tengo una nómina regular, si quiera, testimonial, me han dejado los palos, las vergas y las jarcias hechas trizas, y aun así me mantengo a flote, dirigiendo la nave a duras penas, con una cangrejera hecha girones.

Pero no contentos con eso, ahora llegáis vosotros con vuestra poderosa escuadra, y me largáis traicioneramente, uno, dos, tres, andanadas a mi línea de flotación, cobrándome comisiones hasta por pagar a los demás por decreto ley. Os pido explicaciones y me contáis que han cambiado las reglas, así, sin más, y habéis ampliado las aguas territoriales por la cara. Y lo hacéis con el beneplácito de esos gobiernos a los que comprasteis la patente de corso, que se las han arreglado para que, por decreto, nos veamos obligados a no poder prescindir de vuestros servicios, para tener que navegar a la fuerza por vuestras infectas aguas, dicen, que para controlar el fraude. Ya no podemos cobrar de las empresas en cheques al portador, ni en efectivo, y tampoco podemos pagar en ventanilla determinados recibos, y en breve, gilipollas que somos, se las arreglarán para que todo el mundo pague con tarjeta, o con el teléfono móvil, de manera que vuestros “servicios” quedarán impuestos definitivamente y estaremos sometidos absolutamente a vuestra tiranía, no sea que cometamos fraude contra quienes nos defraudan por sistema.

Sin duda os habéis asegurado el botín, familia Botín, ustedes y otros como ustedes, que constituyen esa mezquina escuadra de banqueros, que no contenta con obtener enormes beneficios en los grandes negocios financieros, también os ensañáis con los más desfavorecidos, aunque como en mi caso, hayamos sido clientes fieles durante más de 30 años, dando más que recibiendo. Os habéis pasado la fidelidad del cliente por la quilla, una enorme quilla llena de escaramujo que desgarra la piel del condenado, esa miseria que pretendéis ocultar en la obra viva de vuestros pomposos navíos, mientras lucís una obra muerta lustrosa e impecable, llena de adornos dorados, gallardetes y estandartes, toda esa tontería que os caracteriza, frágil dignidad que se os escurre hacia las sentinas, como la mierda que es, a poco que se os observe con detenimiento.

Hemos navegado juntos durante todo ese tiempo, más a la fuerza que por conveniencia, y ahora, sin previo aviso, uno, dos, tres, cambiáis las normas, izáis la bandera corsaria, y me largáis una andanada tras otra. Eso sí, os habéis cuidado de cambiar primero a los artilleros antiguos, aquellos que con el trato diario, empatizaron con nosotros, no sea que por empatía disparen al agua deliberadamente en vez de a la línea de flotación. Habéis instaurado en vuestra gente el si te vi no me acuerdo, y cuando entras en la sucursal de toda la vida, ya no conoces a nadie.
Y a pesar de todo, estaréis orgullosos, familia Botín, y seguros de que iréis al cielo, porque desde vuestra mísera percepción pensáis que todo puede comprarse, incluso a Dios. Dios, según vosotros, debe estar encantado con vuestras acciones humanitarias, con vuestros valores, uno, dos, tres, a Dios rogando y con el mazo dando, quien da primero da dos veces, hay que devorar antes de que te devoren…

Pero me da que acabaréis pudriéndoos como todo mortal, pero de un modo indigno, y de nada os servirá vuestro botín, familia Botín, el muerto al hoyo y esas cosas. Mas, ¿A caso sabéis qué es la dignidad? Uno, dos, tres…

J.M. Arroyo

PD: Quien quiera saber de qué va eso de uno, dos, tres, que le eche un vistazo a la publicidad del banco Santander.




lunes, 2 de noviembre de 2015

AGRICULTOR DE PURA CEPA

Lo vi desde cierta distancia, laborando con el viejo John Deere, y a medida que me fui acercando, reparé en algunos detalles que despertaron mi curiosidad.

Es temporada de la recolecta del algodón, y las grandes cosechadoras, evolucionaban de aquí para allá, apilando la cosecha en su jaulas, para después volcarlas en los camiones articulados que se ocupan de distribuir el producto por el resto del territorio nacional. La maquinaria a la que me refiero, era de última generación, de estas que están dotadas de toda suerte de adelantos, incluido el GPS, maquinaria operada generalmente por la nueva generación de agricultores, que si bien, continúan trabajando duro, nada tiene que ver la dureza de su trabajo, con la que tuvieron que sufrir sus progenitores, tanto mujeres como hombres.

Este agricultor tenía el aspecto de ser uno de aquellos. Lo delataban los surcos de su rostro, un rostro arado por la acción del sol durante el tórrido verano, y del frío durante el invierno. Manos recias, encallecidas y con luto en las uñas, comidas de tierra y grasa. La indumentaria al uso de los agricultores de décadas ya lejanas, con su pantalón de tergal, su camisa blanca de cuadros o de rayas, su gorra campera, y unas zapatillas de lona. Su cigarrillo de tabaco negro, de los de liar, y ese temple tan particular, una mezcla de rudeza, resignación y dignidad.

Estaba realizando tareas menores con su viejo tractor, un John Deere de color verde, la única seña de identidad de la marca que le quedaba. Le faltaban los letreros de la marca, todas las luces, incluidos los faros delanteros, y las rejillas de protección del motor. En la parte delantera montaba un mecanismo hidráulico para accionar una pala de carga o similar, que no llevaba, y en la parte trasera, una desbrozadora circular, parecida a la que se utiliza para cortar el césped, pero en este caso más grande y potente, para desbrozar vegetación más recia.

La labor que realizaba era precisamente de desbroce. Estaba desbrozando zonas de cultivo de algodón que no se habían reproducido de acuerdo con los estándares, de ahí que no se requiriera una maquinaria más moderna. Pero con todo, el agricultor realizaba su trabajo con absoluta profesionalidad, de manera metódica. Ese gesto que realizaba con su mano izquierda, no se debía a que fuese a quitarse o ponerse el cigarrillo de la boca, estaba señalando su punto de referencia para mantener el tractor alineado con el patrón de desbroce que estaba siguiendo.

El hombre me sabía allí, observando discretamente cámara en mano, pero él iba a lo suyo. No desperté en él ningún vestigio de vanidad, como sucede cuando apuntas a alguien con una cámara y acaba posando cuando se siente protagonista de la escena. Eso me permitió retratarle en su esencia, tirando de focal para no estar demasiado encima. Me atrajo, como digo, su genuino proceder de agricultor de pura cepa, de vuelta de todo y camino de la extinción, como su viejo John Deere, que no entiende GPS, ni atiende a ITVs, laborando dignamente con todas sus cicatrices.

Después de observarlo durante un rato y de disparar algunas fotos del modo más discreto posible, me levanté y reemprendí mi camino, justo cuando él venía de vuelta encontrada. Fue entonces cuando levanté mi mano para saludarle, y fue entonces cuando él levantó la suya para corresponder a mi saludo, como mandan las buenas formas. Adiós, que tenga usted una buena tarde, agricultor de pura cepa.

J.M. Arroyo