lunes, 12 de noviembre de 2018


OFERTA DE TRABAJO

-Buenos días ¿Fulanita de tal?
-Sí, dígame.
-Le llamo de la oficina de empleo de Albuñol (Granada) en relación con un puesto de trabajo que ofrece la Diputación de Granada para el pueblo de Sorvilán.
-¿Sorvilán? ¿Dónde está eso?
-Pues donde Cristo dio las tres voces camino de las alpujarras.
-Y dígame, en qué consiste el trabajo y cuáles son las condiciones.
-Pues mire, es un puesto de técnica de orientación social, trabajaría dos días a la semana y el sueldo sería de 380€ al mes brutos por un periodo de 14 meses, quien sabe, si ampliables.
-¿Usted sabe que yo vivo en El Puerto de Santa María, que está a 380 km de esa localidad?
-Sí, pero aquí dice que usted está disponible para trabajar en cualquier punto de Andalucía.
-Claro, pero para que eso sea factible tendrán que cumplirse una serie de condiciones básicas. Simplificando mucho, que pueda costearme el viaje hasta allá, pagar el alquiler de un piso o una habitación previo adelanto de la fianza correspondiente, y si es posible, comer, aunque sea una comida al día. Si revisa mi expediente, soy parada de larga duración, con el agravante de ser mujer y mayor de 54 años y tengo la economía más tiesa que una mojama.
­-Sí, tiene usted razón, pero le recomendamos que modifique su perfil en su oficina de empleo.
­-Lo he actualizado recientemente por enésima vez, y a pesar de ello, después de una dilatada trayectoria profesional de cerca de 30 años, seguía figurando como estudiante. Pero si es necesario iré otra vez, por supuesto, a ver si el funcionario de turno atina con la tecla.
-Bueno, de todas formas no se preocupe, le perdonamos la vida y no la penalizaremos por rechazar esta oferta.
-Es de agradecer. A ver si para otra me llaman de la Diputación de Cádiz, pero a ser posible, que no me manden a Villaluenga del Rosario, allá donde Cristo bebió agua cerca del Llano del Republicano, nos por ná, es que me pilla a 105 Km y con tramos de montaña. Si hay que ir se va, pero ir pa ná…


Conclusión: Si esas son las condiciones de trabajo para una “técnica de orientación social”, me pregunto cuáles serán las posibilidades de integración social de los asesorados en este país maravilloso.




miércoles, 7 de noviembre de 2018


LO VI SENTADO EN UN BANCO

Lo vi sentado en un banco, bajo una farola que iluminaba con desidia, un banco de color verde esperanza ya descolorido y rasgado por mil navajas.
El hombre estaba desaliñado, aunque no sucio, chapa oxidada pero no podrida.
Tenía la mirada de la milla, esa en la que nadie repara, esa capaz de perforar hormigón armado sin hacer ruido.
Parecía un rifle sin mira, con el ánima sucia, parecía pólvora mojada, por ende inservible.
Era como barco embarrancado en un islote alejado de las rutas marítimas.
Estaba ausente, tanto que a buen seguro ni se le esperaba.
Tras él una entidad bancaria, a esas horas fuera de servicio, y en sus cristales, anuncios publicitarios haciendo apología del capitalismo.
En los mismos cristales, un reflejo, el de los  faros de los coches pasando entre agua en suspensión, el del hombre sentado en el banco y el mío mirando de soslayo.
Entonces caí en la cuenta… podría ser yo, podría ser cualquiera.

jueves, 1 de noviembre de 2018


LLAMANDO A LAS PUERTAS DEL CIELO

Lobita y yo recorríamos en bici cierto paraje cuya ubicación no voy a reseñar por la salud del mismo, no sea que lo declaren patrimonio de algo y lo sentencien a la degradación por masificación. En estas vimos un ejemplar joven de cigüeña detenida a un lado de la pista, que al vernos puso poco empeño en quitarse de en medio, algo bastante inusual.
Bajamos de las bicicletas, y cámara en mano, me aproximé a ella cautelosamente con la intención de hacerle alguna foto antes de que pegase el voletío, pero no lo hizo. Me percaté de que estaba visiblemente enferma,  lo suficientemente débil como para no poder emprender la huida, que hubiese sido lo de esperar. A lo más que llegó fue a dar algunos pasos  para mantenerse a cierta distancia de mí, pues el instinto es el instinto incluso en el umbral de la muerte. Me conmovió su quejoso caminar y decidí evitarle cuanto menos esa molestia, o mejor dicho, ese sufrimiento, así que me detuve y la fotografié respetando la distancia.
Son las reglas de la madre naturaleza, femenina pero implacable, así es la selección natural que asegura la pervivencia de las especies. Aquí no valen la adopción ni los cuidados paliativos en un centro veterinario, adopta una cigüeña y esas cosas. A ésta le tocó sacar y sacó el palito más corto de la evolución, eligió cara y salió cruz, quiso, no pudo y allí quedó, abandonada a su suerte mientras sus compañeras volaban alborotadas a lo suyo, entre impresionantes nubes de evolución, aves rebosantes de vida que también morirán pero en otro momento, después de cumplida su misión. Los débiles deben apartarse de la senda para no poner en peligro la supervivencia de la especie con su genética deficiente.
Tomé la foto y al visionarla me acordé de aquella secuencia de la película “Pat Garrett& Billy the Kid” en la que, herido de muerte, el ayudante del Sheriff Pat Garrett se acercó a la orilla de un río y se arrodilló para esperar su final ante la mirada lacrimógena de su compañera María, que lo sabía sin solución de continuidad, escena épica en la que suena el célebre tema de Bob Dylan “Knockin´on Heaven´s Door” que compuso expresamente para la misma.
En la foto, una inmensa nube de desarrollo vertical parece prepararse para acoger entre algodones a la repartidora de bebés que nunca llegará a volar a París, mientras sus compañeras revolotean en la lejanía como si estuviesen llamando a las puertas del cielo para que recibiera a la joven cigüeña de corto recorrido que espera en tierra de mortales, paciente y resignada, su prematuro final.
Entre tanto nosotros no pudimos más que limitarnos a interpretar el rol de María en la película de marras, contemplando su final sabiéndola sin esperanza. Polvo somos y en polvo nos convertiremos. Lobita y yo montamos en nuestras bicis y nos marchamos. Allí quedó la cigüeña, muriendo en paz.




viernes, 19 de octubre de 2018


Querida hija, a veces se apaga la luz del faro que nos guía y el sonido de su sirena cesa en plena neblina. Te sentirás perdida, pero si agudizas el oído, podrás escuchar el batir de las olas en la rompiente y alejarte para que no te destroce. Cuando vuelva la luz, caza la escota, retoma el rumbo y sigue adelante, la mar será tuya.
Tu padre.

jueves, 4 de octubre de 2018


LAS ÁNIMAS.

Fumando espero por desespero, harto de todo y de nada, harto de la espera y de la desesperanza.
Fumando espero a que lleguen las ánimas. Mi tiempo pasó, se perdió, se esfumó, llegó mi hora.
Fumando espero a que me lleven con ellas para continuar la espera eterna, en el purgatorio, o vagando por un agujero de gusano.
Fumando espero, ya las veo, a las ánimas, paso lento pero inexorable, implacables como las levas que reclutan marineros para galeras.
Fumando espero, esto se acaba, se acaba el cigarro, se disipa el humo, se disipa mi vida, es el principio breve de un fin inminente.

NOTA: Para no alarmar a familiares y amigos, aunque esté escrito en primera persona, yo no fumo, ni espero, ni desespero, solo me cabreo a veces por salud mental, cual válvula de escape de olla a presión, y surco el océano de la existencia capeando temporales y disfrutando de las calmas. Fumar perjudica la salud, y esperar, también.  




miércoles, 3 de octubre de 2018


HOMBRE FUMANDO.

Callejón  Cardoso, a pocos metros de la Plaza de la Cruz Verde, Barrio de San Juan, casco antiguo de Cádiz. Las sombras de la tarde empezaban a alargarse, el contraste entre éstas y las luces era fuerte y apenas podía reconocer los rostros con los que me cruzaba mientras caminaba hacia donde el sol buscaba su acomodo.

Lobita iba delante, disfrutando a su manera de su Cádiz natal, rememorando su infancia por esas callejuelas, sensible a los cambios que se han producido, cambios en los que “ese señor de Cuenca”, como Lobita me llama, no alcanza a reparar a pesar de ser gaditano por los pelos.

Cuando callejeamos por esos barrios me suele contar que si lo de ahí otrora fue una mercería, que si lo de acá era un puesto donde se intercambiaban novelas usadas, que lo de más allá había sido un ultramarinos… Y mira ahora, está cerrado a cal y canto, o en manos de los chinos, eficientes pero fríos como un congelador… La globalización, la pérdida de la esencia, del olor a pan de horno, a serrín o a droguería, de aquellas que vendían perfumes a granel. La nostalgia de un pasado que probablemente tengamos idealizado y esas cosas.

Yo iba detrás, a lo mío, reparando en otros detalles cámara en mano, y reparé en este sujeto, o más bien en el humo que generaba, así que me pegué a la pared por mi lado de babor y me dispuse a robarle el alma con discreción y a discreción, porque la escena, a pesar del pronunciado contraluz o gracias a él, prometía.

Me resultaba imposible encuadrar por el visor, era una temeridad intentarlo porque el chorro de luz proveniente de poniente podía provocarme daños en los ojos, así que tuve que recurrir a visionar a través de la pantalla LCD. También me costó ajustar los parámetros. Tomé como referencia las luces altas para no marear la perdiz y centrarme en el sujeto que generaba las volutas de humo, sentado en el escalón de un portal o casapuerta como diría un gaditano.

Sería una tontería escribir sobre lo que me transmitía la escena en esos instantes, pues no podía dar más de mí que intentar captarla decentemente y sin incomodar al personaje. Solo intuía que transmitía algo, cuanto menos, fuerza mezclada con sensación de nostalgia. Fue después, al visionar la secuencia en la pantalla, cuando descubrí otros personajes que emergían de  entre las sombras, personajes en los que no reparé cuando disparaba y que también me sugieren historias sobre las que quizá elucubre más adelante. De momento lo dejo en esto… hombre fumando.




EL HUMO SE ESFUMA

El humo se esfuma, como las horas del hombre que fuma. Se esfuman las horas, se esfuma la vida que le roba el humo del cigarrillo que fuma.
Tal vez no hay nada mejor que hacer que contemplar el paso de la gente sentado en el escalón de una casapuerta, gente que se disipa en las sombras, gente que se esfuma como el humo del cigarrillo que fuma.
Tal vez se esfumaron el trabajo, las esperanzas y las ganas de luchar en una ciudad castigada por la falta de tejido industrial, tejido que se esfumó como el humo del cigarrillo que fuma.
Tal vez sea el simple placer de la vida contemplativa, de la observación del pasar de la existencia, de la gente, del esfumarse el humo entre las personas. El efecto del humo, combinado con la luz del lubricán, genera una extraña atmósfera que envuelve a los transeúntes, que acaban esfumándose en las sombras como el humo que las envuelve.
El humo se esfuma como la vida que consume el cigarro del que fuma sentado en el escalón de una casapuerta.



domingo, 2 de septiembre de 2018


JAB PARDO DE SANTAYANA Y EL VERDERÓN.

Mi amigo Víctor, guasón, de humor inteligente y sano, se ha dirigido a mí alguna vez como Jab Pardo de Santayana, en las ocasiones que he subido fotografías de especies animales, contando detalles sobre las circunstancias en las que las tomé. Quien haya sintonizado Radio 5 (RNE) probablemente habrá escuchado un apartado dedicado al mundo animal, presentado por José Ignacio Pardo de Santayana, entre otras cosas, ornitólogo, naturalista, director del Zoo de Santillana del Mar (Cantabria) y excelente comunicador que relata de forma amena, sus experiencias con el mundo animal. Pero ya quisiera yo estar a la altura de ese señor, platico como ninguno en esta materia y en otras.

Siguiendo un poco la broma de mi querido amigo, voy a contaros las circunstancias en las que tomé la fotografía que os muestro aquí, del verderón común (Chloris chloris) del orden de los paseriformes.
Estaba en mi casa a media mañana de primeros de agosto, cuando el canto persistente y cercano de un pájaro llamó mi atención. ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! A lo que otro pajarillo más alejado respondía ¡Chitchuitchit!... O algo así. Podéis escuchar el canto en este enlace, que siempre será más fiable que mi onomatopeya.


El sonido del pájaro más cercano provenía de la ventana del cuarto de mi hija Gloria, que está al alcance de la mano de un falso pimentero (Schinus molle) en el que, en otras ocasiones, he podido fotografiar a otros pájaros. Me asomé con precaución, pero el alado detectó mi presencia y pegó la espantada. En previsión de que volviese, bajé un poco la persiana veneciana, me proveí de una red mimética y preparé la cámara montando el 100-400 mm.
Al poco, de nuevo… ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! con la correspondiente respuesta del otro pájaro, que sonaba más distante. Así que, prevenido y enmascarado con la red, localicé al pajarillo desde la umbría de la habitación, y me aproximé con sigilo hasta el alfeizar de la ventana, asomando mínimamente el objetivo. Había unas ramas por delante del pájaro, que le dificultaban mi localización, pero a su vez me complicaba las cosas para enfocar los ojillos de lo que después identifiqué como un verderón.
   
¡Chiuiií! ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! y réplica del otro pájaro, mientras que el autofoco del objetivo se volvía loco con la rama que oscilaba, interpuesta entre el pajarillo y yo. ¡Clack! ¡Clack!... El claqueteo del disparador de la cámara llamó la atención del verderón, pero debí estar bien enmascarado, y pese al mosqueo, mantuvo su posición. ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! ¡Clack! ¡clack¡ Y así, fui dando cuenta del verderón y de su bonito cantar, por el cual resulta muy codiciado, mal asunto para la especie.

Finalizada la sesión fotográfica, me aparté de la ventana con el mismo sigilo para no espantar al pájaro, que tenía pinta de estar en su fase reproductiva, y allí siguió casi toda la mañana… ¡Chiuiií! ¡Chiuiií! ¡Chiuiií!
Quiso la casualidad que esa misma mañana me llamase por teléfono Víctor. Le conté la movida, volvió a dirigirse a mí como Jab Pardo, y  pudo escuchar al verderón por el teléfono, razón de más, querido amigo, para que te dedique este capítulo de Jab Pardo de Santayana sobre el verderón común.



martes, 7 de agosto de 2018


LA PERRA QUE CAYÓ AL CANAL
(Extraído de mi diario con fecha 1 marzo de 2016)

Era una tarde de otoño, fría pero soleada, y yo había salido con la bicicleta para hacerme unos kilómetros. Serían las cinco y pico cuando circulaba por una vía de servicio conocida como Carretera del Canal, localizada al norte del Término Municipal del Puerto de Santa María, casi lindado con el de Jerez. Como su nombre indica, la vía de servicio discurre paralela a un canal de riego, en su mayor parte del trazado, de sección trapezoidal, de unos seis metros de ancho en su parte superior, unos dos en su parte inferior, un desnivel de dos metros y pico, y taludes de unos 45º. Pese a ser una zona con riesgo de caída al mismo nivel, el canal no estaba protegido por ninguna valla, de manera que en más de una ocasión han caído al canal animales y personas, éstas, con vehículos incluidos.

Como decía, circulaba por la vía de servicio en dirección NW tirando hacia la carretera del penal, y fui adelantado por un tractor que poco después rebasé porque  estacionó precariamente en la margen junto a la cual discurre paralelamente el canal, a poco más de un par de metros. Esto fue a la altura de una zona de cultivos conocida como Hinojosa Alta. Al rebasar el tractor escuché una voz que me llamaba con insistencia y algo apurada… ¡Oiga! ¡oiga!

Pensé, joder, el tractorista ha parado para aliviar la vejiga  y se ha caído al canal, porque la voz provenía de allí. Inmediatamente frené, me di media vuelta y me dirigí hacia el tractor, comprobando que el problema no lo tenía el tractorista, sino una vieja perra de caza que había caído al canal, en esos momentos con agua y bastante corriente, pues estaban en plena fase de regadío.

El tractorista me pidió ayuda para intentar rescatar a la perra cazadora, la cual iba acompañada de un par de perros más jóvenes, que alterados, ladraban en la otra orilla del canal. Debían haber estado persiguiendo a una liebre o similar, especulé, y en un viraje cerrado, la perra debió resbalar y cayó al canal. En un primer intento, nos afanamos en tratar de enganchar a la perra con las manos por el collar, pero no nos daba la longitud de los brazos. El tractorista sacó de su caja de herramientas, unas llaves fijas de codo de grandes dimensiones, y de nuevo intentamos engancharla. Inteligente como ella sola, la perra procuraba acercarse a nosotros sabiéndonos su única posibilidad, aunque la fuerte corriente le complicaba la maniobra. Nuestros intentos para alcanzarla eran infructuosos, a pesar de que el tractorista me tenía agarrado por las piernas para acercarme más a la superficie del agua. La perra empezaba a agotarse y se limitaba a nadar en círculos para mantenerse a flote, mientras que los perros que la acompañaban, ladraban cada vez más alterados, intuyendo tal vez que su compañera estaba en trance de cascar.

Como con la llave de codo no llegábamos, preparamos una larga rama con una horquilla para tratar de pescarla, pero la perra ya no podía más y no atinaba a acercarse, la arrastraba la corriente. Súbitamente comenzó a aullar desesperada, sabiéndose desahuciada, fue como si gritara, tíos, no puedo más, haced algo que me voy al garete sin remisión. El lamento me conmovió, una llamada de atención desesperada que difícilmente podía dejar pasar por alto. Dije lacónico, va a cascar.
Evalué rápidamente la situación y me sentí capacitado para controlarla sin correr excesivo riesgo a pesar de la fuerte corriente, al margen de pillar una infección, así que decidí saltar al canal, dejándole muy claro al tractorista, que para poder salir de allí, tenía que contar con él, pues la pendiente de 45º era muy resbaladiza y no tenía dónde agarrarme, a menos que me dirigiese a una zona distante unos 300 m, donde había unos arbustos cuyas ramas colgantes podían servirme de asidero.

Así pues, me quité el corta vientos y la camiseta, y con los pantalones cortos y los zapatos puestos, me deslicé por el talud y me introduje en el canal, que no era precisamente de aguas cristalinas, sino de un denso color verdoso, sucia a más no poder. Tampoco me la esperaba tan condenadamente helada, así que maldije al verme sorprendido por el choque térmico. Sin perder un segundo, caminando, pues el agua me llegaba por la cintura, cogí a la perra en brazos y se la alcancé al tractorista, no sin problemas, pues la corriente era bastante fuerte y me hacía perder el equilibrio.




La perra cazadora, fotografiada por Lobita después del incidente.

A salvo la perra, el tractorista me alcanzó la rama que preparamos y salí del canal desollándome las rodillas con el hormigón, un problema menor, de no ser por la pésima calidad de las aguas y la mierda que había en el fondo del canal, ratas ahogadas y demás, lo que suponía un foco de infección. La perra, como dije al principio, vieja y con las tetas descolgadas, no podía tenerse en pie, supongo que por el terror experimentado y por el frío que le atenazaba. Yo también estaba aterido de frío, pero pensé, cuando el tractorista se lleve a la perra, entraré en calor pedaleando con la bicicleta. Qué equivocado estaba.


El tractorista me dijo, me voy que llego tarde, y allí nos quedamos la perra y yo con cara de póker mientras el tractor se alejaba por la carretera. No me sentía capaz de abandonarla en aquellas condiciones, desorientada, tiritando de frío, al lado del canal junto a la carretera. La cogí de nuevo en brazos para trasladarla al otro lado de la carretera, pues la pobre no atinaba a caminar, y maldiciendo en arameo, empecé a darle vueltas al asunto para ver qué podía hacer con el animal, en esas circunstancias, poco, porque estábamos en mitad del campo, y yo no podía tirar de ella y de la bicicleta a la vez. A todo esto, el tractorista olvidó en el suelo el par de herramientas que utilizó para intentar rescatar a la perra, las cuales recogí con intención de devolvérselas en otro momento, a pesar de dejarnos en la estacada.

Decidí llamar a Lobita: Mira, que estoy en la carretera tal, a unos 7 km de casa, que te traigas una manta, un cabo y un mosquetón… una perra… cayó al canal y la saqué… una toalla para mí… ya te cuento.
Al cabo de unos 15 minutos llegó Lobita con cara de, a ver lobillo, en qué fregado te has metido. Le expliqué la situación, abrimos el maletero, colocamos sobre la manta a la perra cazadora, y empezamos a realizar gestiones para ver si dábamos con su dueño. Entre tanto, al otro lado del canal, los perros que la acompañaban seguían ladrando sin poder cruzar, pues los pasos de vadeo estaban bastante alejados.

Peguntamos en un par de casas cercanas, pero no les sonaba la perra. Pasó también Gaspar, el forestar que vigila la zona, y tampoco, además  no estaba dispuesto a cargar con el marrón de la perra. En vista de que no dábamos con nadie, llamamos al 112 y estos nos dijeron que llamásemos a la Policía Local, pero nos dijeron que solo podían limitarse a comprobar si tenían chip, algo que la perra, campera a más no poder, no tenía, ý aunque en el collar había una inscripción, era ilegible. Pensé en llevarla a casa provisionalmente, pero cuando se lo sugerí a Lobita y vi su rictus de desaprobación, desistí, no fuese que acabase perdiendo las partes berrendas.

El sol declinaba un par de horas después camino de su puesta, y seguíamos dando vueltas con la perra en el maletero con la puerta abierta, Lobita conduciendo el coche, y yo detrás en la bicicleta. Observamos que la perra parecía recuperarse, incluso que estaba encantada con el paseo en el balcón rodante. En vista de que no dábamos con nadie que pudiera hacerse cargo de la perra, y a la vista de que sus instintos parecían despertar, se me ocurrió regresar al lugar donde rescatamos a la perra, cruzando con ella al lado de la orilla desde donde cayó, donde ladraban los perros que la acompañaban, que ya no estaban. Allí la bajé del coche, le puse el mosquetón con el cabo a modo de correa, y dejé que ella eligiera una dirección hacia dónde caminar, dejando el cabo flojo.

Al poco rato, la perra empezó a olisquear el terreno con profusión y con las orejas tiesas, y de vez en cuando levantaba la cabeza mirando hacia la lontananza como si supiese lo que buscaba, así, con una de las patas delanteras replegadas, como hacen los perros de caza cuando atisban a una posible presa. Me dio la impresión de que conocía bien el territorio, y puesto que ya estábamos apartados del canal y de la carretera, optamos por soltarla a ver qué hacía. La perra cogió un rumbo determinado de manera decisiva, al NE para ser preciso, caminando al trote por un campo de labranza en barbecho. Se fue distanciando de nosotros, se paró un instante, nos echó un vistazo como diciendo, gracias por todo, ahí os quedáis, y se marchó presta, campo a través, en dirección a un cortijo que había en la lejanía, una distancia nimia para una perra avezada y ágil pese a su edad.
Llegamos a la conclusión de que nuestro cometido había terminado, que hicimos lo que estuvo en nuestras manos, y que a la perra, inteligente y con sus instintos de cazadora intactos por el tipo de vida que llevaba, había que darle un voto de confianza, algo que no habríamos podido hacer con un perro de ciudad de los de hoy día, de estos que miman al extremo destruyéndoles cualquier vestigio de su instinto natural, lo cual los imposibilita para arreglárselas por sí mismos.

El sol se puso, era hora de volver a casa para darme una buena ducha de agua caliente y desinfectarme las mataduras, y aún me quedaban unos cuántos kilómetros en bicicleta. El olor a heno, la suave brisa de poniente favorable a mí marcha, y la satisfacción del deber cumplido para con mi consciencia, me allanaron el terreno, aunque seguía tieso de frío con parte de la ropa empapada. Era el segundo perro que sacaba de ese canal, pues anteriormente, en colaboración con otros ciclistas, sacamos a otro perro, aunque aquella vez el canal no llevaba agua.

En cuanto a las herramientas del tractorista, aunque me cabreó que me dejase en la estacada, a pesar de haber sido él quien solicitó mi ayuda, me sentí con la obligación moral de devolvérselas. Al día siguiente localicé su tractor en un cortijo después de hacerme unos cuantos kilómetros en coche por la zona, y se las devolví. A fin de cuentas, de poco me servirían llaves de codo de ese tamaño, llaves caras por  específicas, para emplear en maquinaria pesada, que si hubiera sido una 10/11 se las iba a devolver Rita la cantaora.




lunes, 30 de julio de 2018


DECATHLONOBSOLESCENCIA PROGRAMADA.

Sin duda Decathlon es una experta en estos menesteres, me refiero a los productos con obsolescencia programada. Como muestra, estas botas con suela Vibram, otrora marca de prestigio. Se observa en la foto que adjunto, que las botas en general está en buen estado, pues a estas en particular, no les he dado mucha tralla, pero la suela se despegó completamente en el momento más inoportuno.

En otro tiempo, una suela despegada se volvía a pegar con un buen pegamento de contacto, pero en este caso es imposible porque la base sobre la que asienta la suela, una espuma de no sé qué compuesto, se ha desmoronado literalmente, y no precisamente por el uso. Y es ahí donde está el quid de la cuestión. Da igual el uso que le demos a las botas, como si no se lo diésemos, el caso es que pasado un tiempo, ese compuesto diabólico comienza a desmoronarse, y en el momento más inoportuno nos encontramos con una bota aparentemente nueva, desvinculada de una suela Vibram con un agarre al suelo cojonudo, pero que no se agarra a la bota, una bota que no fue precisamente barata.

Como ejemplo contrapuesto, tengo unas botas fabricadas en España de la marca Bestard, que tienen cerca de 20 años y ahí siguen, dando el callo tras un uso intensivo en un entorno tan agresivo como el marino, de manera que solo acusa el óxido en sus hebillas, y el desgaste lógico de sus suelas por el uso. Costaron el doble que las de Decathlon, pero han durado cuatro veces más, y siguen dando batalla.

Volviendo a Decathlon y a su obsolescencia programada compulsiva, el asunto no se limita a la espuma de las botas que comercializan. Hablando por propia experiencia, ayer mismo, el mismo día que se fueron al carajo las botas, saltó por los aires el timbre de la bicicleta, así, sin más. Un remache plástico que sujetaba la carcasa que hace tilín, debió llegar a su límite de programación, y se fracturó, lo que hizo que saltara por los aires.

Siguiendo con la bicicleta, los guantes tipo dedos cortados, se deshicieron por la zona de las almohadillas sin más, pues tampoco tenían mucho uso. El faro delantero que le puse en su día, perdió su sujeción cuando la goma con la que se acoplaba al manillar, perdió sus propiedades al cabo de un año. Algo parecido sucedió con el piloto trasero, con sujeción de plástico que casca al cabo de un año o poco más.

Siguiendo con las luces, un día compré una de esas linternas tipo dinamo para llevarla en el coche por lo que pudiera pasar, por eso de que las linternas de batería se quedan sin carga cuando más las necesitas. El día que fui a echar mano de ella, me puse las manos perdidas porque la goma de protección de la carcasa se había derretido como una chocolatina en agosto.  Y para terminar, los bañadores. Compré uno el año pasado, y al ponérmelo este año, parecía una falda y se transparentaba, no un huevo, sino los dos que tengo de momento.

En definitiva, que estos de Decathlon se las dan de muy respetuosos con el medio natural, pero lo cierto es que su política de mercado no es nada sostenible, ni en lo ecológico, ni en lo social, porque habrá que ver en las condiciones que trabaja el personal que fabrica todas estas cosas, aunque en eso somos responsables todos.

Eso sí, son muy detallistas para describir para qué están concebidos esos productos, por ejemplo:
“Bota con suela Vibram de gran agarre, concebida para recorridos medios en todo tiempo o para ir al supermercado de al lado y fardar de vida sana, Susana.”
La reseña sería completa y honesta si añadiesen:
 “Esta bota se auto destruirá al cabo de cuatro años con independencia de su uso, lleve un repuesto nuevo por lo que pueda pasar”.
Josdeputa.


jueves, 12 de julio de 2018


CARTA A MIS AMIGAS DE FACEBÚ.

Queridas amigas:
No estoy muy seguro de cómo abordar un tema que se me antoja delicado, teniendo en cuenta el grado de stress al que está sometida la sociedad debido a la pérdida de valores elementales, del sentido común y del sosiego; la sociedad ha perdido el norte. Pero lo voy a intentar.
Para empezar, y para que conste en acta, no soy persona que se dedique a piropear a las mujeres cuando pasan por mi lado, porque, para mí, el hecho de que sean unas perfectas desconocidas es suficiente como para establecer una distancia; confianzas las justas. Es más, cuando me presentan a una mujer, tiendo a dar la mano igual que hago con los hombres, aunque casi siempre ellas optan por acercarme la mejilla, de manera que les otorgo el derecho al ósculo por no ser descortés. Me gusta reservar los besos para la gente que quiero.
En cambio, admito sin reservas que a vosotras, queridas amigas del facebú, os dedico a menudo bonitas palabras alagando vuestra belleza, ya sea interior o exterior. No en vano, muchas de vosotras subís a vuestro muro bonitas fotos de vuestras bonitas personas, sin duda con el legítimo objetivo de ser admiradas, algo que corroboran vuestras respuestas cuando alguien, con independencia del género, os dice lo guapa que estáis. Hablando en plata, os encanta que os piropeen, entiéndase, siempre en un entorno en el que se ha establecido un vínculo de confianza, con lo que me reafirmo en lo que he dicho al principio, que la confianza hay que ganársela y que, desde mi perspectiva, no vale entrar en el muro de una desconocida y dedicarle sin más, aunque sea el más delicado de los piropos.
De todas formas creo que habría que repasar el significado de esta palabra tan bonita en sí misma… piropo.
Piropo: 1 palabra o expresión de admiración, halago o elogio que se dirige a una persona.
2 Variedad de granate, de color rojo fuego, muy apreciada como piedra preciosa.
Leído así, no parece que sea algo terrible, me preocupa más la palabra insulto. Sin embargo me encuentro con una noticia que me inquieta, y es que, determinado partido político, muy dado a pescar en aguas revueltas, propone multar por piropear, sin embargo no objeta nada en cuanto a lo de insultar se refiere.
Así pues, y volviendo a mi relación cordial con vosotras, queridas amigas del facebú, me veo en la encrucijada de seguir con la misma dinámica de continuar piropeándoos por lo que hacéis, por cómo sois y por lo guapas que estáis, o cortarme un poco o un mucho, no sea que la nueva inquisición me señale y acabe siendo denunciado por alguien despechado, que no necesariamente tiene que ser mujer, porque a mis amigos del alma también les resalto lo guapetones que están, incluso cuando son feos de cojones.
Pero sabéis qué, nunca me he caracterizado por recular ante nadie, nunca me he sometido a la fuerza de nadie, y esta vez no va a ser diferente. Yo seguiré alagándoos, elogiándoos, admirándoos, piropeándoos, aún a riesgo de que las hordas me lleven a la hoguera. De otro modo, ¿Qué sentido tendría que subieseis esas fotos coquetas, esos selfies como se dice ahora, en los que mostráis lo bien que os sienta tal o cual abalorio, o simplemente, el sol en la cara? Sois todas guapísimas, que me lleve el diablo… y vosotros, guapetones, y vosotros, aunque seáis más feos que pegarle a un padre.

PD: Valoraría más que multaran a quien me insulte, que a quien me alague dentro del decoro y el respeto, pues incluso el piropo se rige por unas normas, otra cosa sería babear y acosar. Nunca me he sentido ofendido, ni cuando me ha piropeado una mujer, ni cuando me ha piropeado un hombre, que también. Sin ir más lejos, lo hizo uno hace poco cuando me compré un traje de chaqueta… que buena percha tienes, me dijo. Me ruboricé, pero no me sentí ofendido, todo lo contrario. Joder con la posdata.

domingo, 17 de junio de 2018

Joder con los archivos fotográficos. Puerto de Bonanza 2001. Anda que no le metí caña a esa Totoyota. Perdí la cuenta de los cabrestantes, maquinillas y artes de pesca que moví con esa carretilla elevadora. El puertecito ya se las traía por aquella época con el tema del narcotráfico. A pesar del ambiente chungo que se respiraba y de que allí no partían peras con nadie, me llevé muy bien con  el personal del puerto, aunque algunos recelaban un poco porque pensaban que era un policía infiltrado. Me respetaron sobre todo el día que socorrí a un mecánico que perdió los cuatro dedos de una mano, aplastados por una maquinilla suspendida de una grúa... qué carnicería, y cuanto marinero aguerrido descompuesto. Qué personal más peculiar.


viernes, 18 de mayo de 2018


PÓBRECITOS NARCOS DE LA ATUNARA.

La Atunara (La Línea de la Concepción-Cádiz). Una reportera le pregunta a un vecino sobre la proliferación del narcotráfico en la zona, y el fulano responde que el problema de fondo es el paro y que “las pobres criaturitas” tienen que buscarse la vida de alguna manera.
Aceptemos pulpo como animal de compañía. Aceptemos que una familia desesperada tenga que recurrir al narcotráfico  para comer… Para comer, no para comprarse un bemeuve, una moto de gran cilindrada, anillos de oro o relojes de lujo.

Además, si el problema de fondo es el paro, sin duda vinculado a la falta de formación a la altura de la era de las nuevas tecnologías, los narcos circunstanciales podrían gastar los pingües beneficios que obtienen de esa actividad, además de en comer sanamente, en formarse para salir del agujero. Esto es, mamá, papá, me hago un par de portes, y con el dinero que saque me pago los estudios, puta que es la vida.

Para mi desgracia, soy una de esas personas de cierta edad a la que la crisis pilló con el paso cambiado, o mejor dicho, nos cambiaron las reglas del juego convirtiéndonos a pesar de nuestra experiencia, en trabajadores obsoletos por edad y por una mera cuestión de formas, un nuevo planteamiento de las actividades profesionales relacionado con el negocio de la formación, un entramado creado con nocturnidad y alevosía  para exigir titulaciones y másteres hasta para manejar un martillo y un cincel, desmereciendo cualquier titulación o experiencia profesional anterior. Un entramado en definitiva, creado para que unos cuantos listillos se enriquezcan a costa forzarnos a entrar por el aro, de manera que quienes no dispongan del capital necesario, quedarán excluidos del ámbito laboral o estudiantil, pues la mayoría de estos centros de formación pertenecen al capital privado, en tanto que los públicos no son más que una tomadura de pelo para que los políticos de turno se enriquezcan, tal como hemos comprobado en Andalucía con el tema de los “cursos de formación”.

Por tanto, para salir del hoyo en el que nos han metido, dado que la formación que exigen hoy día requiere sobre todo inversión, me vendrían muy bien unos miles de euritos para sacarme la capacitación de piloto de drones y formarme en algunas de sus múltiples aplicaciones que proporcionan salidas profesionales muy demandadas, comprarme un dron y de ese modo montarme la película por mi cuenta “reinventándome” por enésima vez como proclaman estos listillos de recursos humanos.

Sería maravilloso poder hacerlo, pero como no tengo recursos económicos, tengo que joderme, y aun así, no me planteo dedicarme al narcotráfico para costearme esa formación. Sin duda el paro es un problema descomunal que hay que resolver, pero no es excusa válida para que quienes lo padecen se dediquen a actividades criminales que generan un daño terrible a la sociedad. Así que a esas “pobres criaturitas”  de la Atunara, que les den leña y los quiten de la circulación, que doten a las fuerzas de seguridad de los medios y la autoridad necesaria, y que endurezcan las leyes, porque esos fulanos no tienen justificación alguna, mucho menos cuando no demuestran intención de salir del hoyo, pongamos que formándose como pilotos de drones, salvo que sea para traficar empleando las nuevas tecnologías con la finalidad de comprarse, no uno, sino tres bemeuves, muchos colgantes de oro, muchos relojes de lujo y mucha farlopa para consumo propio.


CHIS-TORRA EL CONCILIADOR.

El mamporrero del reino de Montedemonte se coloca en su puesto presto a encauzar el falo de su majestad con el que pretende darnos por donde no brilla el sol... eso dicen las malas lenguas españolas. Pero eso no es así, por eso lo llamo “el conciliador”, pues está claro que nos adora y a sus tuits me remito;

“Los españoles solo saben expoliar”. Y tiene razón el hombre, aunque ahí tenemos a la familia de Jordi Montículo y su tres por ciento, los que pretendían hacernos creer que era descendientes de los nibelungos, o al señor Arturito Mas, que cuando la cagó, puso al otro que se cagó y salió por patas poniendo a este, que veremos lo que dura, pues de entrada, Montedemonte ya le ha puesto fecha de caducidad.

“Evidentemente, vivimos ocupados por los españoles desde 1714”
Es lo lógico que los españoles ocupen su país, no la Gran Bretaña, así que tiene más razón que un santo con esa afirmación. Los españoles seguirán ocupando el territorio que les pertenece como tales, porque así de puto es el derecho internacional… con lo bonito que es fragmentar un territorio a golpe de azadón cuando a unos paisanos se les ponga en el jopo.

“Los españoles en Catalunya son como la energía: no desaparecen, se transforman”
También tiene razón, a la vista está que muchos españoles repentinamente se han transformados en catalanes independentistas, aun siendo oriundos de Trebujena, lo cual choca un poco con el discurso supremacista que mantienen algunos, como si procedieran de otra dimensión en la que se es algo distinto a la vulgaridad de ser energía.

“Pobres, hablan español como los pobres”
Y tienen razón una vez más. Hablar un idioma que utilizan 572 millones de personas es otra vulgaridad. Para distinguirse hay que hablar catalán, para relacionarse con el mundo no, pero para marcar la diferencia y permanecer en el feudo del monarca “Montedemonte”, sí, y mientras más entonado y gutural sea el sonido, mejor, que se note esa prevalencia sobre las demás lenguas. Además eso cuadra con los índices de pobreza mundiales, como poco se contabilizan 572 millones de pobres, y más que habrá, porque el castellano, esa lengua tan exigua, lo van a hablar hasta los chinos.

Incluso ha llegado a afirmar que los españoles procedemos de África, y razón no le falta considerando que Al-Ándalus extendió sus fronteras hasta más allá de Carcasona, así que a ver qué español niega la mayor, aunque me temo que eso también incluye a los catalanes. Les iría mejor ser asturianos… esos sí que fueron cojonudos plantando cara al moro de la morería.

En fin, que el señor Chis-Torra nos aprecia, y aprecia a los cincuenta y pico porciento de catalanes no independentistas, que sin duda se van a sentir muy aliviados después de escuchar su discurso neutro y conciliador. Además, acusarlo de xenófobo resulta injusto ¿Quién carajo puede sugerir que con esa cara de monaguillo atontao se puede pensar en superioridad racial?

Ome por dio, para superioridad racial los de Benalup de Sidonia, no esta pobre criatura al servicio de la bragueta del señor Montedemonte que solo pretende caernos bien con sus gracietas.
Di que sí Chis-Torras, força al canut, que lo vuestro es amasar dinero, sobre todo el de los demás, pero apunta bien con el falo del monarca exiliado, no sea que te lo metas donde no debes… cachondo, que eres un cachondo.


jueves, 12 de abril de 2018


CADENA PERPETUA POR METER UNA LAGARTIJA EN CLASE.

Siento sana envidia por aquellas personas que hablan con cariño de sus antiguos profesores, de esos que te orientan para que sigas el camino correcto y que te marcan con el conocimiento y con el afecto, en vez de con la palma de la mano o la regla de madera de 100 centímetros.
Yo no tuve esa suerte, a mí me tocaron los de la segunda variedad, unos sádicos muy dados a recrear el cuadro de Goya “Escena de escuela” aplicando aquello de la letra con sangre entra. Debieron marcarme bastante porque después de más de cuarenta años he soñado con uno de ellos, el más sádico de todos, el que fue mi tutor durante los últimos años cuando cursaba la EGB.

Se llamaba Don Antonio, cincuenta y tantos años largos, de pelo canoso peinado hacia atrás a lo José Antonio Primo de Rivera, que dejaba al descubierto una cicatriz en la frente. Caminaba muy erguido, con las manos entrelazadas por la espalda, mirando al frente con una altivez que intimidaba. Solía lucir en la solapa izquierda de su chaqueta, una pequeña estrella dorada de seis puntas sobre un rectángulo de fondo negro que lo identificaba como ex alférez provisional, combatiente del bando franquista durante la Guerra Civil, uno de los que los del bando republicano denominaban popularmente como  “estampillado”. Por entonces desconocía el significado de aquella estrella, eso lo supe años después y entonces me cuadró tanta mala leche, y para muestra, el botón que os puedo describir con detalle porque me quedó grabado a fuego.

Corría 1975, yo tenía 13 años y cursaba 7º de EGB. Una tarde en vísperas de Semana Santa, unos cuantos compañeros de clase jugábamos en un descampado cercano al colegio mientras hacíamos tiempo para entrar a clase, y en estas atrapamos a una lagartija que acabó metida en un bote. Por nuestras cabecitas rondó la espantosa y criminal idea de meterla en clase dejándola en el lado de las niñas, pues en aquella época, aunque el colegio era mixto, nos mantenían  claramente separados los niños de las niñas, no fuésemos a pecar.

La pobre lagartija acabó sobre la mesa de una compañera y en cuanto entraron las niñas y la vieron, huyeron despavoridas por la puerta de tal forma que casi se llevaron por delante al entrante profesor de matemáticas, Don Manuel, muy dado a quedarse dormido en clase mientras resolvíamos los problemas en las fichas de Santillana. Éste pegaba poco, pero enseñaba menos, así que no sentimos la llamada de las matemáticas como hubiera sido de desear.
El caso es que Don Antonio ese día no estaba en el colegio por razones que desconozco, y esa circunstancia nos dio un respiro para comportarnos como niños, travesuras incluidas. Don Manuel nos echó una reprimenda tirando a vaga y al cabo del rato dormitaba a la recacha del sol que entraba por la ventana mientras nosotros resolvíamos los ejercicios de las fichas con una sonrisa malévola de oreja a oreja, sin pensar que a su llegada, Don Antonio sería puesto al corriente.

Al día siguiente, antes de lo esperado, apareció por la puerta, más altivo que nunca y con una grotesca mueca de desagrado que asustaba al más pintado. Seco como un cardo borriquero, preguntó por los responsables del asunto de la lagartija mientras nos fulminaba con la mirada paseándola por cada uno de nosotros. Nos advirtió que como no salieran los responsables de tan espantoso crimen, el castigo afectaría a todos los alumnos masculinos de la clase. Algunas de las niñas sonrieron divertidas al ver nuestras caras de espanto. Los chicos nos miramos pero ninguno se atrevía a dar el paso, pues a fin de cuentas fue una acción en la que intervinimos unos cuantos y no teníamos claro quien tenía mayor grado de responsabilidad, si el que la cazó, el que la metió en clase, el que la puso en la silla o el que la colocó en la mesa…

En cualquier caso yo sabía que había sido uno de ellos, desde temprana edad me he caracterizado por dar la cara y asumir mi responsabilidad cuando he cometido errores, así que, no sin temor, me puse de pie y me señalé como uno de los responsables. Pero Don Antonio sabía que fuimos más de uno e insistió, hasta que no salgan todos, no sale nadie de clase y el castigo será ejemplar. Temblón, se levantó Manuel Pozo, uno de mis compañeros implicado en tan terrible tropelía. Ambos éramos de risa fácil, de esta que intentas controlar pero no puedes, pero en aquellos momentos sentíamos auténtico pavor. Nadie más se levantó, el resto se mantuvo en silencio con la cabeza gacha, entre ellos uno de los que más grado de responsabilidad tuvo, pero ni Manuel ni yo éramos unos chivatos. Don Antonio se dio por satisfecho y concluyó la redada.

En aquellos instantes hubiera preferido uno de aquellos bofetones que Don Antonio solía dar, como el que me arreó un día cuando me hicieron reír durante el rezo, uno de los peores crímenes que podía cometer un crío de 13 años en aquella época en la que aún vivía Franco, aunque le quedasen dos telediarios. Aguanté la risa como pude pero Don Antonio me quincó, y sin dejar de rezar, me indicó que saliese de mi pupitre y me colocase a su izquierda. Finalizado el Padre Nuestro, empezó a persignarse… en el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo… ¡ZASSS! Remató dándome una de las mayores bofetadas que me ha dado nadie al margen de mi padre, que también se las gastaba a base de bien aunque se las diese de simpatizante del comunismo, de manera que desde temprana edad aprendí que se puede ser muy cabrón con independencia de la ideología que se tenga. Pero volviendo a Don Antonio, el día de la redada de la lagartija solo nos dijo que se iba a pensar el castigo con tranquilidad, y aquello nos acojonó aún más.

Nos tuvo en vilo varios días haciendo honor a su sadismo, hasta que por fin dictó sentencia. Mi compañero Manuel y yo deberíamos permanecer de cara a la pared durante el resto del curso a la hora del recreo. Además, con independencia de los resultados reales obtenidos en los exámenes de ese trimestre, los cuales aprobé todos, escribió en el boletín de notas  “muy deficiente en todas las asignaturas” dando una bofetada a nuestra nota media del curso, que en mi caso pasó de ser notable a un escueto suficiente, una mancha que aún persiste en mi expediente académico. Aquel curso perdí la fe en el sistema educativo.

Los cobardes se fueron de rositas, pero a los que tuvimos la entereza de dar un paso adelante, de nada nos sirvió el gesto, pues vale que hubiésemos de permanecer de cara a la pared en el recreo durante el resto del curso, pero manchar un expediente académico como si se tratara de reseñar unos antecedentes penales, no tenía perdón del dios al que rezaba aquel maldito estampillado. Aquel curso también perdí la fe en la justicia.

Lo de mi compañero Manuel solo quedó en eso, que ya era bastante, pero mi calvario no acabó ahí. Don Antonio hizo llamar a mi padre, al que conocía porque sus padres, mis abuelos paternos, habían sido compañeros de profesión de algunos profesores del colegio. Don Antonio relató a mi padre el crimen que había cometido y las consecuencias que había tenido aquel espantoso acto en mis calificaciones. A pesar de que mi padre y mi abuela paterna, severos como un látigo, controlaban mis estudios a rajatabla, pues estudiaba ante su presencia, lejos de defenderme en lo que a las notas se refiere por eso de que dañaban mi expediente académico, se limitó a darme una paliza por haber “mancillado su honor” y me mantuvo castigado en casa durante toda la Semana Santa… sangre de Cristo, aunque mi padre no creía un carajo en nada ni en nadie que no fuese en sí mismo, mucho menos en mí.

Hace muchos años que ambos crían malvas, pero a veces sueño con ellos. Anoche, como dije al principio, soñé con Don Antonio. Aparecía igual, con esa planta erguida, mirando altivo hacia el frente como Mussolini, con las manos entrelazadas en la espalda a la altura del trasero según caminaba. Pero en el sueño yo era tal cual soy ahora, un tipo forjado por las experiencias de la vida, curado de espanto, de vuelta de todo. Le hice una señal al Don Antonio onírico indicándole que se acercara, y con toda calma, sereno, sin resentimientos, le reproché su actitud, su sadismo, el comportamiento que tuvo con sus alumnos en general y conmigo en particular. Y entonces su figura altiva empezó a menguar, a menguar y a menguar hasta disolverse en la nada…

Sentí una cálida mano sobre mi rostro, era la mano de Lobita, y entonces con los ojos entre abiertos pensé… he ganado y vosotros habéis perdido, y si algo he aprendido “gracias” a vosotros ha sido saber amar a los míos y no dejarme avasallar por nadie.



viernes, 2 de marzo de 2018


Ella estaba a punto de entrar en Picolita, la emblemática tienda gaditana de artes plásticas donde suele aprovisionarse de los consumibles a los que tanto partido saca. Desconocía que yo estaba esperándola por los alrededores mientras hacía tiempo cazando pajarillos en la Plaza Mina. La vi llegar de lejos, y a medida que se acercaba a la tienda, observé su gesto.
Se me antojó ilusionado, como quien espera llevarse una sorpresa, la de la tienda abierta, quizá temiendo que estuviese cerrada. A fin de cuentas ese establecimiento, superviviente donde los haya, suele ser la génesis de sus creaciones, un papel, una tinta, un lienzo, para que su cabecita inquieta dé salida a tanto ingenio. Era preciso pues, que la tienda estuviese abierta, o quizá sean las elucubraciones de un padre orgulloso por quien siempre será su pequeña, pequeña pero más valiosa que un imperio.
El caso es que abandoné a un gorrión que posaba encantado para mí, y disparé apresuradamente hacia mi hija Gloria aprovechando el factor sorpresa, qué sorpresa para ella, cuánto regocijo para mí.



sábado, 10 de febrero de 2018

EL BOTÓN DE MARTINITO… ¡AIT¡

Yo no reparo en ese tipo de detalles, esto es cosa de mi querida Lobita. Ella observó que cuando le toca dar el parte meteorológico a Martín Barreiros, el cual siempre sale vestido muy pinturero, con trajes de corte elegante y ajustados a medida milimétrica, entra en escena con la americana abrochada, y tras hacer una breve introducción al parte, décimas antes de volverse al mapa sinóptico que tiene tras de sí, con un gesto casi imperceptible y con una precisión extraordinaria, se desabrocha el botón de la americana para dar más libertad de movimiento a sus brazos.
Lobita me decía, mira, mira qué arte tiene Martinito quitándose el botón de la americana, y cuando se lo quitaba, Lobita exclamaba ¡ait!
El caso es que ahora estamos los dos pendientes del gesto del que cariñosamente llamamos Martinito por eso de que es un personaje bastante correcto y educado, con cara de crío bueno, y cuando se quita el botón de la americana con precisión alienígena, exclamamos los dos ¡ait!
Nos cae bien ese tipo, es un comunicador excelente, a la altura de su formación como físico especializado en dinámica de fluidos, aunque a veces me cabreo con él porque no predice temporales para el sur del sur. Si pudiese hacer eso de manera deliberada, Martinito Barreiros sería la leche… ¡Ait!




A VECES ESCUCHO “VOZAS”.

No creo que para visibilizar a las mujeres sea necesario destrozar el idioma, que ya tiene bastante con el destrozo al que es sometido en el día a día a manos del común de los mortales, por no hablar de los malditos anglicismos.  
Me consta, entre otras cosas porque convivo con una mujer excepcional, que las mujeres están dotadas de sobrada inteligencia como para visibilizarse sin necesidad de caer en el ridículo en el que ha caído Irene Montero con eso de portavoces y “portavozas”, dando una vuelta de tuerca más a  aquello de miembros y “miembras”.

Ni Rosalía de Castro, ni Virginia Wolf, ni Emilia Pardo Bazán, ni Las sinsombrero, entre tantas otras escritoras feministas que le echan la pata a Irene Montero en lo que se refiere a reivindicar los derechos de las mujeres en tierra hostil, tuvieron que destrozar sus respectivos idiomas para reivindicarse, así que de qué va Irene. Si quiere, que se cambie el apellido por Montera, pero que nos deje en paz.
Además, ha estado poco fina pretendiendo feminizar la palabra, pues a fin de cuentas el sustantivo “voz” es femenino y ella lo ha convertido en un adefesio. Si para ser equitativos resulta que vamos a tener que duplicar las palabras e inventarnos otras para que nadie se sienta ofendido u ofendida, no vamos a ganar para diccionarios ni para folios a la hora de redactar un documento. No vamos a ganar para minos en el portaminos, si el que escribe es un hombre.

No voy a consentir que se me criminalice por usar el lenguaje con corrección. No voy a permitir que por referirme a una portavoz en vez de a una “portavoza”, se me tache de machista, o siguiendo ese criterio tan pobre, como un “machisto”. Ya está bien de inquisidores y de inquisidoras, ya está bien de confundir al personal, de que cuatro mamarrachos y mamarachas nos quieran enmendar la plana con chorradas, haciendo un flaco favor a las causas que dicen defender. Ya está bien, que nos vais a volver locos, que a veces oigo “vozas” y eso no existe, para bozas, con b de burro, las marineras.



PERSIANEROS GENOCIDAS.

5 junio de 2017. Campus de la Universidad de Jaén. Edificio D-2.
-    Amos Manolo, que tenemos faena acumulá, quita los tornillos de la caja de persiana.
-    Vale Pepe, amos allá.
-    ¡Anda la hostia!
-    ¡Qué pasa¡¡Qué es eso¡ ¡Fuera bisho, fuera¡
-    ¡Pepe, sacude la tabla que como nos muerdan nos convertimos en vampiros! ¡Zas!¡Zas!
-    ¡Qué horró Manué!

Meses más tarde, la fiscalía pide que condenen a los persianeros a un año y medio de prisión y 130.000 euros de indemnización por forzar la salida de los murciélagos okupas de día, constituyendo un acto agresivo calificado como delito contra la fauna, acto en el que cascaron 45 murciélagos de herradura. Me pregunto si la indemnización es para la familia de los murciélagos afectados, o para que alguno de la administración haga su agosto saqueando el patrimonio a costa de los persianeros.

Sin duda la justicia ha sido implacable, y ser persianero se ha convertido en un oficio de riesgo más allá de que les toque cambiar una persiana en el ático. Ahora tendrán que contar con asesoría jurídica, y hacer un estudio de impacto medio ambiental previo para cambiar persianas. En caso de que haya murciélagos, tendrán que acordonar el tambor y paralizar la obra, llamando a continuación al Ministerio de Medio Ambiente, al SEPRONA  o a quien corresponda, además de a un abogado, no sea que a un murciélago se le pare el corazón a cuenta del primer golpe en el tambor de la persiana. Sin duda tendrán que implementar sus conocimientos propios de la profesión, incluyendo otros  relativos a las especies protegidas, impacto medioambiental y legislación, ya sea general o específica sobre la comunidad de murciélagos, de herradura para más señas. Ya se encargará algún listo de proponer cursos de a 400 pavos con 5 años de vigencia.

Como si lo viera, hola soy persianero vengo por la oferta de trabajo. ¿Tiene usted al día el curso de gestión para el tratamiento de murciélagos de herradura? No. Pues al carajo, se lo saca, 400 pavos y luego ya veremos, y no se olvide del curso de gestión de zariguellas persianeras.

Respecto a los responsables del campus, que son quienes contrataron el servicio, en el parte de trabajo advertían de la posibilidad de que hubiese murciélagos en la caja del tambor, y digo yo, si lo sabían, por qué no llamaron primero al organismo que se dedica a velar por las especies protegidas, en vez de enmarronar a dos operarios que vete a saber si sabrán que los murciélagos de herradura, no es que sean caballos voladores. Y en cualquier caso, ¿Por qué no recomendaron en el parte que el trabajo se hiciera por la noche?

En cuanto a la sanción, a la vista está que las multas y las condenas no son proporcionales a lo que está sucediendo en este país. Aquí sale mucho más caro espantar a unos murciélagos para poder hacer tu trabajo, que violar a una mujer o saquear las arcas del Estado por puro placer. Sale más caro asustar a un animal, que abrir un bar sin licencia si cuentan con un amiguete en el ayuntamiento, aunque se ponga en riesgo la salud de la clientela y se pasen el impacto medioambiental por sus cojones cocineros.

Lo que está claro es que a estos dos desgraciados no se les va a olvidar cómo es un murciélago de herradura, y que para otra, la persiana la va a reparar el decano con los cuernos.

miércoles, 7 de febrero de 2018

LA HUMANIDAD ESTÁ DE ENHORABUENA.

La humanidad está de enhorabuena porque ha lanzado al espacio un coche “tripulado” por un maniquí llamado Starman. Es un descapotable eléctrico, ecológico de cojones, aunque técnicamente, dado que no tiene utilidad alguna en el ámbito en el que está, no pasará de ser basura espacial, qué paradoja.
La humanidad está de enhorabuena porque ha lanzado al espacio un Tesla Roadster, mientras en las tres cuartas partes del planeta Tierra, los desheredados tienen que recurrir en el mejor de los casos, al empleo de bestias famélicas para tirar de sus destartalados carromatos.
La humanidad está de enhorabuena pues, descapotable al margen, se acerca más a la colonización de un planeta desierto, cabeza de playa para que unos cuantos elegidos lleguen más lejos mientras dejan a la mayoría atrás, muertos de hambre y con el planeta hecho unos zorros.
La humanidad está de enhorabuena, porque volviendo al descapotable errante, lleva inscrito un mensaje destinado a que lo reciba la posible vida inteligente que lo encuentre, un mensaje que literalmente dice “Made on Earth by humans” en inglés, en la tercera lengua más hablada después del chino y del castellano. El conjunto viene a significar, mirad lo que somos capaces de hacer, enviamos al espacio un descapotable con un maniquí llamado Starman y nos disponemos a colonizar un planeta desierto, cuando apenas valoramos el que ya tenemos. Ya puestos, a lo de “Made on Earth by humans”   añadiría “Semos cojonudos” pero en español, que en otros idiomas la cosa pierde chicha.
Para finalizar,  Amazon está de enhorabuena, porque dentro de relativamente poco ampliará su negocio de paquetería y creará la opción Amazon Prime Space, para enviar mercancías al planeta rojo, que en realidad es gris como el futuro que nos depara.

En fin, que la humanidad está de enhorabuena, oiga, y por eso voy a dormir más tranquilo, pues un maniquí llamado Starman, en memoria del Bowie que está en los cielos, surca vigilante el espacio con ese mensaje… “Made on Earth by humans” con dos cojones. De ser recibido por la peña alienígena, probablemente los animará a invadirnos y exterminarnos por gilipollas, por ser tan adelantados para algunas cosas, y tan retrasados para lo fundamental. 

martes, 16 de enero de 2018

TATADIOS

Unas veces toca un gato, otras un perro y otras un bicho tan feo como este, porque los feos también tienen derecho a tener su oportunidad. Salí al balcón a recoger ropa tendida y me lo encontré en el suelo acarajotado por las bajas temperaturas. Le entré por estribor, y el teresiano, como si tuviera un radar por cabeza, la giró 90º y me miró en plan, no me fastidies cabrón.
¿A dónde vas tatadiós? Le pregunté. A dónde cojones quieres que vaya con este frío, me respondió ¿No ves que apenas me tengo en pie para rezar? Acto seguido volví a entrar en casa para coger la cámara y dar testimonio del peculiar insecto.

Aquí estoy otra vez tatadiós. De nuevo dirigió la mirada hacia mí como diciendo, está visto que, en el mejor de los casos, me vas a tocar los cojones un rato.
Hombre tatadiós, no te pongas así, solo te voy a pegar un fogonazo a bocajarro con el flash para guardar un recuerdo y después veremos qué hacemos contigo, porque no parece que estés muy cómodo en este erial de gélidas losas.



Venga va, respondió, dispara ya cojones, que estoy jiñado de frío y a este paso preferiría que me devorase una hembra aunque fuese sin las preliminares del fornicio.
Así que le pegué el fogonazo y acto seguido lo cogí con delicadeza y lo posé en las ramas del falso pimiento que hay junto al balcón, ese que como no poden pronto, acabará haciéndose un sitio en nuestro dormitorio.
Antes de decirle adiós al tatadiós, le hice otra foto encaramado en la rama, verde que te quiero verde como él. El camuflaje era tan perfecto, que por un instante perdí la referencia de donde lo coloqué. El tatadiós volvió a girar la testa 90º como diciendo vete a saber qué. Lo mismo, lejos de hacerle un favor, lo jodí más de lo que estaba, pues andaba flojo de remos, y si se precipitaba al suelo, había un gato curioso que no paraba de mirar hacia arriba. Si no era el gato, tal vez fuese la granizada que cayó poco después. Esa manía que tenemos los humanos de meternos donde no nos llaman, impidiendo que la naturaleza provea con su selección natural. Si los humanos siguiésemos esas leyes naturales, quizá no habría tanto gilipollas jodiendo la especie.



Me vino al recuerdo otro tatadiós al que libré de una muerte segura a manos de unos topógrafos, que al verlo dentro de la oficina, posado sobre un teclado de ordenador, entraron en pánico y no paraban de gritar ¡¡Matá ar bisho¡¡ ¡¡matá ar bisho!! Todo porque el pobre era feo de cojones, y su aspecto provocaba pavor. Aquello fue en la obra de la termosolar de Morón.
Lo cogí a tiempo de evitar el linchamiento, mantuve una breve conversación en idioma pawnee para pedirle disculpas en nombre de mi especie (acto que fue grabado por Néstor), y después lo liberé como al tal Willy, dejándolo al amanecer sobre un palé de material de obra. También le hice un par de fotos, un contraluz hacia el sol naciente de morolandia, donde por cierto, en invierno también hace un frío de tatadiós.