viernes, 11 de abril de 2014


EL JOKER OCASIONAL

Pretendía dar miedo, pero en realidad era él quien lo tenía. Miedo  por estar rodeado de tanta gente ajena a su presencia. Rodeado de  gente, pero sintiéndose solo, este Joker ocasional  hacía el esfuerzo por intimidar, en un intento de rebelarse para no sentirse intimidado por esa soledad brutal, la peor de las soledades, la de sentirse solo entre la gente.  Pretendía llamar  la atención a toda costa,  y para sus adentros gritaba ¡¡Eh!! ¡¡Que estoy aquí, miradme!!! ¡¡Malditos bastardos!!! ¡¡¡Quiero infundiros algo, aunque sea  miedo, necesito  que al menos me temáis y que me consideréis por ello!!!
 
 
 

Pero nada, ni caso…  si acaso,  Joker captaba la curiosidad del gentío por un instante, para después comprobar que no era más que un amago de contacto que acababa en indiferencia. Para asustar hay que ser malo y este Joker de fin de semana no lo era, así pues, como mucho, lo consideraban como un pobre diablo al que había que ignorar.

Allí andaba, allí nadaba este Joker ocasional, en un mar de gente, rodeado por todos, pero como si no lo estuviera, rodeado solo de agua salada que le impedía saciar su sed. Allí estaba con la mirada fija,  pretendiendo  infundir temor, intentando  infundir, al menos, el sentimiento más básico al que son sensibles los seres humanos, el miedo. Pero únicamente infundía desinterés, y en el caso de este observador imparcial, me infundió pena,  al comprobar cómo su  mirada quedaba  perdida en el infinito, tras constatar la indolencia de todos los que le rodeaban.

El caso es que  este Joker  no parecía ser el único náufrago perdido en un mar de gente, el caso es que mucha de esa gente que constituía ese mar, eran  a su vez náufragos, solitarios rodeados de gente,  solitarios que reclamaban la atención para sí, unos infundiendo temor, otros regalando sonrisas, e incluso algunos anunciando en un cartón que regalaban abrazos, como si esos abrazos los necesitaran otros, cuando en realidad los ávidos de abrazos eran ellos.  Algunos simplemente se mostraban neutros, flotando sin más, dejándose llevar por la marea humana, perdiendo temperatura, como sucede cuando se deriva a pelo en la mar. Hasta los mares más cálidos acaban enfriando el cuerpo de los náufragos.

Esta historia es ficticia, desconozco las circunstancias reales de este Joker ocasional, como suele decirse, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, pero el relato no deja de ser posible. Son muchas las personas que hay en este planeta que se sienten solas y perdidas pese a estar rodeadas de gente, personas que padecen esa soledad brutal, la peor de las soledades. Y fue la observación de este Joker ocasional lo que me hizo pensar en ello.

miércoles, 2 de abril de 2014


 

LA RUBIA Y EL MAROMO (Historia de una foto)

Llegaron en un scooter, uno de estos modelos coreanos que hacen ahora a base de componentes plásticos y cromados sintéticos, nada que ver con las Vespas de toda la vida. Para salvar un pequeño terraplén y acceder al lugar de estacionamiento, ella tuvo que bajarse de la moto porque derrapaba… la mierda de la máquina.

La mujer, cuarentona de largo pero aparente, tenía el pelo rubio y los rasgos faciales se me antojaban eslavos, con pinta de ser rusa, o ucraniana, de manera que bien podría llamarse Nikita, Katiuska o algo por el estilo.

El tipo que acompañaba a la rubia, tenía pinta de ser de cualquier parte,  lo mismo podría llamarse Yuri que Manolo. Pero sobre todo tenía pinta de narco de poca monta, de estos que se dedican al asunto procurando no dar demasiado el cante para no repetir trena, y que lo mismo blanqueaba la pasta con un chiringuito montado a pie de playa. Estaba tatuado a tope por la espalda, pero sin mariconadas, tatuajes de esos que se hacían antaño los que habían pasado por el talego,  por la legión, o  por la marina, no como hoy en día, que se tatúa cualquiera por esto de las modas, perdiendo el asunto el sentido, si es que realmente lo tuvo alguna vez.

El caso es que se apostaron a pocos metros de mí,  para ver cómo aterrizaban los aviones, e intentaban  fotografiarlos con una  cámara compacta muy reducida, nada adecuada para esos menesteres. Nikita  (pongamos que se llamaba así) me miraba de vez en cuando y parecía pensar, ese la tiene más grande… Obviamente me refiero a la cámara.

 Él también miraba ocasionalmente, pensando quizá… “lo feliz que haría a Nikita si tuviera una como la que tiene ese”… Evidentemente me refiero a la cámara.

Harto de fotografiar aviones, decidí cambiar el tercio y hacer eso que denominan robado, consistente en hacer una foto de alguien sin que se dé cuenta, así que con disimulo me fui posicionando por la retaguardia para intentar buscar una composición aceptable en la que incluirlos junto con algún avión. La rubia, como la que no quiere la cosa,  seguía marcándome con el rabillo del ojo, la muy soviética, pero  me hice el sueco haciendo como que fotografiaba un matojo de tomillo que había en la cuneta. Entre tanto, el tipo, oteaba el horizonte buscando al pájaro metálico y cuando detectó uno alertó a Nikita…¡¡¡ Никита , прибывает самолет¡¡¡ que viene a significar algo así como  “Nikita, ahí  llega un avión”.

Un MD-80 realizaba la aproximación por poniente y los dos dirigieron la mirada hacia el aparato, momento que aproveché para dispararles un par de veces a traición dando lugar a la foto que adjunto a esta historia. Cuando  pasó por encima de nuestras cabezas, yo ya estaba enfocando la popa del MD-80 para disimular, mientras Nikita parecía desear tener mi aparato, más grande y más rápido que la porquería que tenía su maromo tatuado… Me refiero a mi cámara fotográfica, una Canon EOS 50 con un 200mm, el objetivo más grande que había en esos momentos por allí, aunque una porquería, comparado con los que se suelen emplear para esto de fotografiar aviones.

Nikita y Manolo, Yuri, Murphy o como cojones se llamaran, se fueron al poco.  Lo mismo para atender el negocio tapadera en la playa de Sacaba, que no anda lejos del aeropuerto. Se montaron en el scooter de mierda coreano en el instante en el que yo abría la puerta de mi vehículo para coger una botella y pegar un trago de agua recalentada, las cosas de tener un coche negro y estar en pleno agosto.

Al pasar a mi altura, Nikita me echó una última mirada antes de desaparecer y lo mismo pensó… “Anda, eso también lo tiene más grande”…  Evidentemente me refiero al vehículo.

En realidad la historia que he contado fue el resultado del  delirio que tuve a raíz de la insolación que pillé durante la espera de 12 horas en el aeropuerto de Málaga. Resultó que un amigo al que fui a recoger, procedente de Londres, me dijo que su avión llegaba a las 11 h, en vez de a las 23 h así que acabé harto de aviones, esperando por los alrededores del aeropuerto, y al final debió afectarme el sol.

Lo mismo la rubia era de Alaurín de la Torre, se llamaba Rosario y estaba  casada con el de los tatuajes, Agapito el frutero,  natural de Árdales, y lo mismo Rosario me marcaba de vez en cuando, no por el tamaño de mi cámara o por el coche que tenía, sino  porque yo en pantalones cortos soy irresistible, sobre todo comparado con su marido… Vaya usted a saber.