DON ANTONIO EL ESTAMPILLADO.
Creo que lo he referido en alguna ocasión. Se llamaba don
Antonio y fue mi tutor durante los tres últimos largos años de mi E.G.B. Pelo blanco,
peinado a lo falangista, caminar marcial, mirada al frente, las manos cruzadas
detrás, luciendo orgulloso en la solapa, un emblema con una estrella dorada de
seis puntas sobre fondo negro. Lo identificaba como alférez provisional en la
Guerra Civil Española, un estampillado de los que se hacían llamar nacionales,
uno de esos oficiales eventuales que caían como moscas en el frente por su
arrojo y fanatismo, o por todo lo contrario.
Fue el mismo que me condenó a estar de cara a la pared desde
Semana Santa, hasta final de curso, por haber tomado parte en la introducción
clandestina de una lagartija comunista, junto con otros compañeros. Por la
misma razón, me puso en el boletín de notas, un muy deficiente en todas las
asignaturas, jodiéndome la media, y dando lugar a que mi padre me pegara de
hostias lo que no había en los escritos, castigándome a su vez a permanecer en
arresto domiciliario durante un mes, por mancillar el honor de los Arroyo a los
12 años recién cumplidos. No sirvió de eximente el hecho de que, a la pregunta
de quienes han sido, saliera voluntariamente para librar al resto de mis
compañeros de un castigo colectivo. Solo salimos dos de los cinco anarquistas.
Tres callaron cobardes y nosotros no los delatamos. Un día de gloria.
Fue el mismo que me dio uno de los guantazos más grandes que
recuerdo (los que me daba mi padre no cuentan). Era la hora del obligado rezo
del Padre Nuestro, y yo, que era de risa fácil, sucumbí a las gracietas de un
compañero. Don Antonio clavó su mirada en mí, y con la mano, sin interrumpir la
oración, me dio a entender que me colocara a su siniestra. En el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; lo que resonó a continuación fue el
trallazo que me propinó con su mano derecha en la mejilla izquierda, qué
paradoja. Silencio sepulcral en la clase mixta, las niñas a la izquierda, los
niños a la derecha, otra paradoja. No me salieron lágrimas porque me anestesió
la cara entera, además desarrollé cierta resistencia a ese tipo de caricias,
gracias a mi progenitor. Pero sí asomó
una lagrimilla de María José Tinoco, una chica con secuelas de una
poliomielitis, que al presenciar el bofetón en primera fila, se conmovió por mí,
o quizá se impresionó.
Estoy leyendo el libro <>
escrito por el historiador británico Antony Beevor, lectura recomendada para
enterarnos de manera objetiva sobre aquella masacre. Su lectura ha removido
estos recuerdos en mi memoria, concretamente al leer el capítulo 8 “El terror
blanco”, que sigue al 7 “El terror rojo”, que habiéndose materializado en forma
de atroces crímenes, acabaron siendo la Virgen María, otra paradoja, por no
estar el exterminio tan meticulosamente organizado como en el caso de los fascistas.
Y para centrar más el revulsivo que ha provocado esta arcada en mi memoria
reptil, transcribo el párrafo responsable, que relata las matanzas acometidas
por requetés y falangistas en Pamplona, un 15 de agosto, mientras se
desarrollaba la procesión de la Virgen del Sagrario;
“Para arreglar la situación, los sacerdotes dieron la
absolución en masa a los restantes, las ejecuciones se llevaron a cabo, y los
camiones volvieron a Pamplona, a tiempo para que los requetés se incorporaran a
la procesión que estaba entrando en la catedral”
En tiempos de paz, don Antonio el estampillado, culminó una
oración dando un guantazo a un crío de 12 años por aguantar a duras penas un
conato de risa. En otra ocasión, destruyó su expediente académico pese a haber
aprobado los exámenes, y lo condenó a pasar el resto del curso de cara a la
pared por haber hecho una travesura con una lagartija. Y no fueron las únicas
acciones represivas que sufrí en esos tres largos años, ni fui el único que las
padecí. En el Manuel de Falla de los setenta, imperaba régimen del terror.
Me pregunto qué no habría hecho el estampillado durante la
guerra civil, si después de ir a misa, descerrajaba tiros de gracia como si
nada, en nombre del señor y de la patria. Quizá no, lo desconozco, pero tenía los
mimbres para conformar a un criminal, porque no se puede castigar de forma tan inmisericorde
a un crío de 12 años, pese a haber dado un paso al frente como un adulto, para
asumir su responsabilidad. Solo faltó haber dado un viva a la república, pero
era un crío y no entendía de esas cosas.
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