sábado, 4 de enero de 2020


DON ANTONIO EL ESTAMPILLADO.

Creo que lo he referido en alguna ocasión. Se llamaba don Antonio y fue mi tutor durante los tres últimos largos años de mi E.G.B. Pelo blanco, peinado a lo falangista, caminar marcial, mirada al frente, las manos cruzadas detrás, luciendo orgulloso en la solapa, un emblema con una estrella dorada de seis puntas sobre fondo negro. Lo identificaba como alférez provisional en la Guerra Civil Española, un estampillado de los que se hacían llamar nacionales, uno de esos oficiales eventuales que caían como moscas en el frente por su arrojo y fanatismo, o por todo lo contrario.
Fue el mismo que me condenó a estar de cara a la pared desde Semana Santa, hasta final de curso, por haber tomado parte en la introducción clandestina de una lagartija comunista, junto con otros compañeros. Por la misma razón, me puso en el boletín de notas, un muy deficiente en todas las asignaturas, jodiéndome la media, y dando lugar a que mi padre me pegara de hostias lo que no había en los escritos, castigándome a su vez a permanecer en arresto domiciliario durante un mes, por mancillar el honor de los Arroyo a los 12 años recién cumplidos. No sirvió de eximente el hecho de que, a la pregunta de quienes han sido, saliera voluntariamente para librar al resto de mis compañeros de un castigo colectivo. Solo salimos dos de los cinco anarquistas. Tres callaron cobardes y nosotros no los delatamos. Un día de gloria.
Fue el mismo que me dio uno de los guantazos más grandes que recuerdo (los que me daba mi padre no cuentan). Era la hora del obligado rezo del Padre Nuestro, y yo, que era de risa fácil, sucumbí a las gracietas de un compañero. Don Antonio clavó su mirada en mí, y con la mano, sin interrumpir la oración, me dio a entender que me colocara a su siniestra. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; lo que resonó a continuación fue el trallazo que me propinó con su mano derecha en la mejilla izquierda, qué paradoja. Silencio sepulcral en la clase mixta, las niñas a la izquierda, los niños a la derecha, otra paradoja. No me salieron lágrimas porque me anestesió la cara entera, además desarrollé cierta resistencia a ese tipo de caricias, gracias a mi progenitor.  Pero sí asomó una lagrimilla de María José Tinoco, una chica con secuelas de una poliomielitis, que al presenciar el bofetón en primera fila, se conmovió por mí, o quizá se impresionó.
Estoy leyendo el libro <> escrito por el historiador británico Antony Beevor, lectura recomendada para enterarnos de manera objetiva sobre aquella masacre. Su lectura ha removido estos recuerdos en mi memoria, concretamente al leer el capítulo 8 “El terror blanco”, que sigue al 7 “El terror rojo”, que habiéndose materializado en forma de atroces crímenes, acabaron siendo la Virgen María, otra paradoja, por no estar el exterminio tan meticulosamente organizado como en el caso de los fascistas. Y para centrar más el revulsivo que ha provocado esta arcada en mi memoria reptil, transcribo el párrafo responsable, que relata las matanzas acometidas por requetés y falangistas en Pamplona, un 15 de agosto, mientras se desarrollaba la procesión de la Virgen del Sagrario;
“Para arreglar la situación, los sacerdotes dieron la absolución en masa a los restantes, las ejecuciones se llevaron a cabo, y los camiones volvieron a Pamplona, a tiempo para que los requetés se incorporaran a la procesión que estaba entrando en la catedral”
En tiempos de paz, don Antonio el estampillado, culminó una oración dando un guantazo a un crío de 12 años por aguantar a duras penas un conato de risa. En otra ocasión, destruyó su expediente académico pese a haber aprobado los exámenes, y lo condenó a pasar el resto del curso de cara a la pared por haber hecho una travesura con una lagartija. Y no fueron las únicas acciones represivas que sufrí en esos tres largos años, ni fui el único que las padecí. En el Manuel de Falla de los setenta, imperaba régimen del terror.
Me pregunto qué no habría hecho el estampillado durante la guerra civil, si después de ir a misa, descerrajaba tiros de gracia como si nada, en nombre del señor y de la patria. Quizá no, lo desconozco, pero tenía los mimbres para conformar a un criminal, porque no se puede castigar de forma tan inmisericorde a un crío de 12 años, pese a haber dado un paso al frente como un adulto, para asumir su responsabilidad. Solo faltó haber dado un viva a la república, pero era un crío y no entendía de esas cosas.
   

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