EL NIÑO MISIL
Hoy tocaba bicicleta. Circulaba por el paseo marítimo de
Puerto Real, de regreso a El Puerto de Santa María, disfrutando de la visión de
las calmas aguas de la bahía al atardecer. Transitaba por el carril bici con
precaución, a pesar de que el paseo es bastante ancho, pues aun así, el carril
es invadido continuamente por quienes no debieran hacerlo. En la provincia aún
no han aprendido a utilizarlo, debe ser más complicado para mis paisanos, que
bandearse con las APPs y el Instagram.
Además, alguna lumbrera del área de urbanismo del
ayuntamiento, no tuvo mejor idea que poner el carril bici a metro y medio de
los bancos para sentarse, y había muchos pequeñajos jugando con sus patines,
sus coches de radiocontrol y demás, junto a sus familiares, sentados en esos
bancos.
El caso es que en un instante dado, detecté a mis doce un
objeto de reducidas dimensiones que se aproximaba hacia mí endiabladamente
rápido, como fuera de control, pues oscilaba a un lado y a otro, circulando
incluso de lado. Se trataba de un mocoso que no tendría más de seis o siete años,
que pilotaba una especie de triciclo que trataré de describir.
La rueda tractora era la delantera, y la tracción la obtenía
de un motor eléctrico colocado en la vertical de la misma. De los lados de la
rueda delantera, salían dos estribos para apoyar los pies, como en las Chopper
americanas. Del eje del manillar, salía hacia detrás una barra curvada, en cuya
parte más baja iba anclado el sillín. Esa barra, en su parte trasera, se abría
en forma de y griega, en cuyos extremos iban atornilladas dos pequeñas ruedas
locas, como la de los carritos de los supermercados. Creo que el ingenio
potencialmente letal se llama drift trike, o algo así.
El caso es que el mocoso se dirigía hacia mí a toda leche,
derrapando a un lado y a otro, entrando en el carril y saliéndose, lo que me
obligó a apartarme y casi detenerme por no colisionar con él. Cuando lo tuve
casi encima, hijoputa del enano entró en modo autorrotación, cual helicóptero
con el rotor de cola dañado, y concluyó con una trayectoria marcha atrás, con
una tranquilidad pasmosa, como si se hubiese comido un puto Kinder Bueno.
Habría que meter en la cárcel al que inventó ese cacharro
diabólico para tiernos infantes, y a los padres que se lo regalan a sus
pequeñajos, pues es gana de que se maten prematuramente, o acaben matando a
otra criatura. A ver quién es el guapo que intenta educar a esas criaturas en
los buenos hábitos para circular por la vía pública, de forma segura y
civilizada, después de haber catado esa máquina infernal a la que deberían
ponerle luces estroboscópicas para que se vean venir desde lejos. La madre que
parió al drift trike de los cojones.
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