martes, 14 de enero de 2020


EL NIÑO MISIL

Hoy tocaba bicicleta. Circulaba por el paseo marítimo de Puerto Real, de regreso a El Puerto de Santa María, disfrutando de la visión de las calmas aguas de la bahía al atardecer. Transitaba por el carril bici con precaución, a pesar de que el paseo es bastante ancho, pues aun así, el carril es invadido continuamente por quienes no debieran hacerlo. En la provincia aún no han aprendido a utilizarlo, debe ser más complicado para mis paisanos, que bandearse con las APPs y el Instagram.
Además, alguna lumbrera del área de urbanismo del ayuntamiento, no tuvo mejor idea que poner el carril bici a metro y medio de los bancos para sentarse, y había muchos pequeñajos jugando con sus patines, sus coches de radiocontrol y demás, junto a sus familiares, sentados en esos bancos.
El caso es que en un instante dado, detecté a mis doce un objeto de reducidas dimensiones que se aproximaba hacia mí endiabladamente rápido, como fuera de control, pues oscilaba a un lado y a otro, circulando incluso de lado. Se trataba de un mocoso que no tendría más de seis o siete años, que pilotaba una especie de triciclo que trataré de describir.
La rueda tractora era la delantera, y la tracción la obtenía de un motor eléctrico colocado en la vertical de la misma. De los lados de la rueda delantera, salían dos estribos para apoyar los pies, como en las Chopper americanas. Del eje del manillar, salía hacia detrás una barra curvada, en cuya parte más baja iba anclado el sillín. Esa barra, en su parte trasera, se abría en forma de y griega, en cuyos extremos iban atornilladas dos pequeñas ruedas locas, como la de los carritos de los supermercados. Creo que el ingenio potencialmente letal se llama drift trike, o algo así.
El caso es que el mocoso se dirigía hacia mí a toda leche, derrapando a un lado y a otro, entrando en el carril y saliéndose, lo que me obligó a apartarme y casi detenerme por no colisionar con él. Cuando lo tuve casi encima, hijoputa del enano entró en modo autorrotación, cual helicóptero con el rotor de cola dañado, y concluyó con una trayectoria marcha atrás, con una tranquilidad pasmosa, como si se hubiese comido un puto Kinder Bueno.
Habría que meter en la cárcel al que inventó ese cacharro diabólico para tiernos infantes, y a los padres que se lo regalan a sus pequeñajos, pues es gana de que se maten prematuramente, o acaben matando a otra criatura. A ver quién es el guapo que intenta educar a esas criaturas en los buenos hábitos para circular por la vía pública, de forma segura y civilizada, después de haber catado esa máquina infernal a la que deberían ponerle luces estroboscópicas para que se vean venir desde lejos. La madre que parió al drift trike de los cojones.


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