jueves, 12 de julio de 2012


AMADOR… UN MAL TRAGO A LA PUESTA DE SOL.

Amador era tendero, tenía una pequeña tienda de ultramarinos en una pequeña calle de una pequeña ciudad. La montó con el dinero que ahorró trabajando de cocinero en un buque antes de que todas las tripulaciones fueran filipinas, cuando embarcarse era una manera de sacarse un dinero a base de sacrificio para construirse un futuro y no un sacrificio sin opción a un futuro digno.

Amador se levantaba todos los días a las cinco de la mañana para preparar la lista de pedidos, recoger el pan, y poner a punto la tienda. Apenas echaba una hora para comer en la modesta vivienda que tenía encima de la tienda, y volvía al tajo cerrando como pronto a las once de la noche.

Tenía una clientela fiel, gente del barrio,  sobre todo familia de trabajadores de astilleros, y aunque estos ganaban dinero, era frecuente que tuviera una lista con clientes que dejaban cosas pendientes de pago, pues en aquellos tiempos era común fiar. Amador siempre estaba allí para un desavío... nos hemos quedado sin leche, son las once de la noche, ve an cá Amador niño.

Amador no cobraba horas extras, ni tenía paga de Navidad, ni vacaciones, trabajaba de lunes a lunes, vivía al día y para pagar impuestos, seguros y pedidos, tan solo ahorraba lo que podía para pagarle la carrera a los hijos, todo a base de horas de trabajo hasta horas intempestivas. Algunas veces la mujer echaba una mano, sufrida mujer a caballo entre los hijos, las labores de la casa, el cuidado de la abuela… y la tienda.





Los hijos ya no eran de la generación de aquellos que echaban una mano en casa, y la pobre mujer murió poco después que la abuela por letal enfermedad, así que Amador tuvo que asumir el trabajo en la tienda y todo lo demás.

Llegaron las huelgas de astilleros... compañero únete, huelga general, Amador cierra la tienda o te la quemamos... y Amador cerraba la tienda sabiendo que día que no trabajaba, día que el dinero se marchaba para no volver más. Pero Amador cumplía porque la ciudad se volcaba con la causa, todos con los trabajadores de astilleros… fuera el presidente, no a la regulación de empleo, carga de trabajo ya… lo de siempre.

Las cosas se arreglaron en parte pese a los despidos, y llegó el boom inmobiliario. Los bancos prestaban dinero a espuertas, los vecinos se compraban casas adosadas en el extrarradio y se marchaban del barrio, de manera que a Amador, esto del boom empezó a pasarle factura antes que a nadie. Para colmo proliferaron los Mercacoma, los Correyfour, las malditas grandes superficies y los chinos, así que Amador apenas podía competir con los precios y lo más que podía ofrecer era ajustarlos casi a lo comido por lo servido, y con el trato personal, pero resultó que el trato personal ya no le importaba tanto a la gente, si a caso a las personas mayores, las del barrio de toda la vida que subsistían con una exigua pensión que las obligaba a comprar fiado, con los problemas que en esas circunstancias suponía para Amador.

Los hijos de Amador no quisieron estudiar una carrera, les iba más la marcha, el tonteo con las drogas y los SEAT León. Amador tuvo que avalar a uno de ellos que se compró adosado con piscina, y tuvo que pagar el programa de desintoxicación del otro que al final acabó muerto por sobredosis.

Los balances de la tienda de ultramarinos de Amador cayeron en picado a la par que su maltrecha moral, aun así, amador no pidió crédito alguno a los bancos, pues no era su estilo. Pero el boom hizo honor a su nombre y estalló como una bomba de racimo, alcanzándole de lleno. El hijo al que avaló y que trabajaba en la construcción, se quedó en el paro de manera que al no poder hacer frente a la hipoteca, los bancos le metieron mano a Amador, y en particular a su tienda.

Amador trató de buscar apoyos, descartando de entrada a los sindicatos, pues él tenía el estigma de ser “empresario”. Se plantó en la puerta del Ayuntamiento con un cartel reivindicativo, pero nadie le dio cobertura al asunto. Los “compañeros” de astilleros a los que Amador apoyó cerrando la tienda y perdiendo un dinero que no recuperó, no aparecieron, y la Policía Local lo retiró de la puerta del consistorio sin que nadie se fijara en el pobre hombre. Ni siquiera un periodista local que pasaba por allí se dignó a preguntarle qué pasaba porque iba con prisas para cubrir el desahucio  de unos trabajadores de la construcción que se empeñaron hasta las cejas para comprar casa con piscina y Mercedes clase C incluido y que estaban siendo arropados por el colectivo del 15 M.



Amador perdió la tienda, su sustento, Amador perdió sus ahorros y a Amador apenas le quedó una ayuda mísera después de haber estado pagando impuestos toda la vida, sin cobrar horas extras, sin vacaciones y sin paga de Navidad… pero de aquello no se enteró nadie. La gente del barrio no quiso fiarle nada, los trabajadores de astilleros volvían a reivindicar carga de trabajo para ellos y para sus hijos, sin percatarse de que Amador tenía el mismo derecho, pero no la fuerza para poder hacer oír sus reivindicaciones.

En la TV solo se hablaba del 15 M, de los funcionarios, de los mineros, todos pidiendo la colaboración de la gente para  con sus causas… Amador se preguntaba qué pasaba con él, por qué él debía sumarse a las reivindicaciones de los demás cuando ignoraban  la suya, por qué a él lo apartaron sin más, con un simple, váyase a su casa amigo o le detengo, sin  que nadie diera la cara por él, mientras que los demás cortaban carreteras, quemaban mobiliario urbano y montaban la de dios con el apoyo indignado de toda la ciudadanía. Se preguntaba por qué los sindicatos se empeñaban en recolocar o mantener las subvenciones de los trabajadores de astilleros o de la minería, aun siendo deficitarias, y nadie se preocupaba por la tienda de ultramarinos de Amador, que nunca recibió subvenciones ni supuso coste alguno para la sociedad.

Amador, asqueado, decidió formar parte del paisaje urbano, un elemento más como pudiera ser una farola, o una gaviota que surca el cielo, y decidió dormir en la playa mientras se lo permitan las autoridades o las inclemencias. Agotada la ayuda, vive que lo que le dan, lo justo para engañar a su maltrecho estómago y para engañar a su cabeza con un trago de alcohol.

Cae la tarde y los rayos cálidos del sol poniente envuelven a Amador, que después del trago cierra los ojos y se deja mecer por la brisa del oeste, la que le llega desde ese mismo océano que una vez surcó y que le dio para comprarse aquella tiendecita de ultramarinos que ahora es un lugar baldío a causa de la ingratitud y el egoísmo de los seres humanos, de los que gobiernan y de los que no.

Amador… un mal trago a la puesta de sol.


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Esto es una historia ficticia parida por mí, pero que podría ser real. Seguro que hay muchos Amador en los que la gente no recae. Las reivindicaciones suelen ser justas pero también pueden ser muy injustas, en el sentido de que lo que a veces se pide para un colectivo habría que pedirlo también para los demás, me refiero a los que no tienen capacidad para hacer fuerza o para coordinarse. Yo perdí mi trabajo, no pertenezco a ningún colectivo numeroso, hasta el extremo de que ni siquiera existe el epígrafe en el INEM (hidrógrafo). Tengo que escuchar a unos y otros que gozan del apoyo de los sindicatos y de la gente en general, que tiende a empatizar por oleada, que quieren ser recolocados, que quieren conservar el puesto para sus hijos, que quieren ser subvencionados y tengo que asumir que si cortan el puente, me tengo que detener.

Pero si un día yo me pusiera a impedir el paso en la puerta de un astillero, o en la de una escuela, o en el acceso a una mina, para reivindicar mi extinguido puesto, seguro que los “compañeros y compañeras”  me parten la boca o llaman a la policía porque un colgao les impide entrar a trabajar. Alguien como Amador, o como yo, no puede utilizar a los demás para hacer fuerza, no puede condicionar a los alumnos de una escuela, ni cortar una carretera, o tomar como rehenes al pasaje de un avión, por tanto las adhesiones solidarias son ínfimas y nadie se va a preocupar por recolocarnos, o por preservar nuestros puestos para nosotros y nuestra descendencia, simplemente perdemos el trabajo y tenemos que buscarnos la vida. Alguien como Amador o como yo, se tiene que joder sin más y encima apoyar las reivindicaciones de los demás so pena de quedar como un “egoísta”. Aun a riesgo de quedar como eso, solo señalo eso, que además de trabajadores de astilleros, mineros, sanitarios, y funcionarios, hay gente como Amador y “empresarios” esos autónomos que los sindicatos tienden a meter en el mismo saco sin tener en cuenta que se están dejando el hígado para mantener sus puestos de trabajo, y el muchos casos, el de sus trabajadores.

Lo mismo resulta que cada colectivo tiene que luchar por lo suyo, y los demás, se tienen que buscar la vida, así que en mi caso, probablemente me quede solo la acción individual, que por minoría insignificante solo me dará opción a pasar del gobierno y del país entero y buscarme la vida literalmente como si estuviera en la selva. Lo mismo la opción de Amador no es tan mala.



6 comentarios:

  1. Será una historia ficticia pero tristemente real como la vida misma ¿Y el que no conozca ningún Amador? Que tire la primera piedra...

    Un saludo desde La Tacita de Plata lugar de tu relato.

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  2. Muchos años llevan desmadejando los hilos que nos unian unos a otros. De eso se valen ahora quienes salen cooriendo con el dinero: saben que nadie les va a detener.

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  3. La foto es espectacular y el texto ya lo he publicado en mi cajón de sastre.

    Deberían haber más Amadores, pero no bebiendo ni llenos de rabia, sinó llenos de sabiduría y experiencia para empezar de cero una sociedad adulta y no adolescente como la que tenemos.

    ¡Un besazo!

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  4. Se puede decir más alto, pero no más claro. Las pymes y los autónomos también están sufriendo en silencio lo suyo, y con ellos sus anónimos trabajadores, que cualquier día se quedan sin trabajo o lo que casi es peor trabajan meses sin cobrar hasta que la empresa decida dar el carpetazo final, pero esa noticia no interesa a nadie.
    Te leo menos de lo que me gustaría, pero cuando lo hago es un placer capitán. Silvia

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