EL PELUCHE
Nos detuvimos en un semáforo y Lobita me dijo, mira a
estribor. Apoyados en el muro del puerto de Cádiz, allá por Canalejas, un chico
y una chica de veinte y pocos. El chaval hablaba por teléfono, sujetándolo con
la mano diestra. Con el brazo izquierdo sujetaba un peluche más grande que él,
una especie de unicornio de color rosa con mechones lilas hasta donde pude
observar.
La chica, sentada sobre una rodilla del chico, se empleaba a
fondo en hacerle carantoñas… No, al chico no, al peluche. Diríase que el
peluche era un ser vivo a juzgar por los mimos que estaba recibiendo. Para mí
que constituían un triángulo interespecie, sujetos a la dinámica del poli amor,
en el que el unicornio era el macho Alfa, o la hembra Beta, vete a saber.
¡¡Tuuuuuuuttt!! ¡¡Tuuuuuuuttt!!! El semáforo se puso en
verde y el de atrás tenía poca paciencia, pero tuve que asumir mi cuajo y hacerle
una señal de disculpa con la mano. Cuando eché un vistazo al retrovisor, vi la
cara de idiota que se me quedó después de contemplar la escena del unicornio. Me
hizo perder la noción del tiempo y del lugar en el que me encontraba. Nos vamos
al carajo.
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