DOBLE RASERO.
De haber sido un camionero que se
hubiera llevado por delante a un ciclista, habría sido tratado como un
criminal. Hubiera dado igual que el camionero estuviese al borde del
agotamiento por una conducción maratoniana impuesta por la empresa de
transportes, para atender a la implacable maquinaria de consumo de la que todos
somos partícipes. El camionero tendría que haber mantenido la distancia de
seguridad al adelantar, el metro y medio de marras, y si no hubiese podido,
tendría que haber aguantado los kilómetros o las horas que fueran precisas a
rebufo del ciclista, que tiene todo el derecho a circular por la vía, aunque en
origen estuviese concebida para llevar mercancías y pasajeros del punto A al
punto B, no para el ocio.
A estas horas el camionero habría
estado en el punto de mira de los medios de comunicación, señalado como un
asesino, y la gente diría, qué criminal, qué impresentable el puto camionero,
que le retiren el carné de por vida, ya podía haberse muerto él, que tomen
medidas ya.
Pero este no ha sido el caso.
Esta vez se trata de alguien que marcaba goles y levantaba copas, que firmaba
autógrafos y levantaba pasiones entre los aficionados, un colega de sus colegas
y de su afición. Da igual que circulara por la vía pública como un misil por
una cuestión de disfrute y puro exhibicionismo. Da igual que reincidiera en
esas actitudes negligentes, que se haya llevado la vida de una persona y tal
vez la de otra, que viajaban junto a él compartiendo un chute de adrenalina a
bordo de un deportivo. Hubiera dado
igual que, en vez de acabar en la cuneta, se hubiese estrellado contra un
monovolumen con una familia entera en su interior.
Marcaba goles y levantaba copas,
era un héroe de los que se estilan ahora, de los que hacen gestas para sí mismos
alimentando el monstruo de su propio ego, y el ego irrisorio de quienes
necesitan proyectarse en ellos. Los medios de comunicación, los mismos que
señalan implacables a los camioneros criminales, encumbran al “héroe”
ensalzando sus gestas deportivas, mientras pasan de puntillas por las causas
que han determinado trágicas consecuencias, que podrían haber sido incluso
mucho peores. Aunque ya explotarán esa vertiente, porque los de los medios de
comunicación son hienas que se alimentan de la carroña del sensacionalismo, y a
buen seguro que sacarán partido del luctuoso asunto.
Pero en cuanto a la sociedad se
refiere, qué más da un par de muertos, como si hubiesen sido cinco más. Marcaba
goles, levantaba copas, no era un vulgar camionero, era un “héroe” y ahora, una
leyenda. El doble rasero de una sociedad sin valores, una sociedad capaz de
linchar a un trabajador o encumbrar a un deportista por cometer la misma
negligencia.
Mis condolencias, pero solo las
justas, las estrictamente misericordiosas con cualquier ser humano.
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