lunes, 2 de noviembre de 2015

AGRICULTOR DE PURA CEPA

Lo vi desde cierta distancia, laborando con el viejo John Deere, y a medida que me fui acercando, reparé en algunos detalles que despertaron mi curiosidad.

Es temporada de la recolecta del algodón, y las grandes cosechadoras, evolucionaban de aquí para allá, apilando la cosecha en su jaulas, para después volcarlas en los camiones articulados que se ocupan de distribuir el producto por el resto del territorio nacional. La maquinaria a la que me refiero, era de última generación, de estas que están dotadas de toda suerte de adelantos, incluido el GPS, maquinaria operada generalmente por la nueva generación de agricultores, que si bien, continúan trabajando duro, nada tiene que ver la dureza de su trabajo, con la que tuvieron que sufrir sus progenitores, tanto mujeres como hombres.

Este agricultor tenía el aspecto de ser uno de aquellos. Lo delataban los surcos de su rostro, un rostro arado por la acción del sol durante el tórrido verano, y del frío durante el invierno. Manos recias, encallecidas y con luto en las uñas, comidas de tierra y grasa. La indumentaria al uso de los agricultores de décadas ya lejanas, con su pantalón de tergal, su camisa blanca de cuadros o de rayas, su gorra campera, y unas zapatillas de lona. Su cigarrillo de tabaco negro, de los de liar, y ese temple tan particular, una mezcla de rudeza, resignación y dignidad.

Estaba realizando tareas menores con su viejo tractor, un John Deere de color verde, la única seña de identidad de la marca que le quedaba. Le faltaban los letreros de la marca, todas las luces, incluidos los faros delanteros, y las rejillas de protección del motor. En la parte delantera montaba un mecanismo hidráulico para accionar una pala de carga o similar, que no llevaba, y en la parte trasera, una desbrozadora circular, parecida a la que se utiliza para cortar el césped, pero en este caso más grande y potente, para desbrozar vegetación más recia.

La labor que realizaba era precisamente de desbroce. Estaba desbrozando zonas de cultivo de algodón que no se habían reproducido de acuerdo con los estándares, de ahí que no se requiriera una maquinaria más moderna. Pero con todo, el agricultor realizaba su trabajo con absoluta profesionalidad, de manera metódica. Ese gesto que realizaba con su mano izquierda, no se debía a que fuese a quitarse o ponerse el cigarrillo de la boca, estaba señalando su punto de referencia para mantener el tractor alineado con el patrón de desbroce que estaba siguiendo.

El hombre me sabía allí, observando discretamente cámara en mano, pero él iba a lo suyo. No desperté en él ningún vestigio de vanidad, como sucede cuando apuntas a alguien con una cámara y acaba posando cuando se siente protagonista de la escena. Eso me permitió retratarle en su esencia, tirando de focal para no estar demasiado encima. Me atrajo, como digo, su genuino proceder de agricultor de pura cepa, de vuelta de todo y camino de la extinción, como su viejo John Deere, que no entiende GPS, ni atiende a ITVs, laborando dignamente con todas sus cicatrices.

Después de observarlo durante un rato y de disparar algunas fotos del modo más discreto posible, me levanté y reemprendí mi camino, justo cuando él venía de vuelta encontrada. Fue entonces cuando levanté mi mano para saludarle, y fue entonces cuando él levantó la suya para corresponder a mi saludo, como mandan las buenas formas. Adiós, que tenga usted una buena tarde, agricultor de pura cepa.

J.M. Arroyo


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