LA ENTREVISTA DE TRABAJO
Estacioné el coche en la Punta de
San Felipe y me dirigí caminando tranquilamente hacia el casco antiguo de Cádiz
contemplando el panorama. Al pasar junto a un local de ocio, una especie de
discoteca que estaban reformando, observé que había un grupo de jóvenes de
ambos sexos de entre 18 y 25 años, haciendo cola en la entrada del local.
Puesto que el local estaba patas arriba y lleno de operarios trabajando radial
en mano, deduje que no hacían cola para tomar copas, sino para ser entrevistados
con la finalidad de seleccionar a los futuros empleados que ocuparán los
puestos de trabajo que se harán efectivos una vez concluidas las reformas, hecho
que confirmé, porque la mayoría llevaba en la mano una funda de plástico con
folios mecanografiados, que a buen seguro serían los currículos.
La fila de jóvenes era heterogénea
en cuanto modelitos se refiere, pero
todos dentro de un estándar, digamos al uso de los locales de moda y de
ambiente no marginal… nada de punkis, skatos, canis, hemos y demás tribus de corte radical, por
diferenciarlas de algún modo.
A ver si logro explicarme… los
chavales iban en la línea de perfiles parecidos a los llamamos hípsters,
metrosexuales, indies y parecidos, todos con cortes de pelo de tres horas en la
peluquería unisex, barbas trazadas con tiralíneas, ropa de diseño, tatuajes
étnicos en cuerpos impolutamente depilados y demás historias decorativas.
En el caso de las chicas, pues lo
mismo, aunque no sé cómo cojones se definirán, el caso es que iban con peinados
a la moda de cinco horas en la peluquería unisex, modelitos de todo tipo,
tacones imposibles, el consiguiente tatuaje estratégicamente colocado en un
lugar del cuerpo estratégicamente descubierto y esas cosas que se estilan ahora.
En definitiva, que todos llevaban un look en el que la característica común
eran modelos de ropa cuidados –lo que no implica que fueran de buen gusto-
mucha peluquería, mucha manicura y demás farfolladas para obtener la apariencia
que por otra parte requieren estos locales de moda.
Continué caminando en el sentido
en el que discurría la fila de aspirantes, y a unos veinte pasos del final de
la misma observé cómo se aproximaba con las manos metidas en los bolsillos, un
tipo de aspecto no sé si llamarlo normal, ordinario o descatalogado. Había
alcanzado la treintena de años o poco le faltaba, metro setenta de estatura, un
físico normalito, un pelado de barbería de a 8 euros el corte, barba no muy
abundante, sin depilar y usaba gafas convencionales. Vestía unos zapatos
normales, un pantalón vaquero normal, una camisa normal, una cazadora normal y
poco más, una persona con una apariencia que pasaría desapercibida en cualquier
parte del planeta. Bien podría trabajar como camarero en un bar de tapas
normal, Paco ponme una caña con una tapita de chicharrones... marchando una de
chicharrones.
Nunca se me hubiera ocurrido
relacionar a este hombre con la fila de chavales de no ser por la mueca que
realizó justo cuando se cruzó conmigo, mientras él observaba la fila de jóvenes
que yo había dejado atrás. Hizo un gesto como de, qué es esto, en dónde me voy
a meter a pedir trabajo con toda esta peña tan emperifollada. Fue el gesto lo
que le delató y me hizo volver la mirada atrás una vez lo rebasé, para
confirmar mi corazonada.
Llamémosle Paco, en vez de seguir
directo hacia la fila, viró cuarta a estribor, abandonado la acera e invadiendo
la calzada como si le hubiera entrado vértigo de repente. Titubeó un poco y de
nuevo corrigió cuarta a babor para acabar atracando al final de la fila de la
chavalería de diseño, con sus pelados de diseño, su ropa de diseño y su
comportamiento de diseño… y Paco con sus pintas y sin la hoja plastificada con
el currículo.
Mal lo llevas Paco, pensé
mientras proseguía mi camino cerca de las murallas de San Carlos, vas a pedir
trabajo en el tajo equivocado. De nada te servirá la maestría que tienes
echando cañas, ni el palique que le das al cliente mientras pones la tapa de
chicharrones y las olivas encima de la barra. No llevas el look adecuado salvo
que optes por entrar en el local para pedir curro como peón de albañil y trabajar
con la cuadrilla que está haciendo la reforma.
Me entraron ganas de dar la vuelta y hacer piña con Paco colocándome junto a él en la fila. Él con su aspecto, y yo con el mío, también descatalogado y para más coña con 53 tacos, una Letherman en el cinto, y sin tener ni puta idea de cómo se prepara un Bloodymaría de las Mercedes. Solo por joder.
Me entraron ganas de dar la vuelta y hacer piña con Paco colocándome junto a él en la fila. Él con su aspecto, y yo con el mío, también descatalogado y para más coña con 53 tacos, una Letherman en el cinto, y sin tener ni puta idea de cómo se prepara un Bloodymaría de las Mercedes. Solo por joder.
Realicé unas gestiones en el centro, y al cabo del rato regresé a por el coche. Volví a pasar por el mismo lugar. La cola de jóvenes era bastante más larga, todos vestidos a la moda cumpliendo con los estándares de los locales de moda, una fila que contrastaba con los operarios que trabajaban en la remodelación del local… currículos, peinados de moda y chispas de radial, todo un contraste.
Pero de Paco ya no había ni
rastro, ni de nadie con semejante perfil. Desconozco si llegó a entrar o se lo
pensó mejor y se marchó, aunque hubiera estado bien que por una vez, si Paco
fuese cojonudo en los suyo, lo hubieran seleccionado por lo que sabe hacer, en
vez de por su apariencia. Paco ponme un Bloodymaría de las Mercedes y sé generoso con los snacks…
marchando una de snacks.
J.M. Arroyo
No hay comentarios:
Publicar un comentario