miércoles, 1 de junio de 2016

UNA SESIÓN FOTOGRÁFICA DE MUERTE CON CHARLIE.


Fue un domingo de mayo por la tarde. Decidí echar un rato haciendo fotografías en un antiguo polvorín del ejército de tierra que está desafectado y a la espera de un futuro aún incierto. El polvorín, ubicado en la Sierra de San Cristóbal (El Puerto de Santa María) está compuesto por una red de túneles excavados en la tierra, una especie de madrigueras a lo bestia que se están desmoronando debido a la erosión, por lo que caminar por determinadas zonas resulta peligroso, sobre todo para quienes no conozcan el terreno y la existencia de esas bóvedas en estado tan precario. Por esta razón, un guardia de seguridad dotado de una moto todo terreno y de un pastor alemán, custodia el recinto cuyo vallado está destruido casi en su totalidad, por lo que aquello es un coladero y ha sido objeto del vandalismo. Aunque resulte sorprendente, aún se encuentran por el suelo vainas percutidas del  calibre 7.62x51 de los que usaba el fusil CETME, y restos de las fundas de plástico de cohetes anti-carro C90 CR–RB (M3) Instalaza, además de las trazas de alambradas de espino que antaño protegían las zonas más sensibles cuando estaba operativo. Puede que haya incluso restos arqueológicos, porque  la zona está muy cerca del yacimiento de Doña Blanca.
Foto de los respiraderos del polvorín. Toda esa zona está hueca, lo que convierte en peligroso el tránsito.

Me llevé conmigo a Charlie, la calavera de pega que decora una de mis estanterías, porque quería hacerle una sesión fotográfica “de muerte” en una de las piscinas abandonadas del recinto, parcialmente inundadas en esta época debido al agua de lluvia.Para entrar al antiguo polvorín hay que darle las vueltas al guardia de seguridad, algo nada complicado porque aquello está inserto en un bosque de pinos y matorrales, con elevaciones y depresiones en donde es fácil emboscarse en tanto el perro no detecte al intruso y se ponga  a ladrar. Salvo en ese caso, el guardia no suele  hacer la ronda a pie porque la zona es demasiado extensa, la hace con la moto, lo cual delata su presencia y lo limita a circular por determinados carriles. Normalmente no se ve a nadie por allí desde que perdió el interés para los vándalos que robaron y destrozaron a mansalva, pero en esta ocasión, justo de tras mía, entraron tres tipos equipados cámaras de fotografía, trípodes, mochilas mega guais con toda suerte de accesorios, y como no me gustan las injerencias, les di el esquinazo  los seguí  distancia sin dejarme ver. Tampoco era plan que me viesen metido en faena con Charlie y me confundiesen con el coleccionista de huesos.
Tardó poco el guardia de seguridad en detectarlos, pues iban vestidos con ropa chillona, hablando en voz alta y formando ruido al pisar la maleza y los escombros de las edificaciones abandonadas, porque andaban como los patos. El guarda los largó de allí, así que de nada les sirvió tanta artillería. Yo en cambio seguí a lo mío pues no detectaron mi presencia por discreto, tanto en el aspecto como en las formas, pues a quien se le ocurre ir de furtivo con colores chillones y de palique… Hay que tener mucha mili que se dice, y más campo.
Al cabo de poco, tras dar un rodeo con vistas a evitar al guardia de seguridad y a su imponente pastor alemán, llegué a la piscina que está junto a otras dependencias del antiguo acuartelamiento, y me introduje en ella por la parte que estaba seca. En ese instante algo pegó un salto y se ocultó entre unas maderas que estaban en la esquina opuesta. Pensé que se trataba de una rata, pero descubrí que era una cría de liebre que debió caer dentro de la piscina, lo cual suponía su sentencia de muerte, pues allí no tenía apenas qué comer salvo unos ramajes que afloraban en la parte húmeda de la piscina.

La cría de liebre "escondida" entre las piedras y las maderas que había en la piscina.

Le hice una foto y a continuación intenté atraparla con la intención de sacarla de allí con cuidado de no dañara, pero se escurrió entre mis manos y para mi sorpresa, se introdujo en el agua nadando hasta la zona más profunda. No sabía que las liebres nadasen tan bien. Hace poco libré de una muerte segura a una perra que cayó en un canal de riego, operación de rescate que me obligó a tirarme al agua sucia y helada, pero en esta ocasión no estaba por la labor de meterme en las aguas putrefactas de esa piscina por una cría de liebre, así que recurrí a la astucia, ya que la situación no era tan crítica como la de aquella perra que tuvo un final feliz.Pensé que si me apartaba a un extremo de la piscina, la liebre acabaría regresando a la parte seca, y que estaría más fatigada y por tanto menos ágil, lo que facilitaría su captura. Y así sucedió. Regresó a la orilla, intentó ocultarse entre los ramajes, pero pude atraparla sin que apenas opusiera resistencia. Acto seguido la liberé fuera de la piscina y siguió su camino a saber dónde. Sin proponérmelo, me paso la vida rescatando animales en apuros que se cruzan en mi camino, van tres en lo que va de año, y siempre me quedo con la duda de si estoy haciendo lo correcto por eso de interferir en la selección natural. No hace mucho fue una cría de gorrión que no tuvo un final feliz. Debió caer de un nido y mi error fue intentar recuperarlo en casa, pero cascó al cabo del rato mientras le intentaba dar de comer, así que para quien se vea en esas, lo mejor es dejarlo cerca del lugar donde cayó y que la naturaleza provea.
Después del “rescate”, Charlie y yo nos pusimos a lo nuestro. Con ayuda de un palo metido en una de sus cuencas, lo introduje en el agua que estaba llena de maderos flotando, de musgo y cosas desagradables que venían al pelo para lo que pretendía, hacer una “sesión de muerte” en un ambiente lúgubre, y me dediqué a disparar no sin problemas. La pobre Canon 50D, que ha soportado lo indecible, está sacando a relucir sus achaques, entre otros, el del botón de disparo a veces falla y tengo que resucitarlo con unas gotas de propanol, todo un descubrimiento para limpiar componentes electrónicos porque no deja residuos.

 Charlie sumergido en la piscina

Charlie fue un regalo que me hizo mi primo Roger hace lo menos 40 años, él seguro que ni lo recuerda. Me lo traje de Francia y desde entonces ha formado parte de mi casa allá donde la tuviera, siendo testigo mudo de las tres cuartas partes de lo que llevo vivido… si Charlie hablara. También ha sido protagonista de sesiones de fotografía realizadas por mi hija Gloria, así que Charlie es toda una institución. Cuando casque, quiero que coloquen mi cráneo junto al de Charlie para darle conversación, y que ambos pasen a manos de Gloria que estará encantada… cosas de la complicidad entre padre e hija.
Después de la piscina, realicé algunas fotos en unas dependencias abandonadas del acuartelamiento y eché un vistazo a las cámaras excavadas en tierra, la mayoría selladas para impedir el acceso debido al riesgo de derrumbe. El lugar bien merece un reportaje, más que fotográfico, de filmación, para poder tener una visión de conjunto. Podría ser interesante hacerlo antes de que acabe por desaparecer sin pena ni gloria, como suelen acabar las cosas en este país tan poco dado a conservar.
Finalizada la sesión fotográfica, Charlie y yo emprendimos el regreso  con menos cuidado que al entrar, pues la misión ya estaba cumplida y poco me importaba que me pillara el guardia, además seguro que tendríamos una buena conversación y el pastor alemán acabaría siendo mi colega, pues me llevo bastante bien con los perros. Pasé cerca de la caseta donde estaban ubicada junto a una torre de comunicaciones, y cuando me situé del lado de donde venía el viento, el perro debió detectarme pese a que no tenía visión directa, y se puso a ladrar, aunque eso no deja de ser una suposición, pues lo mismo ladraba por otra cosa. El caso es que mediaban ya más de 50 metros y yo caminaba entre setos y árboles a un par de minutos de la salida, así que era improbable que me alcanzaran a menos que el guardia soltara al perro.
Charlie en los restos de una chimenea.


Y así discurrió esa sesión fotográfica de muerte y por otra parte, de vida, pues sacamos del atolladero a la cría de liebre, a saber para qué, pues lo mismo después acabó entre las garras de una lechuza o se la zampó el pastor alemán del guardia de seguridad… qué puta es la vida ¿Verdad Charlie? Cómo sonríe el hijoputa.



Una garita, y al fondo la torre de comunicaciones junto a la que está la casa del guardia de seguridad.


JM Arroyo




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