lunes, 6 de enero de 2014


EL ALMIRANTE ROJO

La Vanessa Atlanta, también conocida como  Vulcana, Numerada o El Almirante Rojo, Red Admiral, como diría un inglés,  que es la denominación que me gusta a mí por todo aquello a lo que soy a fin. Leo que es una mariposa bastante extendida por el mundo, y como buen almirante, es capaz de recorrer miles de kilómetros, del sur hacia el norte en primavera, y del norte al sur en otoño.

 Leo que tiene un comportamiento peleón, muy territorial, tenaz ante los intrusos, como es de esperar de un almirante. Dicen que Almirante Rojo se caracteriza por un vuelo firme, rápido y seguro, expulsando a cuantas mariposas, sean de su especie o no, que se atrevan a cruzarse en su trayectoria, y cuentan - eso he podido constatarlo-  que si por casualidad entramos en su territorio, dará cuatro o cinco vueltas a nuestro alrededor, a fin de comprobar si somos un peligro potencial para su integridad, llegando incluso a “atacar”. Si después del tanteo comprueban que no suponemos un riesgo, se posan en el mismo lugar en el que estaban y nos ignoran, permitiendo que sean observadas o fotografiadas, en este caso por mí.

El caso es que este Almirante Rojo considera mi balcón como su territorio, y así lo han venido considerando todos los años por estas fechas sus antepasados, porque, por razones de esperanza de vida, este no puede ser el mismo almirante que el del año pasado. Me conmueve su determinación y no puedo más que rendirme a las alas del Almirante Rojo, aun siendo yo consciente de que podría reclamar mi territorio con apenas un soplido.

Me asomo y allí se encuentra el almirante,  en la zona soleada de mi balcón, en el mismo lugar de siempre, a la misma hora de siempre, sobre las doce del mediodía, y durante la misma estación de siempre, en invierno.  

Cuando salgo, a primeras el almirante de turno se mosquea, no se fía, así que da un voletío de tres o cuatro órbitas de un radio de unos cuantos metros, y si no detecta actividad hostil por mí parte, se posa en el mismo lugar, centímetro más, centímetro menos, como si dispusiera de un GPS.

Además, y es curioso, siempre se colocan mirando hacia el norte, como no queriendo perderlo, siempre mirando hacia el punto cardinal donde se encuentra su destino, hacia el que volarán apenas acabe el invierno. Quizá hacia la Selva Negra alemana, quizá  hacia Dinamarca, allá donde emigró Mayra con su querido Gregorio, quizá hacia Noruega… en definitiva, hacia el norte, en busca del estivo a miles de kilómetros, una distancia enorme surcada  por algo tan pequeño que bien merece ese apelativo magnánimo… El Almirante Rojo.

La foto la tomé ayer. Salí a tender la ropa de deporte, y tras dar sus cuatro vueltas de reconocimiento, el Almirante Rojo, de a saber qué generación de bragados almirantes, volvió a posarse, para después dejarse retratar. A fin de cuentas, un almirante que se precie debe tener su retrato. Después simplemente lo observé, observé su grandeza pese a sus reducidas dimensiones, observé esos detalles de la vida, que por la manera tan absurda de vivir que tenemos, dejamos pasar sin más, con lo sencillo que es dejarse llevar, dejarse cautivar por la presencia de seres asombrosos como el Almirante Rojo.

Un día de estos  este almirante emprenderá el vuelo y ya no lo veré más… pero llegará otro. He tenido la suerte de que hayan marcado  mi balcón en sus cartas de navegación biológicas, y lo hayan considerado puerto refugio para pasar el invierno, un puerto que consideran suyo pese a que el alquiler lo costeo yo. Pero bien pagado está, bien rendida queda mi plaza si es ante seres, fascinantes apenas se lea sobre ellos, como el Almirante Rojo.

 

2 comentarios:

  1. Maravilloso texto, casi tanto como este Almirante, que no puede hacer sombra al fotógrafo.

    Besos

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