lunes, 25 de junio de 2012

ME LLAMO OLDSMOBILE EIGHTY EIGHT


(LA HISTORIA Y LOS NOMBRES DE LOS PERSONAJES SALVO EL DEL COCHE, SON FICTICIOS, AUNQUE EL CONTEXTO HISTÓRICO ES REAL)


Me llamo Oldsmobile Eighty Eight, soy hijo de General Motors y nací en el 58 en la ciudad de Lansing – Michigan. Estoy dotado de un poderoso motor de gasolina V8 que me confería en mis tiempos mozos una potencia de 265 hp necesarios para mover mis casi dos toneladas de acero. Me trasladaron a un concesionario de Virginia Beach donde me compró un Coronel de Inteligencia Militar destinado en la base de Norfolk. Era un regalo para su señora, Sarah O’Sullivan, una sureña estirada y cursi con la que llevé una vida tranquila, más bien aburrida. Que si el té en casa de la mujer del General, que si un acto social con las del ejército de salvación, que si el criquet en el club de Jefes y Oficiales… En fin, la clásica vida de la mujer de un militar de alta graduación a finales de los 50.

Dos años más tarde, en 1960 a la señora O’Sullivan le dio una alferecía cuando en una ocasión, escuchó jaleo en el garaje y se encontró a su adorable hija de cabellos dorados, con las compuertas abiertas sobre mi capot y recibiendo jarilla del hijo del jardinero, negro como el tizón y con un torpedo que ya hubiera querido para sí el Coronel. Desde aquella madrugada la señora O’Sullivan, traumatizada por la visión, me echó la cruz, echó al jardinero y no volvió a conducirme más, de manera que el Coronel decidió venderme a un joven piloto de la US Navy destinado en la base aeronaval de Oceana, a unos 22 km al este de Norfolk.

Al joven oficial no le convencía mucho mi color, pero estaba impecable, olía a rosas menos en el capot, me vendían a buen precio para un oficial recién salido de la academia, y a su novia Peggy Sue le molaba. Mi vida en esa etapa fue un poco más agitada y truculenta. Mientras que el oficial se cualificaba en el manejo de los recién llegados Phantom F-4 llevé una vida de excesos propios de un joven oficial con ganas de comerse el mundo y con una novia pelín guarrilla. Entre semana la cosa se limitaba a los tránsitos entre la casa y la base aérea, pero los fines de semana eran una locura. Cuadró el verano y las borracheras del oficial y sus bacanales con la zorrilla de Peggy pasaron factura a mi tapicería, que quedó hecha una pena a cuenta de los fluidos corporales, la cerveza y la pringue de las palomitas. Además el oficial descuidó mi mantenimiento y lo único que le echaba a mi motor era gasolina.


Afortunadamente para mí, en mayo del 62 al oficial lo destinaron a la base de Da Nang, un lugar a tomar por culo en Asia, donde se fraguaba una guerra bastante importante, así que de nuevo me pusieron a la venta. Esta vez me compró un Sargento mecánico de aviación destinado en la misma base que el oficial. Era afroamericano, corpulento como los C-130 de los que se ocupaba. El Sargento Ronny fue una bendición para mis entrañas. Puso a punto mi maquinaria, eliminó los rasponazos que recibí a cuenta de las borracheras del oficial, y aunque el tipo era soltero, llevaba una vida bastante tranquila dirigida por los consejos de su guía espiritual, el reverendo James Browm… no, afortunadamente para él no tenía nada que ver con el cantante.
A Ronny le gustaba salir a carretera y conducir a buen régimen, como solo sabe hacerlo un buen mecánico, le encantaba conducir mientras escuchaba buen blues.


Corría el año 1964 y a Ronny le llegó la hora de cambiar de destino, le tocó nada menos que una base localizada en el Sur de Europa, concretamente España, para más señas, en la localidad de Torrejón (Madrid). Pensé que sería vendido de nuevo, pero cuando menos me lo esperaba, me vi en el interior de la bodega de un transporte de USAF camino de aquel lugar exótico. Cuando me sacaron de la bodega del StarLifter y me pusieron a circular por las estrechas y maltrechas carreteras españolas, aluciné en colores, tanto como los paisanos de aquel país cuando me veían pasar. Recuerdo aquellos diminutos coches como el 600, que gastaban menos que un Zippo y que pese a su reducido tamaño, los españoles no se cortaban a la hora de meter gente y equipaje en su interior, y recuerdo cómo se frotaban las manos los dueños de las gasolineras cuando Ronny me llevaba a repostar. Les oía decir, ese necesita un camión de la Campsa para circular.


Ronny me siguió cuidando hasta el 1968, pero el destino quiso que también acabara en Da Nang, pues la crisis en el sudeste asiático se agravó y hacía falta personal competente. Desgraciadamente Ronny no pudo llevarme con él y quedé estacionado en un depósito de la base en la zona americana durante varios años hasta que me subastaron.


A un precio humillante me compró un tal Paco Morcillo, un constructor que se estaba forrando construyendo pisos en Benidorm. Corría el año 1975 y la ciudad alicantina empezó a ponerse de moda en el panorama turístico internacional. A Paco le encantaba fardar y con un coche como yo, en aquellos tiempos resultaba fácil en España. A diferencia de Ronny, Paco solía escuchar a un tal Manolo Escobar que cantaba algo así como “dónde estará mi carro” canción que me ponía los pelos de punta porque llegué a pensar que en España era normal que te robaran. Pero Paco tenía un serio problema… era ludópata. Tanto casino a mano lo llevó a la ruina y tuvo que pagar deudas con sus propiedades y no me libré de ser moneda de cambio. Le toqué a un infeliz que creyó haber hecho un buen negocio conmigo sin caer en la cuenta de que mi consumo de combustible no estaba al alcance de su bolsillo, algo que comprobó el primer día que me condujo, así que tuvo que renunciar incluso a venderme porque en aquella España no era factible y menos después de la primera crisis del petróleo del 73.


De nuevo pasé a esperar a un depósito, esta vez cerca del Campello (Alicante). Me echaron una lona por encima y pasé largos años a la sombra mientras mi maquinaria se atrofiaba. Anhelaba al bueno de Ronny y el sonido del blues, pero a saber qué fue de él.
Un día, ya en el siglo XXI, alguien me destapó y se ocupó de remozarme de nuevo. Eché un vistazo a mi alrededor y de aquellos 600 solo quedaban algunos ejemplares que estaban incluso peor que yo. Los coches que circulaban eran pura estética, con motores afeminados y un material que denominan plástico que me inspiraba muy poca confianza, coches sin carácter, aunque rápidos y con algo en su interior a lo que llaman electrónica.


Me remozaron y alguien me compró de nuevo. Era un tipo entrado en años, ya retirado y con dinero. Me tuvo un par de años pero solo me sacaba ocasionalmente en eso que llamaban concentraciones de coches retro. Me resultaba un poco ofensivo, pero al menos pude reencontrarme con algunos de mi especie, Cadillac, Pontiac, Ford… mas, no vi a ningún Oldsmobile.


Me pasaba la mayor parte del tiempo aburrido, encerrado en un garaje, aunque al menos estaba cuidado, hasta que un día eché de menos las visitas del viejo y al mecánico que se ocupaba de mí. Pasaron los días y las semanas y nadie entraba en el garaje, hasta que una mañana bastante lluviosa entró un tipo joven acompañado de un notario y dijo, este tiesto no lo quiero para nada. Después se marchó en un coche de colores chillones, con unos alerones feísimos y nombre japonés. Comprendí que el viejo había muerto y que mi destino quedaba de nuevo en el aire.


Acabé expuesto frente a un desguace en la antigua nacional cerca de Alicante. Esta mañana un tipo se detuvo enfrente con su coche, se bajó y estuvo admirándome un rato a la par que me hacía unas fotos. Por sus pintas, descarté que me fuera a adquirir, pero me sentí agradecido por su mirada respetuosa y por el detalle de detenerse exclusivamente para sacarme algunas fotos.
Dicen que hay algo que se llama Internet en el que se pueden colocar las fotos con la posibilidad de que las pueda ver todo el mundo. Lo mismo Ronny sigue vivo y tiene esto de internet, lo mismo este tipo sube las fotos y Ronny me ve y regresa para recuperarme. Lo mismo ya estoy condenado porque Ronny ya no está, o no le intereso, y estando en un país como España, del que dicen que está en crisis, difícil será que alguien me adquiera con este V8 de gasolina, mi maquinaria sin repuestos y mis casi dos toneladas de acero…


Me llamo Oldsmobile Eighty Eight y nací en el 58.

5 comentarios:

  1. Me ha venido a la mente Christine (Stephen King). El Plymouth Fury, también del 58...

    Estos vehículos eran vehículos...dotados de belleza y arte.
    Te pasa como a mí. Los veo y me anamoro y me gustaría llevarme alguno, pero...no hay bolsillo para darles de comer.
    Ayer le di un golpecito al mío, un roce de nada..pero se me hundió el faro y el paragolpes se descolgó. Menuda birria...
    Dicen que es para que absorban los golpes y los ocupantes no sufran...
    Será verdad.

    Un abrazo, JM.

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  2. Recuerdo la película...jejejeje... tenía carácter Christine. Los coches de antes tenían personalidad y consistencia. Ahora son muy seguros pero a la vez enclenques, programados para empezar a fallar a los pocos años para obligarte a comprar otro. Lo de los repuestos es una locura. Un abrazo Víctor.

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  3. Genial¡

    y bueno, por lo que veo, le acompañan algunos 2cv, conocidos de mi infancia.

    Abrazos

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  4. Que buena historia de coches, por cierto en el 92 estuve en Norfolk en Virginia Beach tres meses, lo mismo estaba por allí el fantasma de Oldsmobile Eighty Eight. Un saludo.

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  5. Si fuéramos capaces de oir todo lo que tiene que decirnos los objetos, seguro que veriamos el mundo de otra forma y seríamos capaces de darle un aspecto más agradable; a la vez que gozar de las cosas, las gentes y los lugares por lo que son y no por su precio.
    Enriquecedora historia.

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