A VUELTAS CON LA BICICLETA. INSOLIDARIOS.
Pues resulta que salí a pedalear, y qué casualidad,
al igual que le pasó al avión de Air Canadá esta misma tarde, me reventó una
rueda, algo que por otra parte intuí que pasaría. La diferencia es que el avión
disponía de otras nueve ruedas, y yo me quedé con una, la delantera. Fui a cambiar
la cámara, pero la cubierta también se rajó, y reemplazar la cámara era para
nada.
El reventón se produjo a 8,4 km de casa, en el parque de los
Toruños, a unos 500 metros del puente que cruza el Río San Pedro, junto a la
venta El Macka. Así que lancé un mayday a Lobita para arrancarla de su sofale y
que viniera al rescate, al punto de extracción acordado, porque caminar 8 km
con una bicicleta pinchada es un coñazo.
El caso es, que estando en el punto de espera, con las
ruedas ya desmontadas, pasaron hasta diez ciclistas por mi lado, y a ninguno le
dio por pararse y preguntarme si necesitaba ayuda. Eso sí, todos ellos
extraordinariamente equipados, con unas bicis del copón, vestidos de pez payaso
y luciendo tatuaje y gafas de diseño. Ni falta hacía que pararan, y poco o nada
podrían haber hecho, pero qué menos que mostrar interés por mera cortesía.
En los últimos seis meses, el que suscribe ayudó a tres ciclistas
en apuros, pues es lo correcto. Qué menos que intentar echar un capote
prestando un bombín, un parche, una cámara o una llave Allen, ofrecer un trago
de agua, ofrecerse, aunque sea para nada. Pero corren tiempos en que todo se reduce al postureo y a la moda,
gente que no tiene hábitos adquiridos, que de pronto se meten a ciclistas, a
montañeros o a marineros, sin tener noción de lo que es la camaradería, la
deportividad y los buenos modales. Gentuza sin oficio, que solo busca su propio
beneficio.
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