Llegó a casa “el mijita” (mi nieto Domi) con un coche en su manita. Tal como entró y vio la vitrina que tengo llena de camiones y coches, se le fueron los ojos y se olvidó del que llevaba. Darle una de aquellas réplicas a escala no era lo más adecuado, sobre todo por el tema de las partes pequeñas, aunque también porque esas réplicas no están pensadas para jugar, pues son piezas de colección.
Pero verlo tan pequeñito, extasiado con tanto colorido y
tanta variedad de vehículos, era digno de ternura, así que recurrí a un
remedio, término medio, para no romperle el corazoncito. Me saqué de la
chistera un taxi Buick Century del 55 de color amarillo a escala 1/18, lo
suficientemente tocho como para resistir los posibles embates del pequeñajo. Cuando
se lo di, los ojitos se le pusieron como platos.
Le enseñé cómo se abrían las puertas, el capó, el maletero y
cómo se abatían los asientos, detalles que fueron toda una novedad para él, a
las puertas de cumplir tres años. Pero cuando lo puso en el suelo, y en vez de
empujarlo hacia delante, lo movió hacia detrás esperando que al igual que en su
cochecito, actuara un resorte que lo impulsara hacia delante, al ver que con el
Buick no pasada nada, se quedó con cara de qué diablos pasa aquí.
Se volvió hacia mí, sorprendido y punto frustrado, y me dijo;
¡¡uelo no funa!! lo que traducido al cristiano adulto significa, abuelo, esto
no funciona.
Dejó aparcado el Buick Century y pasamos al plan B; montar
el circuito de un tren de madera, otro descubrimiento para él, sobre todo con
el sistema imantado que enganchaba los vagones. Uelo no funa, y todo un mundo
que descubrir a mi lado.
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