domingo, 13 de febrero de 2022

LOBITA EN LA SIERRA DE PEÑARRUBIA

Estamos en la era del selfi y de la autocomplacencia, en una época en la que se exhibe la propia imagen hasta la saciedad. En plan ¡eh! ¡Estoy aquí! Yo y mis circunstancias, pero ante todo yo. Es legítimo que cada cual disponga de su vida como le plazca, aunque soy de la opinión de que este mundo mejoraría mucho a favor nuestra, si nos fijásemos más en nuestro entorno y en los seres que nos rodean, que en nosotros mismos. Sumirnos en el ensimismamiento, ajenos a otras realidades, es como lanzar un boomerang y darle la espalda.

En materia fotográfica, prefiero seguir tirando de cámara. Con una cámara se ejercitan más las neuronas a la hora de componer una imagen. Prefiero centrar mi objetivo en los parajes por los que transito, en los momentos de acción protagonizados por otros seres, en las personas que me rodean, no digo ya si las llevo en mi corazón como es el caso.

Lobita en la Sierra de Peñarrubia, en lo alto de la pared oriental del Tajo del Molino. Tras ella, a pocos metros, una caída vertical de 90 metros, medidos a partir de curvas de nivel. Al fondo, el castillo de Teba. Mi presencia en la imagen sería irrelevante ante las maravillas que se presentan ante mis ojos, en particular, la de Lobita exhibiendo su eterna sonrisa. Me siento más a gusto asomándome a la ventana de la vida, que mirándome en un espejo.

 


 

 

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