jueves, 1 de octubre de 2020

CRÓNICA DE UNA EXTINCIÓN

 

CRÓNICA DE UNA EXTINCIÓN.

Entrada la noche, leía en la cama un libro sobre torres vigía y corsarios moriscos en el Mediterráneo, mientras Lobita veía la tele. En estas escuché por el pasillo un trotecillo de pies descalzos, tucutún tucutún. Pensé, Lobita corre despavorida por algo. Efectivamente.

Estando Lobita sentada en el sofale suplente, el que suelo ocupar yo, un grillo osó pasear por su sofale titular como Pedro por su casa. Lobita entró en pánico, a la par que en cólera, y llegó corriendo al dormitorio exigiéndome que capturara al intruso y lo ejecutara sumarialmente. De mala gana aparté el libro y me levanté para estudiar la situación sobre el terreno, más que nada para salvar la vida al pobre grillo. Pero el grillo se ocultó en alguno de los cinco mil resquicios del salón, y a esas horas no era plan de hacer una batida salvaje.

Me puse duro y le dije a Lobita que no eran horas, y que además no estaba dispuesto a ejecutar al pobre grillo, que como mucho, lo deportaría. Lobita se metió refunfuñando en la cama, con la inquietud de que el grillo se le posase en la oreja mientras durmiese. Le dije que ya lo buscaría por la mañana, que lo más probable era que se fuese por donde había venido.

A la mañana siguiente salimos a la calle. A la vuelta, me entretuve en el trastero mientras Lobita subía a casa. Cuando subí yo, al abrir la puerta me topé con el grillo, que apuntaba su proa hacia la salida, pero completamente inmóvil. Al agacharme para cogerlo me llegó la tufarada a insecticida… ¡¡Lobita!! ¡¡Qué has hecho con el pobre grillo!!

Lobita, entre indignada y con sentimiento de culpa, me dijo con vehemencia que en la lobera solo entran los lobillos, y que de profanar su sofale, ni mijita. Resignado, intentando salvar al pobre grillo inextremis, pensé en sacarlo al exterior para que se ventilase, y así lo hice lanzándolo al césped. Pero me precipité al no caer en que probablemente no sobreviviría, y acabaría convirtiéndose en un manjar envenenado para otras especies.

Entonces pensé. Mira que si llega un mirlo y se come al grillo envenenado, y al mirlo envenenado se lo come el gato cabrón del vecino que también se envenena, y el dueño del gato, que es gilipollas, lo lanza al mar envuelto en una bandera de España fabricada en China, y llega un cazón y se lo come, envenenándose a su vez -a saber si por el gato o por la bandera- y al cazón lo pescan y lo llevan a la pescadería del Mercapollas donde compramos el pescado y acabamos envenenados…

La que podríamos haber liado a cuenta del grillo y la madre que lo parió.

 

 

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