La playa está
vacía, aún es temprano para las hordas, que dormitan resacosas tras la jarana
nocturna. Extiendes la toalla en la arena, te das un baño, y cuando vuelves a
donde está la toalla, ves una silla al lado que no reconoces como tuya. El
resto de la playa aún sigue vacía.
Te das otro
chapuzón y a la vuelta, junto a la silla, han instalado cinco sombrillas cual
formación tortuga de las legiones romanas, de hecho, una de tus chanclas ha
sido atravesada por el palo de una sombrilla. El resto de la playa, vacía.
Y de ese modo,
como si la toalla tuviese un potentísimo imán para atraer gilipollas, empiezan
a adherirse formaciones ingentes de sillas, mesas y sombrillas. Partiendo de
ese punto materializado por mi puta toalla, las hordas se expanden como la
peste, paralelas a la línea de pleamar de la playa de los cojones, aunque a
esas alturas ya he tocado retirada mientras invoco a Poseidón y a su primo
romano Neptuno para que envíen, un tsunami no, que sean dos.
domingo, 30 de junio de 2024
EFECTO IMÁN.
sábado, 29 de junio de 2024
PELLEJAZO EN PATINETE.
Daba mi pateo matinal a paso ligero, disfrutando del chirimiri que caía y mantenía alejadas de la costa a las hordas playeras cuando, a la altura del Paseo del Vendaval, me pasaron a todo trapo por estribor un chico y una chica en sendos patinetes, la chica, con una caja de cartón demasiado grande para ser transportada con seguridad en ese medio de transporte.
Esa especie de sensor que tengo en
mi cerebro para augurar catástrofes inminentes, realizó un rápido cálculo; Dos
patinetes + una neurona por tripulante + exceso de velocidad + carril bici
mojado sin tratamiento antideslizante + neumáticos lisos + transporte de
mercancías inadecuado + tripulantes de cháchara = Pellejazo en el asfalto de
alta probabilidad.
Fue pensarlo y unos 20 metros más
adelante ¡¡FHISSSSS… CRASH!! Pellejazo en patinete. Fue la chica la que cayó,
debido a que la caja de cartón, que contenía un ventilador, le hizo perder el
equilibrio, y la falta de adherencia del piso con los neumáticos lisos del
patinete, hicieron el resto.
La neurona del chaval no daba a
bastos para gestionar la situación de su compañera, y la neurona de la chica
todavía estaba rodando por el suelo cual canica de a peseta, así que me detuve
para evaluar su estado, pues no se levantaba.
Estaba consciente, aunque dolida,
le quemaban las heridas abrasivas que se hizo en codos y rodillas, pero no eran
para tanto. No se golpeó la cabeza, y antes de ayudarla a levantarse, me
cercioré de que las articulaciones no estaban afectadas. Todo se limitaba a
magulladuras leves.
Les pregunté que si habían tomado
nota y les entró la risa. El chico me dijo que no era la primera caída que
tenían. Les insistí en la recomendación de llevar casco y en controlar la
velocidad, sobre todo cuando llueve. Les pregunté si estaban lejos de su casa y
me dijeron que no, así que les sugerí que hicieran el camino a pie. Me dieron
las gracias y seguí mi camino.
Minutos después, a la altura de la
catedral, me pasaron a todo trapo por estribor un chico y una chica en sendos
patinetes, la chica, con una caja de cartón de considerables dimensiones como
para ser transportada en patinete. Eran los mismos. Pensé, o quieren morir, o dos
neuronas, una de ellas aturdida por un batacazo, no tienen capacidad para sacar
conclusiones de lo sucedido. Bonita mañana, disfrutemos del chirimiri, esa
guiri a la que acaba de cagar una gaviota, no lo disfrutará tanto. La
naturaleza es sabia.
viernes, 28 de junio de 2024
BURBUJA DE FELICIDAD.
La felicidad, como se pretende concebir en estos tiempos, es
como una burbuja financiera, en el momento más inoportuno se desploma y
acontece el drama de forma exponencial. Es preferible no ser tan feliz, no
pretender forzar la felicidad, ahí, con calzador, porque lo que se mete
apretado, acaba doliendo.
La felicidad hay que tomársela como un buen vino, despacito,
doucement que diría un gabacho, captando los aromas con la napia y esos ritos de
la enología, tan de moda en estos tiempos. Porque esa es otra… en la desesperada búsqueda de la felicidad
perenne, la peña se ha echado al vino y, para adornar la dependencia del
alcohol, todo dios es entendido en enología.
El buen vino no se debe tomar a porrón, sin medida, y la
felicidad tampoco, porque ésta llega cuando toca, no cuando queremos, y como la
sociedad actual no asume esa realidad, tenemos copado el pueblo de infelices y
borrachos.
La población española se vende en las encuestas como felicísima
que te rilas, to er día de cashondeo que me peo, pero por otro lado hay sondeos
que posicionan a España como uno de los países punteros en el consumo de
ansiolíticos, ahí lo tenéis. Que no se puede ser tan feliz, coño, que luego
explota la burbuja de la felicidad y se multiplica la intensidad de los dramas.
Es preferible un cabreo a tiempo, que la búsqueda de El Dorado de la sociedad
moderna, la felicidad perpetua de la mano de la eterna juventud, primas del
consumo de cocaína.