viernes, 12 de abril de 2024

NADAR EN PISCINA.

Me refiero a las olímpicas de un polideportivo, con sus calles señalizadas y demás. A veces están tranquilas, y con suerte tienes una calle para ti solo, o como mucho, compartida con otra persona. Pero otras… Todo depende de con quién te topes, y en ese sentido los tengo clasificados. Dejando a un lado a las personas solidarias, en el sentido de que saben adaptarse a los demás con independencia de que naden mejor o peor, tenemos a estos otros:

Los torpederas. Suelen competir en eventos amateurs tipo  XXI Triatlón Mariana de las Peinetas, o Las Cincuenta Mil Yardas Legionarias, y van a entrenarse a la piscina haciendo series de infarto. Más vale apartarse de su trayectoria porque son como los Guardias Reales de la corona británica, no se detienen ante nada ni ante nadie. Arrollan al que pillen, o lo que pillen, incluidas las paredes de la piscina.

Los espumitas. Son los que se creen que nadan de la hostia, pero nada más lejos de eso. Suelen ejecutar uno o dos largos a toda pastilla, levantando un aguaje del carajo jodiendo la dinámica de los demás para, poco después, detenerse en el otro extremo de la piscina a coger resuello porque les mata la asfixia. Hace unos días me adelantó uno subestimando la cadencia de mi brazada, y casi se ahogó a mitad de piscina. A penas me rebasó, se detuvo porque metió una tragantá de agua clorada y por poco no me tocó hacerle el boca a boca, con lo feo que era el cabronazo.

Los batracios. Me refiero a los que nadan como las ranas o los sapos, abriendo brazos y piernas hasta el extremo de que alguno me ha pegado un manotazo, aun yendo por la calle contraria balizada. A estos sujetos les falta ancho de calle para nadar.

Los moscas cojoneras. El problema no es que naden lento y mal. El problema surge cuando los alcanzas en un extremo de la piscina, o estás apunto de ello, porque vas sobradamente más rápido, y en vez de cederte el paso -que es lo que hago yo cuando me alcanza alguien que lleva un ritmo más fuerte que el mío- empiezan el nuevo largo, obligándote a rebasarlos apenas has comenzado el tuyo. Cuando no hay nadie más en la calle, puedes intentar rebasarlos salvo que abarquen todo el ancho de la calle, que esa es otra, pero la cosa se complica aún más si hay más personas en la misma calle, lo que te obliga a ir a paso de tortuga tras ellos, hasta que tienes ocasión de rebasarlos.

Finalmente tenemos a los submarinos. Ahí es donde me encuadro yo. No debe haber muchos, o al menos hasta hoy no me he cruzado con ninguno. Yo no soy Mark Spitz nadando, pero llevo un ritmo superior a la media de lo que frecuenta la piscina, si no en velocidad, sí en resistencia, porque me hago 40 largos (2000m) sin detenerme. Todo va bien cuando coincido con personas que respetan las normas no escritas, lo malo es cuando confluyen varios especímenes de los descritos anteriormente, y se montan las tanganas piscineras. Es entonces cuando me meto a profundidad de periscopio y empiezo a rebasar gente por debajo, sembrando el desconcierto, o en el caso de Lobita cuando coincide conmigo, provocando el descojone.

No es muy ortodoxo, pero si no, de qué otro modo rebaso a la mosca cojonera y al batracio de turno, mientras evito a la torpedera que viene de frente y al espumitas que agoniza en superficie.

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