CUENTO BREVE; LA LIMPIADORA.
Érase una vez, una comunidad de
vecinos descuidada, en lo que a las zonas comunes se refería. A demás, bastante
tacaña. Tanto, que ni por un momento, contemplaron la necesidad de contratar a
alguien para que realizase las labores de mantenimiento necesarias, para que
las zonas comunes de la finca estuviesen medio decentes.
Con el paso de los años, la mugre
se fue acumulando hasta alcanzar niveles insoportables, tanto para la vista,
como para el olfato. Así que, no tuvieron más remedio que convocar una junta
extraordinaria para resolver el problema. Decidieron por unanimidad, contratar
los servicios de una limpiadora para que realizara un trabajo puntual, de un
día de duración. Encontraron a una que cobraba poco, por circunstancias de la dichosa
coyuntura de la oferta y la demanda.
La comunidad no esperaba gran
cosa de ella. Por el precio irrisorio
que iban a pagarle, se conformaban con que diera un repaso por encima. Pero la
limpiadora barata, era cumplidora y se tomó en serio su trabajo. Además, tenía
la esperanza de que le hicieran un contrato, si no fijo, más continuado.
Llegado el día, aprovechando que
la mayor parte de los vecinos habían salido a la calle, la limpiadora se empleó
a fondo con la mugrienta finca, hasta dejarla literalmente como los chorros del
oro. Tal fue su empeño, que al llegar los vecinos, los cuales, por
circunstancias de este cuento, llegaron todos a la vez, no daban crédito a lo
que estaban viendo.
El suelo del hall estaba aún
mojado, luciendo el mármol que anteriormente, debido a la mugre, pasaba
desapercibido. La limpiadora escurría por última vez la fregona, cuando de
pronto, los vecinos, todos a una, empezaron a aplaudir con entusiasmo. Fueron cinco
minutos de aplausos que ya hubiera querido para sí el tal Carreras. La
limpiadora se sonrojó y se sintió moralmente recompensada, y esperanzada con
que sería contratada de nuevo, y en breve. Pero breve fue la gloria.
Finalizados los aplausos, los
vecinos entraron en tropel a la finca, cada cual centrándose ya en sus asuntos
personales. Cuando desaparecieron, quedaron las sucias pisadas en el suelo
recién fregado, pues ni esperaron a que se secara, ni fueron por utilizar el
felpudo de la entrada. El último en pasar fue el presidente. Le entregó el
dinero acordado, que en nada hacía justicia al trabajo realizado, y le dijo a
la limpiadora que quizá para otra ocasión, volverían a contar con ella. Tal vez
cuando la mugre se comiera de nuevo las zonas comunes del edificio. Después, el
presidente desapareció escaleras arriba, dejando atrás sus mugrientas huellas,
huellas de barro, pues venía del campo. Y colorín colorado…
La moraleja os la dejo a
vosotros.
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