viernes, 12 de enero de 2018

EL NIÑO DE HIELO Y LOS NIÑATOS DE MANTEQUILLA.

Se llama Wang Fuman y lo han bautizado en las redes como el niño de hielo. Tiene ocho años, vive en Yunnan, en una zona fronteriza con el Tíbet, y cada día tiene que recorrer caminando más de cuatro kilómetros para llegar a su colegio rural, una hora de caminata de ida, y otra de vuelta, una caminata infernal. Ha trascendido en los medios porque su profesor le hizo una fotografía cuando llegó a su clase con síntomas de congelación, tras afrontar temperaturas de 9º bajo cero, temperaturas que son habituales en la zona.
Pero ni la distancia, ni las bajas temperaturas, ni la carencia de ropa adecuada, disuaden al pequeño para ir a estudiar. Tiene ocho años, pero tiene manos de octogenario por las reiteradas lesiones provocadas por las congelaciones. Las veo en una fotografía, las tiene apoyadas sobre un examen de matemáticas puntuado con un 99 sobre 100. Quizá, al trascender su historia, su suerte cambie para bien, aunque con esta sociedad tan proclive al efecto gaseosa, nunca se sabe.

Ahora voy a contar otra historia paralela, también de actualidad. Son tres o cuatro, no sé cómo se llaman ni tengo interés en saberlo. Subieron con un todo terreno muy guais hasta el Angliru (Asturias) para fardar de coche y de aventura. Una nevada los pilló en bragas, y pese a que estaban bien alimentados y apenas distaban cuatro kilómetros cuesta abajo de un lugar en el que podían refugiarse y comer caliente, optaron por llamar al 112 para que les “rescataran”, porque “están en su derecho”.
Son jóvenes, de manos cuidadas a base de cosmética, van a la moda. Los veo en una fotografía en la que están sentados en un coche de alta gama con asientos de cuero. Al trascender su historia, para unos han quedado como auténticos gilipollas, y para otros, tan gilipollas como ellos, han quedado como víctimas de un estado opresor en el que hay “ciudadanos de segunda” eso sí, con todo terrenos de primera. Probablemente no hayan aprendido la lección y serán gilipollas toda su vida, pero son gilipollas con suerte y con derechos.
Menudo contraste, como de la noche al día.


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