TIRO AL BLANCO EN ALTA MAR.
El pasado 13 de abril de 2016
desde la Punta de San Felipe, en Cádiz, pesqué la imagen del remolcador de la
Armada Española A-101 “Mar Caribe” que se dirigía hacia su base en Puntales
remolcando un blanco. Enseguida me vinieron a la mente recuerdos del pasado, de
esos que por una razón u otra siempre quedan ahí.
Mis recuerdos se remontaron al
año 1982 o tal vez el 83 cuando formaba parte de un contingente de infantes de
marina, que a bordo del transporte de carros L-11 “Velasco”, nos dirigíamos por
mar hacia la costa de la Sierra de Retín para tomar parte en unas operaciones
anfibias. Pero antes de dirigirnos hacia allá, la Armada decidió marear la
perdiz aguas adentro del Golfo de Cádiz, lo suficientemente lejos como para no
ver tierra firme. Lo de marear la perdiz podría tomarse de manera literal, si
considerásemos que las perdices éramos los aguerridos infantes de marina, que
vomitábamos por todos los rincones del viejo transporte de ataque ante el
descojone generalizado de la marinería del buque, pues el “Velasco” un buque de
fondo plano, daba unos bandazos de impresión a cuenta del temporal de levante
que reinaba por la zona.
Al amanecer del día siguiente de
zarpar de los muelles del mando anfibio de Puntales (Cádiz) donde tenían su
base los tres buques de la clase Velasco, como eran el L-12 “Martín Álvarez” y
el L-13 “Conde de Venadito” avisaron por megafonía zafarrancho de combate para
la dotación del buque, que iba a realizar unas prácticas de tiro de artillería
con el montaje doble de cañones del calibre 76/50 mm de la banda de estribor.
El buque llevaba dos montajes dobles en proa y uno en popa.
Mis compañeros de tropa, cansados
de tanto bandazo, no estaban por la labor de abandonar sus camastros, apilados
de tres en tres a lo largo de un estrecho pasillo que discurría por la banda de
babor – no podía decirse que el buque tuviera una buena habitabilidad para la
tropa - así que subí solo a la cubierta
principal para echar un vistazo.
Desde mi puesto de observación
podía ver a los tres sirvientes de la pieza, que apuntaban hacia un blanco del
que tiraba un remolcador de altura de la clase “RA”, aunque no pude determinar
cuál, pues se encontraba a un par de millas de nuestro buque y la visibilidad
era pésima. La mar seguía brava y el cabeceo del buque era notable, lo que
complicaba la puntería a pesar de que las piezas estaban estabilizadas mediante
giróscopos. El blanco que arrastraba el remolcador, a unos 500 metros por
detrás, se veía diminuto y a veces se perdía de vista debido a la mar
montañosa.
Los artilleros estaban equipados
con guantes y pasamontañas ignífugos, dos de los cuales cubrían su cabeza con
cascos MK-1 como los que empleábamos los infantes de marina, mientras el
radiofonista encargado de las comunicaciones con la central de tiro, tenía
colocado un aparatoso casco modelo MK-2 Talker que permitían su colocación con
el equipo de telefonía.
El “Velasco” navegaba proa a la
mar en paralelo con el remolcador mientras la dotación artillera, después de
cargar los proyectiles, realizaba los cálculos para el primer disparo… blanco a
tantos grados, distancia estimada, velocidad estimada, comparación de los
valores observados con los calculados corroborado por lo que decía el radar, en
fin, toda la parafernalia que conocen mejor que yo los artilleros navales, pues
a fin de cuentas yo era de infantería.
La pieza mantenía relativamente
la horizontalidad contrarrestando el balanceo del barco, los artilleros
ajustaban los ángulos una vez hechas las correcciones por la dirección de tiro,
y poco después el cañonazo, un estampido sordo que hacía temblar los mamparos
de proa a popa, dando la impresión de que el buque se iba a desmontar, mientras
la vaina caía humeante al piso
provocando un estridente sonido metálico.
Después de un par de segundos mal
contados se visualizaba el pique, más cercano al remolcador que al blanco…
manda cojones. Había que ponerse en el lugar de la tripulación del “RA” que
debía andar más mosqueada que un pavo en navidad. Cualquiera que haya hecho
ejercicios con fuego real, sabrá de qué hablo, sobre todo cuando los artilleros
no andan muy finos, como aquel que casi nos liquida con un mortero 60 mm durante unos ejercicios en el polígono
de tiro de Camposoto.
Después del tiro de estima
aplicaban las correcciones, y ¡¡bumpbaa!! otro pepinazo, esta vez más cercano
al blanco, aunque no llegaron a darle en ningún momento, lo cual no era de
extrañar con el maretón que había montado. Una vez finalizó el ejercicio de
tiro por parte del “Velasco”, ocupó la posición otro buque de los que componía
la escuadra, para completar su adiestramiento. A decir verdad, en lo que a
nosotros se refería, era de las pocas actividades
divertidas a bordo de un buque de guerra durante la navegación, el tiro, los
avituallamientos con los buques nodriza y las operaciones con helicópteros. Los
demás zafarranchos de combate y simulacros de abandono de buque se limitaban a
despertar a la tropa a horas intempestivas para que nos colocásemos el chaleco
y fuéramos cagando leches al punto de reunión, donde nos tenían un buen rato a
merced de las inclemencias del tiempo, aunque fuera por putear.
J.M. Arroyo
No hay comentarios:
Publicar un comentario