domingo, 17 de abril de 2016


TIRO AL BLANCO EN ALTA MAR.

El pasado 13 de abril de 2016 desde la Punta de San Felipe, en Cádiz, pesqué la imagen del remolcador de la Armada Española A-101 “Mar Caribe” que se dirigía hacia su base en Puntales remolcando un blanco. Enseguida me vinieron a la mente recuerdos del pasado, de esos que por una razón u otra siempre quedan ahí.

Mis recuerdos se remontaron al año 1982 o tal vez el 83 cuando formaba parte de un contingente de infantes de marina, que a bordo del transporte de carros L-11 “Velasco”, nos dirigíamos por mar hacia la costa de la Sierra de Retín para tomar parte en unas operaciones anfibias. Pero antes de dirigirnos hacia allá, la Armada decidió marear la perdiz aguas adentro del Golfo de Cádiz, lo suficientemente lejos como para no ver tierra firme. Lo de marear la perdiz podría tomarse de manera literal, si considerásemos que las perdices éramos los aguerridos infantes de marina, que vomitábamos por todos los rincones del viejo transporte de ataque ante el descojone generalizado de la marinería del buque, pues el “Velasco” un buque de fondo plano, daba unos bandazos de impresión a cuenta del temporal de levante que reinaba por la zona.

Al amanecer del día siguiente de zarpar de los muelles del mando anfibio de Puntales (Cádiz) donde tenían su base los tres buques de la clase Velasco, como eran el L-12 “Martín Álvarez” y el L-13 “Conde de Venadito” avisaron por megafonía zafarrancho de combate para la dotación del buque, que iba a realizar unas prácticas de tiro de artillería con el montaje doble de cañones del calibre 76/50 mm de la banda de estribor. El buque llevaba dos montajes dobles en proa y uno en popa.

Mis compañeros de tropa, cansados de tanto bandazo, no estaban por la labor de abandonar sus camastros, apilados de tres en tres a lo largo de un estrecho pasillo que discurría por la banda de babor – no podía decirse que el buque tuviera una buena habitabilidad para la tropa -  así que subí solo a la cubierta principal para echar un vistazo.

Desde mi puesto de observación podía ver a los tres sirvientes de la pieza, que apuntaban hacia un blanco del que tiraba un remolcador de altura de la clase “RA”, aunque no pude determinar cuál, pues se encontraba a un par de millas de nuestro buque y la visibilidad era pésima. La mar seguía brava y el cabeceo del buque era notable, lo que complicaba la puntería a pesar de que las piezas estaban estabilizadas mediante giróscopos. El blanco que arrastraba el remolcador, a unos 500 metros por detrás, se veía diminuto y a veces se perdía de vista debido a la mar montañosa.

Los artilleros estaban equipados con guantes y pasamontañas ignífugos, dos de los cuales cubrían su cabeza con cascos MK-1 como los que empleábamos los infantes de marina, mientras el radiofonista encargado de las comunicaciones con la central de tiro, tenía colocado un aparatoso casco modelo MK-2 Talker que permitían su colocación con el equipo de telefonía.

El “Velasco” navegaba proa a la mar en paralelo con el remolcador mientras la dotación artillera, después de cargar los proyectiles, realizaba los cálculos para el primer disparo… blanco a tantos grados, distancia estimada, velocidad estimada, comparación de los valores observados con los calculados corroborado por lo que decía el radar, en fin, toda la parafernalia que conocen mejor que yo los artilleros navales, pues a fin de cuentas yo era de infantería.

La pieza mantenía relativamente la horizontalidad contrarrestando el balanceo del barco, los artilleros ajustaban los ángulos una vez hechas las correcciones por la dirección de tiro, y poco después el cañonazo, un estampido sordo que hacía temblar los mamparos de proa a popa, dando la impresión de que el buque se iba a desmontar, mientras la vaina  caía humeante al piso provocando un estridente sonido metálico.

Después de un par de segundos mal contados se visualizaba el pique, más cercano al remolcador que al blanco… manda cojones. Había que ponerse en el lugar de la tripulación del “RA” que debía andar más mosqueada que un pavo en navidad. Cualquiera que haya hecho ejercicios con fuego real, sabrá de qué hablo, sobre todo cuando los artilleros no andan muy finos, como aquel que casi nos liquida con un mortero  60 mm durante unos ejercicios en el polígono de tiro de Camposoto.

Después del tiro de estima aplicaban las correcciones, y ¡¡bumpbaa!! otro pepinazo, esta vez más cercano al blanco, aunque no llegaron a darle en ningún momento, lo cual no era de extrañar con el maretón que había montado. Una vez finalizó el ejercicio de tiro por parte del “Velasco”, ocupó la posición otro buque de los que componía la escuadra, para completar su adiestramiento. A decir verdad, en lo que a nosotros se refería,  era de las pocas actividades divertidas a bordo de un buque de guerra durante la navegación, el tiro, los avituallamientos con los buques nodriza y las operaciones con helicópteros. Los demás zafarranchos de combate y simulacros de abandono de buque se limitaban a despertar a la tropa a horas intempestivas para que nos colocásemos el chaleco y fuéramos cagando leches al punto de reunión, donde nos tenían un buen rato a merced de las inclemencias del tiempo, aunque fuera por putear.


J.M. Arroyo







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