martes, 11 de diciembre de 2012


L I B R E

Ayer me tomé la libertad de sentirme libre. Dejé a mi pequeña Gloria en Granada y al regreso, de manera premeditada, decidí hacer escala en la serranía malagueña, para patear monte en solitario. Hacía tiempo que no me tomaba esa libertad, necesaria para mi espíritu. Cuando me puse a caminar a esto del medio día, noté mi sonrisa boba y cierto cosquilleo en el estómago, similar al que tienen los críos cuando se acercan al salón para comprobar qué les han traído los reyes. Como diría mi querida esposa, allá va el lobillo todo “enlobao”. Aunque ya los huesos no responden igual, y cada vez que daba un salto, retumbaba todo mi ser, aunque constaté que ya no era aquella gacela que saltaba de risco en risco como si nada, a pesar de todo, me sentía pletórico, tanto que casi me olvidé de comer y beber agua.

Me olvidé de todo lo malo, y de lo inútil, solo me acordé de la gente a la que quiero, de mi familia y de mis amigos, me acordé de todos y me sentí egoísta por no compartir esos instantes con ellos, pero quien sepa de qué diablos hablo, comprenderá que determinadas sensaciones no se experimentan del mismo modo si no estás solo. La verdadera sensación de libertad se experimenta en soledad, y quien no tenga capacidad para estar solo nunca entenderá a qué me refiero. Los sentidos se agudizan, se impregnan de sensaciones que en general pasan inadvertidas porque interfieren factores externos. Además, si tienes capacidad para permanecer solo en un entorno en principio hostil, te liberas de los miedos y de las necesidades banales… no hace falta el teléfono, ni el FB, ni la tele, ni el sofá de tu casa, podrías vivir sin el techo cotidiano. No temes al frío, a la oscuridad,  a las alimañas, a los abismos, a la distancia… porque formas parte intrínseca de todo lo que te rodea. De no ser porque mi dulce Lobita estaba inquieta en alguna parte, me habría quedado a hacer noche en cualquiera de las oquedades que la madre naturaleza oculta a los ojos de los profanos.

A esos 1300 m sobre el nivel del mar, harían unos 5ºC de temperatura y soplaba viento moderado del NW, lo que incrementaba la sensación de frío, y aunque mi hernia discal acusaba el embate del gélido aire y la noche empezaba a caer, en mi aforo interno me resistía a abandonar la zona. Antes de iniciar el descenso, decidí tomar unas últimas fotos, y esta fue una de ellas. La vanidad apunto estuvo de costarme la cámara, pues aunque solo usé un tramo de las patas del trípode, una racha de viento lo tumbó y la cámara pegó  un testarazo contra el pétreo suelo. El resistente cuerpo de la EOS 50 absorbió el golpe sin que se dañara ningún mecanismo, demostrándome que hice bien en adquirirla por su comprobada resistencia al polvo, a las salpicaduras… y a los golpes.

Así fue mi día de ayer, corto, pero intenso, seis horas de pateo por un paisaje pétreo del kárstico que me dejaron los huesos molidos, pero la mente despejada, y con el agradable sabor de boca que te deja esa sensación de libertad inexplicable que te confiere autonomía sin límites y te desprovee de miedos y necesidades a las que nos aferramos por puro costumbrismo.

Ayer me tomé la libertad de sentirme libre, y lo mejor de todo, sé que me la podré tomar cada vez que quiera, por tiempo que pase, porque el paso del tiempo no supone barrera para ese anhelo por mayor que te vayas haciendo.

 

3 comentarios:

  1. Solo leerte ya me hace sentirme mejor, me alegro que disfrutaras tanto, un saludo desde mi sofá...

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  2. Una puesta a punto en el taller de la naturaleza.
    Me anima tu última frase.
    Hacer lo que a uno le gusta aunque pase el tiempo y si hay que salir a rastras, pues se sale...

    ¿Y qué sería de estas salidas sin una buena foto que las resuma?

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  3. Sí... a mi me pasa eso, que cuando estoy "en el monte", suelo volver con lo que llevaba de comida, porque no me lo pide el cuerpo en ningún momento. Ahí el alimento es otro, el que has expresado.
    ( claro, cuando son varios días me obligo a comer, y sin duda como con ganas y con una satisfacción que no suele ocurrir en otros ámbitos ( hasta como cosas que no comería en "casa" ), pero durante un cualquier día de andada, o esquí, o bici, apetecer no me apetece, me siento lleno por esas otras cuestiones que despiertan en nosotros y qué duda cabe, nos alimentan, con el mejor alimento ).

    Abrazos

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