Desde que, en mi juventud temprana, tomé conciencia de su existencia, siempre he fantaseado con vivir en ese edificio troncocónico que data de los años 30 del siglo pasado y que pertenece a la instalación militar de Torregorda. Está emplazada al pie de la playa homónima, un lugar estratégico durante siglos, a caballo entre Cádiz y San Fernando.
En el 92 del siglo pasado, tuve
ocasión de acceder a su interior por motivos profesionales, y apenas entré,
fantaseé haciendo una distribución mental del mobiliario, como si esa, por
entonces, torre de control de tiro de la Armada, fuese mi casa.
Desde esa atalaya con una panorámica
de 360º podría seguir la trayectoria completa del sol y la luna, y de no ser
por la contaminación lumínica de la Bahía de Cádiz, también el tránsito de las
estrellas por la bóveda celeste. Disfrutaría con la observación de aves que, en
la zona militar de la playa, proliferan felizmente, a salvo de las hordas
estivales. Resulta paradójico que la fauna salvaje prefiera los ejercicios de
tiro esporádicos con tal de evitar la presencia humana, reforzada con perros
sometidos a su voluntad.
La foto la tomé al atardecer, en
diciembre de 2024, con la luna coronando la torre. La zona estaba exenta de la
plaga que, durante el estío, copa la zona abierta al público, lo que me
permitió, una vez más, fantasear con la posibilidad de que esa atalaya fuese mi
morada. No me haría falta más planeta, ni más gente que la mía, si viviera en
ese lugar... ¡A pesar de los cañonazos!