domingo, 24 de octubre de 2021

LA FAMILIA CUBATÍN


“Vamos a la cama que hay que descansar, para que mañana podamos madrugar”
Esto es parte del estribillo de una canción que cantaba la familia Telerín, que solo recordarán los carcas como yo. Empezaron a desfilar en los años 70 del pasado siglo en TVE1. Hoy día, los progres de pandereta, que beben ideologías como si fueran refrescos energéticos, lo considerarían como un toque de queda encubierto del franquismo, para que los niños pequeños se fueran a dormir y no urdieran revoluciones con nocturnidad y alevosía.
Pero por muy franquista que fuera el producto, alguna razón tendría, si atendemos a las recomendaciones que dan los expertos en pediatría. Está demostrado empíricamente de cojones, que las criaturas deben dormir más horas que los adultos. Qué menos que 10 horas por la noche según las tablas, para que sus cerebritos se consoliden y se construyan adecuadamente las autopistas para que circule el conocimiento.
Las familias de este país no siempre atendieron a esa recomendación, quizá por eso estemos más retrasados en muchos aspectos, que la media de Europa del norte. Durante la niñez, en mi casa nos mandaban al catre a las 09:30 lo más tardar, aunque recuerdo tener amigos a los que dejaban estar hasta cerca de la media noche, la hora tabú.
Mas, en los tiempos que corren, la hora tabú ha pasado a ser la hora feliz, la del inicio del desmadre. Pero lo más grave, es que han incluido en el desmadre a los menores, a pesar los efectos negativos que acarrea para su salud mental y física. Sucede, precisamente cuando más información hay al respecto.
El caso es, que hemos pasado de la canción de la familia Telerín, a la canción de la familia del desmadre, Cubatín. Esto es “Vamos al bareto que tenemos que privar, para que mañana podamos vomitar”.
Anoche, en el bareto comunitario, un par de niñas que no llegan a los 6 años, jugaban en la terraza gritando como posesas, mientras sus padres y sus madres se ponían ciegos de cubatas. Toda una lección de vida para las criaturas. Así estuvieron hasta rondar la una de la madrugada, en temporada escolar. Esas pequeñas cuando crezcan, tendrán el cerebro menos desarrollado que el de un carajo de mar. Solo habrán aprendido de sus padres el habito de beber, y normalizado el hábito de dar voces y carecer del sentido del respeto y la educación necesaria para una convivencia en paz. Incluso del sentido del ridículo, que con el paso del tiempo les cerrará puertas de cara a su proyección profesional.
Están aprendiendo incluso a no atender a los requerimientos de los padres, a normalizar la desobediencia, padres ignorantes que se toman a risa el hecho de que la niña demonio que están mal criando, les responda con una “grosería graciosa” cuando contravienen sus apetencias. Esto es; niña, ámono que son la do de la madrugá. Verte ar calaho papá. Y la madre responde jaleando a la peña del cubata de garrafa; hay que grasiosa e mi niña, arsa que toma, que toma. Y todos y todas, a palmear como focas, tatatá, tá, tatatá tá… y que se joda el vecindario.
A los progenitores de mierda como los que frecuentan el bareto de marras, les parecerán graciosas esas actitudes. Pero cuando las criaturas alcancen la adolescencia, se van a enterar. Se van a enterar cuando los bichos que han mal criado lleguen a casa a las seis de la mañana, hasta las cejas de alcohol y drogas, reclamando que la nevera esté llena y la cena preparada, y exigiendo que no los despierten hasta las seis de la tarde.
Se van a enterar cuando les exijan la paga por adelantado bajo amenazas. O que les paguen la fianza por que han sido detenidos por violación, por hacer bulling a una compañera, por vandalismo, por conducción temeraria bajo los efectos de las drogas, por agredir a un policía, etc.  Entonces, se darán cuenta, de la escoria que forjaron en la terraza de un bareto. O no, porque estos personajes son tan mezquinos, que, lejos de asumir su responsabilidad, se la encaliman a la sociedad. La culpa nunca es de ellos, es del sistema.
En cualquier caso, acabarán pagando la vajilla rota cuando empiecen a hacerse viejos y sus amebas descerebradas se transformen en adultos sin escrúpulos. Cuando esas bestias pardas, a día de hoy tan “grasiosas”, se dediquen a contar los días esperando a que se mueran los papis, para poder repartirse el botín, o más bien, para disputárselos entre hermanos como hienas. Y vuelta a empezar, para completar el proceso de una generación de mierda que concluirá con la decadencia de occidente.
 

 

 

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