martes, 28 de septiembre de 2021

LÓGICA APLASTANTE

Los medios de comunicación hablan de destrucción cuando se refieren al volcán de Monte Viejo. Pero, hasta qué punto lo es ¿Y si se trata de un acto de autodestrucción, en lo que al factor humano se refiere? Tenemos la insana costumbre de anteponer nuestros intereses ignorando a la dinámica universal. Nos consideramos el centro del Universo, y pretendemos que todo gire en torno a nosotros, cuando no somos más que el resultado surgido a partir de una mota estelar. Hablando en plata, somos el resultado de un cuesco galáctico.

Con el asunto del volcán sucede lo mismo. Los habitantes de la isla perdieron la perspectiva, dando por hecho que sus intereses estaban por encima de la dinámica natural del territorio. Que la fertilidad de la tierra, dada por el volcán, les pertenecía con carácter definitivo porque así lo reflejan unas escrituras y el catastro.

Visto con el prisma de un científico, descartando el factor humano, lo que estaríamos viendo sería el proceso de construcción de una isla que gana terreno al océano. Pasado un tiempo, una vez asentada y enfriada la lava, seríamos testigos del inicio un ciclo de colonización biológica, que daría lugar a lo que conocemos como vida. Por tanto, siendo objetivos, el volcán no destruye, construye. Es una réplica a pequeña escala, del proceso que originó el planeta que hoy conocemos.

En cualquier caso, la destrucción la padecerían los elementos ajenos al proceso que nunca debieron haber estado ahí, a menos que se asuma el riesgo que conlleva, como lo asumen otras culturas que habitan zonas con actividad volcánica intensa. Esto es, lo que el volcán nos presta, el volcán nos lo quita, para volver a ser renovado después. Demos gracias al volcán. Pero claro, esa dinámica de pensamiento no casa con la que tenemos los occidentales, más dados a exigir sin dar nada a cambio.

Llevado al entendimiento más elemental, sería como construir una casa en mitad de la vía del tren, porque resulta que ese lugar tiene unas vistas preciosas. Y cuando pasara un convoy de mercancías y la arrasara, señalásemos al ferrocarril como elemento destructor, cuando en realidad habría sido un acto de autodestrucción por parte nuestra por construir la casita en mitad del trazado ferroviario que favorece al progreso del ser humano.

El planeta no es nuestro, y mucho menos, podremos dominarlo. Lo más que podemos hacer es adaptarnos a su dinámica determinando el grado de riesgos que queremos asumir, y minimizándolos en lo posible. Si decidimos construir nuestra casa junto al mar en una zona sujeta a actividad sísmica, nos expondremos a que sea arrasada por un tsunami, o quizá a perderla por la subida del nivel del mar debido al derretimiento de los casquetes polares. Si la construimos en mitad de un precioso bosque, podemos perderla en un incendio. Si lo hacemos junto al cauce de un río, estaría expuesta a las riadas. Si es en una isla con actividad volcánica, correremos el riesgo de perderla bajo la lava. Si la construimos en la vía del tren…  

Quizá mejor buscar el término medio; unos cientos de metros apartados del mar, en un claro del bosque, apartados del margen de un río, fuera del radio de acción de un volcán “durmiente”, fuera de las vías del tren… Me parece de una lógica aplastante, nunca mejor dicho.

 

 

 

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