jueves, 6 de abril de 2017

SOBRE CUÁNDO SE ELIMINÓ LA FRONTERA DEL RESPETO.

Nos quejamos de la pérdida de valores, de la falta de respeto que campa a sus anchas en la sociedad actual, y creo que sé cuándo empezó todo. Recuerdo en mi época de estudiante, que en el instituto había un profesor “muy guay” que se dejaba tratar por sus alumnos como un colega más. Tenía barba muy poblada y el pelo largo a lo Jesucristo Superstar. Vaqueros desgastados, unas chanclas, una camisa un tanto desarreglada y un zurrón de marroquinería, completaban su “sello de identidad”
Impartía clases de ciencias naturales, al menos en teoría, porque en la práctica aquellas clases acababan derivando en un batiburrillo de ideas que versaban más sobre las “injusticias sociales” que sobre naturaleza. El caso es que aquel “profe” era un colega más, nos daba un dedo, pero los más descarados acababan cogiendo el brazo entero, él lo consentía, y claro, aquellas “clases” acababan desmadrándose, hasta el extremo que los profesores de las clases adyacentes acababan dando golpes en la pared protestando por tanto alboroto.
Además nos vendió la moto de que él no suspendía a nadie, que todo el mundo aprobaría su asignatura, que tó el mundo es güeno, que esforzarse es una forma de represión, de  manera que los más haraganes vieron el cielo abierto y no se molestaron más en abrir un libro. Además molaba mucho aquel “profe” porque después de clase se iba a la playa con algunos de sus alumnos-colegas a fumarse sus porritos, porque la vida es bella y el porro es terapéutico contra los males del sistema educativo opresor. Veamos el rayo verde que se pone el sol…

El caso es que los profesores-colegas, aquellas jóvenes promesas que estudiaron con calzador una carrera demasiado fácil de superar para la importancia que debería tener, y que en materia educativa nos han dejado en la cola a nivel internacional, empezaron a proliferar, y cada vez era más frecuente escucharles decir, “no me llaméis de usted” que soy vuestro colega. Confundiendo el atún con la velocidad, eliminaron ese formalismo tan “casposo, clasista, y franquista”, como si los profesores de la II República no hubieran empleado esas buenas formas que se siguen manteniendo en las universidades más prestigiosas del mundo, en que los interlocutores se hablan de usted para establecer los límites. Eliminaron la frontera que mantenía a salvo la necesaria disciplina que fija las normas conductuales para mantener el orden básico necesario, el respeto más elemental, y ¿Qué pasó? Que los bárbaros acabaron invadiendo los colegios, los institutos, las universidades, los centros de trabajo, los estamentos políticos, etc. y la cosa acabó convirtiéndose en un caos.

Ahora estamos comprobando los resultados de tanta permisividad, de tanto colegueo… acoso escolar a extremos insospechados, porque si los estudiantes no respetan a sus padres ni a sus profesores, qué cojones van a respetar al rarito de la clase. Los casos de violencia de género se disparan, por mucho que digan que antes era igual solo que no eran visibles, y no tiene más remedio que dispararse si la referencia para muchos jóvenes es el reguetón, el perreo, Gran Hermano, el usar a las chicas como moneda de cambio, como objeto sexual al que hay que dominar y despreciar. Se ha pasado del piropo de andamio, a la agresión directa en la que un grupo de cabrones somete a una chica en el portal de su casa mientras lo filman con sus móviles y lo cuelgan en las redes sociales para rematar la poca dignidad que le pueda quedar a la víctima.

La telebasura está en auge con su despliegue de miserias, transmitiendo el mensaje de que lo suyo es denigrase públicamente por dinero en vez de estudiar o trabajar honestamente. Y la política, que además de ser la cueva de Ali Babá, se ha convertido en una corrala en la que las estrellas son aquellos delegados guais que había en mi clase, que se las daban de revolucionarios, instigando a la mínima oportunidad de huelga con tal de no coger un libro, para después irse de colegueo a la playa con el “profe” de ciencias naturales que mostraba su apoyo incondicional a los “insurrectos”.
No digo que antes no hubiese hijos de puta que confundiesen respeto, con represión y un punto de sadismo, que los había, yo mismo tuve la desgracia de toparme con unos cuantos. No digo que antes no hubiese matones en clase, que los había, de los que en mi caso, me libré por mis propios medios porque bastaba con echarle un poco de agallas al asunto para ganarse el respeto, incluso de los matones. Pero lo que no había era el descontrol absoluto que tenemos hoy día, la falta absoluta de valores de los tiempos que corren, ya no contra lo que llaman “el sistema” para justificar su comportamiento, sino dentro de los propios núcleos familiares, en los que la gente no respeta ni a su madre aunque sea una santa, ni qué decir de los abuelos.

Es lo que tiene la eliminación de los formalismos, aunque suene trasnochado, que no creo que lo sea, tratar como a un colega a tus padres o a tus profesores sin establecer la frontera de hasta aquí te dejo llegar para que no me comas por sopa, porque yo estoy para enseñarte, para educarte, no para irme de parranda contigo y que acabes perdiéndome el respeto, porque a fin de cuentas a lo mejor descubres que en mi tiempo libre, yo me emborracho como tú, y para qué me vas hacer caso si somos iguales… colega. Esto es, anda, vete a Parla que hoy no tengo ganas de asistir a clase, Jesucristo Superstar, mañana quedamos en la playa, nos fumamos unos canutitos y hablamos de la trascendencia de la vida, que eso sí que son Ciencias Naturales.


No recuerdo como se llamaba aquel profesor, lo que sí recuerdo es que no fue él el que despertó en mí el interés por la ciencia, aunque sí que despertó en los haraganes, el interés por las bebidas espirituosas y las drogas terapéuticas. Pues anda que no diñaron compañeros míos en aquellos dramáticos finales de los 70 por no haber aprendido a establecer límites… colega.

1 comentario:

  1. Tú no recuerdas su nombre, pero yo no recuerdo a ese profesor. Realidades paralelas?
    Muy apropiada la reflexión a los tiempos que vivimos, amigo mío. Triste...pero cierto.

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