jueves, 21 de noviembre de 2013


Apenas me reconozco en ti…

Te recuerdo soñador, feliz en tu mundo, sin prisas por crecer. Jugando con tus amigos, jugando con tus primos, o jugando con tus amigos imaginarios, esos que cubrían tus flancos en las aventuras imaginarias que te montabas.

Tus montañas eran infinitas, tras ellas apenas había otras ciudades, otras carreteras, y ni siquiera había autovías, si acaso caminos polvorientos por las que circulaban carretas perseguidas por los indios.  Los postes de telégrafo eran de madera, las traviesas de la vía del tren también, y los destinos de esos trenes eran infinitos como tus montañas, con estaciones que se identificaban más por sus formas que por sus carteles...  Estaciones con parras, estaciones con árboles frutales, estaciones majestuosas con azulejos y estructuras distintivas.

La luna te parecía más grande, los ríos más caudalosos, los animales ordinarios te resultaban exóticos, y cualquier bosquecillo era una selva. Disparabas con rifles de palo, navegabas en buques de lona surcando los mares del Sur, volabas en un Spit Fire de cartón y emulabas los ruidos de los motores con la boca.

El mar era más grande, más limpio y tu corazón también. Tus metas apuntaban a tu presente, pues el futuro quedaba lejos, no había prisa…o eso creías.

Fue pasando el tiempo, los días se fueron acortando, fuiste creciendo y casi sin darte cuenta, se fue resquebrajando tu inocencia… empezó a desdibujarse tu sonrisa, empezó desdibujarse tu recuerdo y empezaron a marcarse los surcos en tu piel. Llegaron las obligaciones, las prisas, las responsabilidades, el placebo del reto para justificar los esfuerzos para no se sabe qué.

Los amigos ya no tienen tiempo para casi nada y a algunos los perdiste para siempre, a los primos apenas los ves y a tus amigos imaginarios los destruiste a medida que te fue golpeando la realidad.

Tus montañas menguaron, tras ellas proliferan las grandes ciudades, los nudos de carretera, las torretas metálicas copan los montes y ya no hay telégrafo con postes de madera. Las traviesas son de hormigón, los trenes corren más, pero los destinos  han pasado a ser estaciones sin alma, cortadas por el mismo patrón, sin parras, sin azulejos, sin estructuras distintivas, estaciones impersonales,  solo distinguibles por el nombre de sus carteles de metacrilato.

En la luna casi no reparas, los ríos están secos o se salen de madre, los animales ordinarios se hacinan en  granjas extensivas, y los exóticos simplemente desaparecen como las selvas. Disparaste con fusiles que matan la esperanza y destruyen los sueños, navegaste en buques que no iban a donde tú querías y volaste cuando tocaba volar, protegiendo tus oídos del ruido ensordecedor.

El mar sigue igual de grande pero más sucio, y tu corazón también. Tus metas  quedaron atrás y ni te diste cuenta con tantas prisas que no te condujeron hacia ninguna parte…

Y ahora… A penas te reconozco amigo, apenas me reconozco en ti, y me apena no poder hacerlo.

Ya no soy quien fuiste, ni seré quien soy… pasaré como pasaste tú, como una puesta de sol que nunca se volverá a repetir en los mismos términos, así hasta que simplemente no se repita más. Para entonces, nos habremos desdibujado todos… tú, yo y el futuro yo, que quizá me contemple un día como ahora te contemplo  a ti… sin reconocerse en mí.

JM Arroyo

 


2 comentarios:

  1. Ya sabes lo que pienso...
    Sigues deleitándonos con tu juego, y a las pruebas me remito.
    ;)
    Cierto es que el tiempo nos transforma y a veces nos insensibiliza, como el gato que al crecer ya no corre detrás de la bola, pero en el tiempo que te conozco puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que mantienes viva la llama de la infancia, de la adolescencia, pero envuelta en una capa protectora de madurez.
    Es una excelente combinación.
    Muchos la desearían para sí.

    Una patada en los huevos, JM, que sé que te gusta.

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    1. Me empiezas a conocer mejor que muchas personas. Un abrazo maldito bastardo.

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