Apenas me reconozco en ti…
Te recuerdo soñador, feliz en tu mundo, sin prisas por
crecer. Jugando con tus amigos, jugando con tus primos, o jugando con tus
amigos imaginarios, esos que cubrían tus flancos en las aventuras imaginarias que
te montabas.
Tus montañas eran infinitas, tras ellas apenas había otras
ciudades, otras carreteras, y ni siquiera había autovías, si acaso caminos
polvorientos por las que circulaban carretas perseguidas por los indios. Los postes de telégrafo eran de madera, las
traviesas de la vía del tren también, y los destinos de esos trenes eran
infinitos como tus montañas, con estaciones que se identificaban más por sus
formas que por sus carteles... Estaciones con parras, estaciones con árboles
frutales, estaciones majestuosas con azulejos y estructuras distintivas.
La luna te parecía más grande, los ríos más caudalosos, los
animales ordinarios te resultaban exóticos, y cualquier bosquecillo era una
selva. Disparabas con rifles de palo, navegabas en buques de lona surcando los
mares del Sur, volabas en un Spit Fire de cartón y emulabas los ruidos de los
motores con la boca.
El mar era más grande, más limpio y tu corazón también. Tus
metas apuntaban a tu presente, pues el futuro quedaba lejos, no había prisa…o
eso creías.
Fue pasando el tiempo, los días se fueron acortando, fuiste
creciendo y casi sin darte cuenta, se fue resquebrajando tu inocencia… empezó a
desdibujarse tu sonrisa, empezó desdibujarse tu recuerdo y empezaron a marcarse
los surcos en tu piel. Llegaron las obligaciones, las prisas, las
responsabilidades, el placebo del reto para justificar los esfuerzos para no se
sabe qué.
Los amigos ya no tienen tiempo para casi nada y a algunos
los perdiste para siempre, a los primos apenas los ves y a tus amigos
imaginarios los destruiste a medida que te fue golpeando la realidad.
Tus montañas menguaron, tras ellas proliferan las grandes
ciudades, los nudos de carretera, las torretas metálicas copan los montes y ya
no hay telégrafo con postes de madera. Las traviesas son de hormigón, los
trenes corren más, pero los destinos han
pasado a ser estaciones sin alma, cortadas por el mismo patrón, sin parras, sin
azulejos, sin estructuras distintivas, estaciones impersonales, solo distinguibles por el nombre de sus
carteles de metacrilato.
En la luna casi no reparas, los ríos están secos o se salen
de madre, los animales ordinarios se hacinan en granjas extensivas, y los exóticos simplemente
desaparecen como las selvas. Disparaste con fusiles que matan la esperanza y
destruyen los sueños, navegaste en buques que no iban a donde tú querías y
volaste cuando tocaba volar, protegiendo tus oídos del ruido ensordecedor.
El mar sigue igual de grande pero más sucio, y tu corazón
también. Tus metas quedaron atrás y ni
te diste cuenta con tantas prisas que no te condujeron hacia ninguna parte…
Y ahora… A penas te reconozco amigo, apenas me reconozco en
ti, y me apena no poder hacerlo.
Ya no soy quien fuiste, ni seré quien soy… pasaré como
pasaste tú, como una puesta de sol que nunca se volverá a repetir en los mismos
términos, así hasta que simplemente no se repita más. Para entonces, nos
habremos desdibujado todos… tú, yo y el futuro yo, que quizá me contemple un
día como ahora te contemplo a ti… sin
reconocerse en mí.
JM Arroyo
Ya sabes lo que pienso...
ResponderEliminarSigues deleitándonos con tu juego, y a las pruebas me remito.
;)
Cierto es que el tiempo nos transforma y a veces nos insensibiliza, como el gato que al crecer ya no corre detrás de la bola, pero en el tiempo que te conozco puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que mantienes viva la llama de la infancia, de la adolescencia, pero envuelta en una capa protectora de madurez.
Es una excelente combinación.
Muchos la desearían para sí.
Una patada en los huevos, JM, que sé que te gusta.
Me empiezas a conocer mejor que muchas personas. Un abrazo maldito bastardo.
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