El trece... Con la fama que tiene este número, no sé si desearos suerte o hacer un conjuro. En todo caso un abrazo y que cuanto menos, el nuevo año nos sea leve.
lunes, 31 de diciembre de 2012
miércoles, 26 de diciembre de 2012
El Mar - Música Patrick O´Hearn - Playground .wmv
Combino mis fotos con un tema musical de Patrick O´Hearn...
domingo, 23 de diciembre de 2012
Mantis
Serían las 07:45 local cuando llegué a la puerta del departamento de
topografía, aun cerrada. Allí estaba el insecto verde cuyo nombre científico es
Mantis religiosa y cuyos “motes” populares son varios…santateresa, cerbatana,
taladiós, madre víbora, maríapalito, marigarcía… El caso es que el amigo,
porque era macho, estaba allí puntual en la puerta de los de topografía, y
pensé que se había ganado el honor de entrar conmigo y ocupar un puestecito en
el teclado de un ordenador… y sobre uno lo coloqué.
Pero tengo unos compañeros con demasiados perjuicios y algunos, grandes
como torres, salieron corriendo despavoridos ante la presencia de Bartolo… así
me dijo que se llamaba. Al grito de pégale un zapatazo a ese bicho asqueroso,
algunos me incitaron para que asesinara al pobre insecto, y este me miró
preocupado (siguen la mirada girando la cabeza hasta 180º). Lejos de eso, y a
la vista de la agresividad de mis compañeros, incitada por el miedo a lo
desconocido, me puse a Bartolo sobre el brazo izquierdo y le hablé en dialecto
Pawnee, pues nos manejamos bien en ese idioma. Le dije… “pawaná koshy wanapé
kauaná”… lo que traducido al castellano es, “Bartolo te voy a sacar de aquí
ahora que sale el sol, no sea que estos gilipollas acaben linchándote.”(La
conversación fue grabada por Néstor con su I Phone y colgada en el face)
Así que, en vista de que el pobre Bartolo no fue aceptado por la comunidad
de los topos, lo saqué al exterior y lo deposité sobre un contenedor de espejos
apartado de la oficina, para que se serenara viendo el amanecer. Le hice
algunas fotos y antes de marcharse hacia el sol naciente, giró de nuevo la
cabeza para decirme... “Mewenápack pawneé, chukiwá kawé né…ná “… Lo que
traducido significa… “Eres un gilipollas, hay que ver el miedo que me has hecho
pasar, anda que ya te vale…cabrón.”
Tenía razón, debí haberlo puesto directamente sobre ese contenedor y
evitarle el contacto con los humanos, que tienden a querer destrozar todo lo
que les inspira miedo o recelo… Como para que hubiese sido un extraterrestre en
son de paz.
lunes, 17 de diciembre de 2012
La mirada se pierde, la mente se expande y se diluye en la
atmósfera, el corazón se ralentiza y los sentidos se dispersan en el éter, los
cinco sentidos, e incluso a veces un sexto. Puestos a desear bien para los
demás, desearía que todas las personas pudieran sentirse así con independencia
de sus circunstancias, pues lo que más gratifica al ser humano quizá sea la paz
interior, esa paz que he intentado describir torpemente.
Me voy a dejar de
tópicos, de bolas navideñas, de copos de nieve, de fechas de calendario
señaladas en rojo. Me voy a limitar a desearos, no porque toque, sino porque
sí, mis mejores deseos, que no son más que podáis sentiros como me sentía yo
cuando me hice la foto. Que la paz interior os inunde y ahogue todos los
pesares. Un fuerte abrazo.
JAB
martes, 11 de diciembre de 2012
L I B R E
Ayer me tomé la libertad de
sentirme libre. Dejé a mi pequeña Gloria en Granada y al regreso, de manera
premeditada, decidí hacer escala en la serranía malagueña, para patear monte en
solitario. Hacía tiempo que no me tomaba esa libertad, necesaria para mi espíritu.
Cuando me puse a caminar a esto del medio día, noté mi sonrisa boba y cierto
cosquilleo en el estómago, similar al que tienen los críos cuando se acercan al
salón para comprobar qué les han traído los reyes. Como diría mi querida
esposa, allá va el lobillo todo “enlobao”. Aunque ya los huesos no responden
igual, y cada vez que daba un salto, retumbaba todo mi ser, aunque constaté que
ya no era aquella gacela que saltaba de risco en risco como si nada, a pesar de
todo, me sentía pletórico, tanto que casi me olvidé de comer y beber agua.

A esos 1300 m sobre el nivel del
mar, harían unos 5ºC de temperatura y soplaba viento moderado del NW, lo que
incrementaba la sensación de frío, y aunque mi hernia discal acusaba el embate
del gélido aire y la noche empezaba a caer, en mi aforo interno me resistía a
abandonar la zona. Antes de iniciar el descenso, decidí tomar unas últimas
fotos, y esta fue una de ellas. La vanidad apunto estuvo de costarme la cámara,
pues aunque solo usé un tramo de las patas del trípode, una racha de viento lo
tumbó y la cámara pegó un testarazo
contra el pétreo suelo. El resistente cuerpo de la EOS 50 absorbió el golpe sin
que se dañara ningún mecanismo, demostrándome que hice bien en adquirirla por
su comprobada resistencia al polvo, a las salpicaduras… y a los golpes.
Así fue mi día de ayer, corto,
pero intenso, seis horas de pateo por un paisaje pétreo del kárstico que me
dejaron los huesos molidos, pero la mente despejada, y con el agradable sabor
de boca que te deja esa sensación de libertad inexplicable que te confiere
autonomía sin límites y te desprovee de miedos y necesidades a las que nos
aferramos por puro costumbrismo.
Ayer me tomé la libertad de
sentirme libre, y lo mejor de todo, sé que me la podré tomar cada vez que
quiera, por tiempo que pase, porque el paso del tiempo no supone barrera para
ese anhelo por mayor que te vayas haciendo.
miércoles, 5 de diciembre de 2012
LA MAQUINILLA AMPUTADORA
Cada vez que veo una de estas,
recuerdo aquel día de hace ya más de diez años. Estaba trabajando en el puerto
pesquero de Bonanza, era medio día y el cielo estaba plomizo. Los rederos se
empleaban en remendar sus artes y los marineros en arranchar sus embarcaciones.
En algunas estaban realizando labores de mantenimiento, y fue en una de ellas en donde se produjo la tragedia en la que
involuntariamente me vi implicado.
Estaba yo a lo mío, a unos 50
metros del cantil del muelle, a la altura del surtidor de gasóleo marino, cuando
escuché un griterío y vi a un montón de personas corriendo hacia una de las embarcaciones,
pero al tiempo que llegaban, se echaban hacia detrás, algunas tapándose los
ojos con las manos.
Me dirigí hacia el lugar,
abriéndome paso entre el corro que formaron los que allí estaban, y pude ver en
el centro a un hombre que caminaba tambaleándose y sujetándose la mano derecha
que chorreaba sangre. Sorprendentemente, ninguno de aquellos curtidos tipos se
decidió a acercarse al hombre, quizá impresionados por la escena, así que
decidí tomar cartas en el asunto, constatando la gravedad de las lesiones que
sufría.
Los dedos índice, medio, anular y
meñique de su mano derecha, colgaban semiseccionados a la altura de los nudillos y chorreaba sangre a más no poder. Le sujeté
la mano, se la envolví en un pañuelo y se la mantuve en alto mientras lo
recosté en unas redes. La gente miraba sin reaccionar, tipos curtidos por el
mar bloqueados ante la visión de la sangre humana, así que tuve que meterle un bocinazo
a la peña para que reaccionaran y llamaran a los de emergencias.
Entre tanto llegaban, conversé
con el pobre pescador que me preguntaba cómo tenía la mano, porque no se
atrevía ni a mirar, a lo que yo le respondía con calma y quitándole importancia
al asunto, que no se preocupara, que los dedos podían reimplantarse. Pero yo
sabía que no iba a ser posible porque no se trataba de una amputación por un
corte limpio, sino por aplastamiento.
Le pregunté que cómo había
sucedido, y me contó que estaban montando una de estas maquinillas de arrastre
en su pesquero. Obviamente en su estado no pudo darme muchos detalles de lo que
sucedió, pero después me enteré de que estaban intentando encajarla en unos
pernos con ayuda de una grúa, que tuvieron problemas y por alguna razón
decidieron calzar la maquinilla para soltar los cables y colocarlos de otro
modo. Al hacer la operación, el hombre metió la mano debajo para zafar una de
las bragas justo en el instante en el
que se soltó uno de los calzos, aprisionando la maquinilla su mano. Finalmente
llegó una ambulancia al puerto y se lo llevaron a Sanlúcar de Barrameda donde
debido a la gravedad de las heridas fue evacuado en helicóptero hasta el
hospital de Jerez.
Al cabo de una semana el hombre
regresó y al verme, se acercó a darme las gracias. Como ya supuse, tuvieron que
amputarle los cuatro dedos sin posibilidad de reimplante. Le pregunté que qué hacía
por el muelle recién intervenido, y me dijo que la mar no espera, que había que
comer, y que para comer había que acabar de montar la puta maquinilla… con dos
cojones.
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