EL TROPEZÓN DE LA REINA.
Descendió la reina de su carroza
real, de su coche blindado, o como se diga ahora, y enseguida se entregó al
populacho pro monárquico que se desparramaba en halagos para su majestad, qué
guapa eres, viva la reina, morimos por ti y esas cosas.
Su realeza estaba tan centrada en
corresponder a sus lacayos, que no reparó en un traicionero bordillo,
probablemente republicano, que pudo haberla llevado a la tesitura de romperse
los piños reales, lo que hubiera sido un real escándalo.
La reina no podía tolerar
semejante descuido por parte de sus escoltas. Vale que tuviera que estar
pendiente de dónde pisaba cuando era plebeya, pero ahora es la reina,
cagüendios, y no puede centrarse en asuntos banales. Así que pilló por banda a
un escolta despistado al que llamaremos Manolo y le dijo en su real tono; “No
me has avisado del escalón, casi me mato”
Y es que los escoltas de hoy solo
piensan en tocarse los güevos, en particular, el tal Manolo. Manolo creía que
con estar preparado para recibir un balazo o una puñalá trapera para proteger a
la reina, bastaba, pero qué cojones. Manolo tendría que haber advertido también
la amenazadora presencia del bordillo republicano, o quizá anarquista, y haberse
tirado en plancha para procurar amortiguar el cebollazo real de su majestad la
reina. ¿En qué pensabas Manolo?
Lo que no captaron las imágenes,
fue lo que pasó después, ya de vuelta en la Zarzuela. El escolta Manolo,
abochornado, invadido por la vergüenza, tiró de honor para remediar el asunto
en plan bushido. Sisó de la cocina real un
cuchillo de trinchar pollos reales, se arrodilló, y se desentrañó, o como decimos
por el sur, se metió un tajaso en la tripa, según el ritual del seppuku o
harakiri. Le faltó que le cortaran la cabeza, pero no había nadie que se
prestara a ello, aunque antes de diñarla, lanzó un solemne viasspaña y viva la
reina, que te cagas.
A la reina no le hizo real gracia
que el tal Manolo desparramara sus plebeyas tripas en la sala de visitas, qué
ordinariez, así que bronqueó al cocinero
por el descuide del cuchillo, y a los limpiadores reales, por no haber estado
prestos a recoger la casquería del escolta, a tiempo de evitar que se manchara
la alfombra de la Real Fábrica de Tapices. Manda cojones reales el asunto.
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