TONTOS DEL PEDAL.
Madrugué para acercarme a la
Laguna de Medina con la idea de fotografiar pájaros. Cuando llegué al
observatorio habilitado en la zona sur del humedal, había un chaval de unos veinte
y pocos, con una cara de erasmus que no podía con ella. Tenía montada una
pequeña tienda de campaña dentro de la casamata, y tomaba notas en una libreta,
supongo que de las observaciones de aves que estaba haciendo, a juzgar por la
tienda, desde el día anterior.
El probable estudiante de
biología me saludó tímidamente en inglés. Yo le correspondí en el mismo idioma,
casi susurrando, como si estuviéramos en misa. A partir de ahí, nos dedicamos a
lo nuestro en completo silencio, él haciendo anotaciones, y yo disparando fotos
en modo tiro a tiro, para no formar demasiada escandalera.
Lo único que se escuchaba en la
zona eran los sonidos que emitía la impresionante variedad avícola que
albergaba la laguna; flamencos rosados y comunes, fochas, patos de cabeza roja,
patos de otra variedad, cigüeñuelas, avefrías… Un espectáculo. Disfrutábamos de
aquello en completo silencio, absortos, cada cual a lo suyo y a su modo. Hasta que
por el oeste, un grupo de ánades que nadaba plácidamente, pegó un voletío en
modo estampida. Algo les asustó.
Al poco, supimos cuál fue la
causa de la estampida. Un frenazo de bicicleta, un derrape en la grava, unas
voces, unos pasos ruidosos por la pasarela de madera, cloc, cloc, cloc… Dos
tontos del pedal, vestidos de pez payaso, irrumpieron en el puesto de
observación, pisando fuerte con sus zapatos de ciclista, de esos con enganches
automáticos, cloc, cloc, cloc…
Buenos días dijo el primero, como
si se dirigiera a la audiencia de un concierto de Estopa. Con el vozarrón, y
delatando su posición con el maillot de colores chillones, generó otra
estampida de las aves que estaban en las inmediaciones del observatorio. Buenos
días le respondí en voz deliberadamente baja, mirándolo de arriba abajo para
que se diese cuenta de que estaba jodiendo la marrana. El tipo tenía una
prominente panza que amenazaba con reventar la malla. Daba una imagen grotesca,
la antítesis de un deportista, una auténtica caricatura.
El segundo era más delgado, pero
tenía pinta de beberse incluso gasolina del coche… otro “referente” de
deportista. Éste reparó en la estampida que provocaron y en la consiguiente
putada que nos hicieron con su irrupción, y sin modular la voz, le dijo al
colega; “Pisha, hemo espantao a lo pájaro, hay que ve cohone...” Y los pocos
pájaros que quedaban en los alrededores, se fueron también.
No pude resistirme, os lo juro
por mis muertos. Aunque esbozando una sonrisa, tirando a cínica, eso sí, les
dije que a algunos ciclistas habría que cortarles los huevos. El panzón se echó
a reír y apuntilló, “cortarle lo huevo por la cabesa”. Por lo menos, respondí.
El erasmus no entendía nada,
salvo que tenía que dar por concluidas sus observaciones. Lo miré
condescendiente como diciéndole, this is Spain, phisa, aunque no sé si lo
captó. Los tontos del pedal se fueron enseguida, cloc, cloc, cloc. Total, lo que
había que ver lo habían espantado. El chaval desmontó la tienda, recogió sus
tiestos, los acopló a su bicicleta, y tras despedirse de mí con un educado “good
day” se marchó resignado.
Opté por quedarme un rato más,
aunque fuera por disfrutar del silencio. Me pregunté si no había campo
suficiente, o carriles de sobra, como para que los tontos del pedal pudieran
circular sin incordiar a los demás. Se han propagado como la peste. Son peores
que el coronavirus de los cojones. Están en las carreteras, en los carriles, en
las aceras, campo a través, e incluso en los puestos de observación de los
humedales… ya no tenemos dónde escondernos de ellos. Eso sí, que les respeten
el metro y medio, pobrecitos.
Finalmente, reestablecida la
calma, se acercaron unas cigüeñuelas, algunos flamencos, y una preciosa avefría
europea, de los que pude dar buena cuenta con la cámara. La foto que adjunto, es
la cara de cabrón que se me quedó tras la irrupción de los tontos del pedal. La
madre que los parió.