Según la ministra de Defensa, no es lo mismo malversar con
ánimo de lucro personal que hacerlo para, léase entre líneas, la causa
independentista o sostener la maquinaria clientelar del PSOE.
Del mismo modo, no debe ser igual atracar un banco para
lucro propio, que atracarlo para donar el dinero al club de fútbol de alevines
de tu barrio. Así que, entrenadores de alevines desesperados, ya sabéis.
Pero lo que más me llama la atención es eso de la “remodelación
quirúrgica” del delito de malversación, hablando en plata, justicia a la carta
para los privilegiados. Y por estos detalles, cuanto menos chocantes, me
pregunto dónde queda eso de que en España todos somos iguales ante la ley. Y
dónde queda eso de la separación de poderes. Y dónde queda eso de que esto es
una democracia. Me pregunto qué coño tiene esto de progresista.
Y así, a lo tonto, gracias al ingenio descarado de esta legión
del despropósito, tendremos incluso a pederastas que acabarán puestos en libertad
antes de tiempo, como resultado de la aplicación de la ley de nuevo cuño
implementada por la más lista de todes, la ley del “solo sí es sí” aunque tenga
10 años y la engatusen con golosinas.
Y mientras, el sistema sanitario hecho unos zorros con la
connivencia del resto de la tropa política, que puestos a apelar a monsieur Guillotin,
no iba a quedar títere con tête en el Hemiciclo. Ya podían “malversar” para
pagar sueldos dignos a los sanitarios y cubrir adecuadamente las plazas
necesarias, que se agilicen los asuntos quirúrgicos que salvan vidas, y no el
culo de los malversadores de la política. Pero va a ser que no, sobre todo
mientras las papeletas alimenten las urnas de esta basura de partidocracia.
Me voy a la embajada de Noruega a pedir asilo político por
estas majaderías, a ver si cuela, y para convencerlos de mi disposición a
integrarme en sus costumbres, me comeré un plato de esos que apesta para todos
sus muertos, el sustotrömming o como cohone se diga. Seguro que me sienta mejor
que tanta indigestión política.
martes, 15 de noviembre de 2022
REMODELACIONES QUIRÚRGICAS Y OTRAS MIERDAS.
martes, 8 de noviembre de 2022
JUZGANDO AL CAMARERO
Cada vez me
gusta menos ir de restaurantes o de bares. De hecho, apenas voy porque entre
otras cosas, me da una pereza tremenda tener que gestionar tanta tontería,
pamplinas como comprobar que un bar de tapas de toda la vida se haya convertido
en un gastrobar, lo cual me produce gastritis psicológica.
Hoy fuimos a
comer a un asador, que dentro de lo que cabe, aún conserva su esencia en cuanto
a materia prima se refiere, de manera que sabíamos que en ese aspecto no nos
iban a defraudar. Pero he aquí que llegó el camarero y se puso en modo servil
extremo, como si estuviese atendiendo a la realeza del Buckinham Palace.
El camarero,
que se presentó con su nombre de pila, no una, sino dos veces, comenzó con las
putas recomendaciones, dos horas recomendando cuando hacía hora y 55 minutos
que ya sabíamos lo que íbamos a pedir, pues a fin de cuenta la carta la leímos
de pe a pa, que pare eso está. Pero por ser educados con el buen hombre, lo
dejamos correr. Cuando terminó y le transmitimos nuestra decisión, nos contó la
vida del chuletón de vaca de Cornualles, descendiente de una estirpe bretona
que acabó echando raíces en Conil de la Frontera, o algo así. Menos mal que no
pedimos vino, porque lo mismo nos cuenta la historia de la puta bodega y
todavía estamos allí.
Una vez nos
trajo la comanda, se pasó como cinco veces por nuestra mesa para preguntar cómo
estaba todo, que por estar, estaba de puta madre. Pero ya me estaban poniendo
nervioso tantas atenciones y tanta demanda de aprobación.
Mas, luego
empecé a comprender de qué iba la cosa. Miré a mi alrededor y vi a la chusma de
toda la vida metiendo las narices en las copas que se estaban cepillando, así
en plan enólogo profesional, y el camarero acojonao a la espera del visto
bueno. Y otros pidiendo el chuletón al punto, para luego sentenciar que estaba
algo crudo para su gusto, que se lo pasaran más, al límite de la carbonización.
Los hideputas.
Como he
referido, el camarero se presentó con su nombre, y al terminar de comer, nos
dio la clave de todo, una tarjeta del local en el que se reseñaba el nombre y
apellido del camarero que nos atendió. Éste nos pidió por favor, que entráramos
en el PollasAdvisor para indicar nuestro grado de satisfacción con la atención
prestada por el camarero en cuestión. Casi en modo súplica, nos insistió porque
decía que su jefe se fijaba en esas observaciones de las que dependía la supervivencia
en el puesto.
Así trabajan
estas pobres criaturas, como cortesanos para, en muchos casos, contentar a una
panda de analfabetos metidos a gourmets y enólogos de fin de semana, de cuyo
dudoso juicio depende que perdonen la vida al pobre camarero, o lo echen a los
leones. Así, a golpe de like y emoticono, que es más cómodo que rellenar una
hoja de reclamaciones de puño y letra y sin faltas de ortografía.
Lo vi tan
tenso al pobre hombre, que le estreché la mano y le dije que todo había sido
estupendo, que vaya estrés al que están sometidos en estos tiempos tan absurdos
en el que el destino de un trabajador depende de la valoración de unos ineptos
en el PollasAdvisor, que si se levantan con el pie izquierdo, les buscan la
ruina. Su compañero, el que nos cobró, me dio la razón y nos dijo que echaba de
menos los tiempos en que las comandas se apuntaban con tiza sobre la barra. Oye,
y yo también.