A VUELTAS CON EL CICLISMO. UN
SEÑOR DIGNO.
El levantito estaba gracioso
cuando llegué al muelle del Trocadero de Puerto Real. Paré mis cinco minutos de
rigor para otear la bahía, y después emprendí el regreso a El Puerto con el
viento a favor, cuanto menos, no en contra.
Fue por los Toruños cuando me
crucé con él, que sí llevaba el viento en contra. Vestía camisa azul, pantalón largo
de tela gris, unos zapatos de deporte del montón, y una gorra azul. La bicicleta,
una vieja Orbea, al menos tan vieja como él, que rondaba los sesenta. Llevaba
una caja de frutas en el trasportín trasero, y otra colocada en el manillar,
debidamente amarrada con cabuyería. En la de atrás un voluminoso paquete
envuelto con una tela, y delante, otras cosas metidas en bolsas de plástico.
Allá que iba el señor, despacio
pero sin pausa, por donde Cristo perdió las chanclas, pedalear cansino, levante
en contra, con la mirada de un soldado derrotado, pero con la dignidad de quien
ha luchado hasta agotar la munición. Apenas reparó en mí, pues bastante tenía
con el esfuerzo de llegar a saber dónde, pero yo no pude evitar fijarme en ese
señor digno. Aunque a lo mejor es un hijo de puta y se tiene bien merecido el
castigo… porque aquel hombre no pedaleaba por placer, lo tengo claro, pedaleaba
porque le ha tocado en suerte, la suerte de los malditos. Nada que ver con la
de los payasos de colorines que circulan por esos lares por puro placer, los de
las bicis de a dos mil leuros el cuadro, ruedas aparte.
Al llegar a mi casa tres cuartos
de hora después, me tomé una rubia fresca y pensé en aquel personaje. Me
pregunté por dónde iría, si habría llegado a su destino o seguiría rodeando la
bahía de Cádiz por su zona oriental. Me pregunté si tendría la suerte de poder
abrir un frigorífico para sacar un tercio de cerveza y, glon, glon, glon,
saciar la sed del mediodía después de pedalear por casa Dios. Y es que, aun no
teniendo demasiado, nos quejamos de vicio, quizá porque tenemos más de lo que
merecemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario