QUINCE AÑOS DESPUÉS…
Leo que en Madrid, una señora ha
sido encontrada muerta en su domicilio quince años después de su fallecimiento, sin que hasta hace poco,
una sobrina la echase en falta... quince años después. Este es uno de tantos
casos, que cada vez se producen con más frecuencia.
España es un país de contrastes
extraños. Por una parte, ancianos que mal viven y fallecen, olvidados en sus casas
o en asilos de mala muerte, sin que sus familiares se ocupen de ellos, ni yendo
con una vela para el entierro.
Por otro, abuelos o bisabuelos,
desaparecidos en aquella guerra ya
lejana, que son buscados por sus nietos o bisnietos, cuando algo me dice, si me
atengo a la dinámica de los tiempos que corren, que si los tuvieran vivos,
pasarían tres pueblos de ellos, salvo en contadas excepciones.
Me constan personajillos que
enarbolan, reivindicativos ellos, la bandera de sus abuelos o bisabuelos
desaparecidos en la guerra, pero que pasan de sus padres o de sus abuelos vivos.
Así de hipócritas son. Utilizan para sus fines a sus parientes desaparecidos,
obligados por la pertenencia al grupo, necesaria para llenar el vacío de sus
vidas. Necesitan remover los muertos del pasado, porque no saben construir un
futuro para ellos mismos, ni un presente mejor para sus mayores vivos. Para
este tipo de gente y para determinada izquierda, García Lorca les vale más
muerto que vivo.
En mi familia, visitábamos a
nuestros abuelos casi a diario cuando los teníamos cerca, y si estábamos fuera,
los llamábamos todas las semanas. Los llevábamos acá y allá, escuchábamos mil
veces las mismas historias que nos contaban, pero hacíamos como si la escuchásemos
por primera vez. Cuidamos de ellos cuando enfermaron, y los enterramos dignamente
y los lloramos cuando fallecieron. Nunca se sintieron solos. Por cierto, nunca
hablaban de la maldita guerra, incluido el que se chupó unos años en una prisión
franquista por sus ideas, que en todas partes cuecen habas.
¿Cuántos abuelos de hoy pueden
decir lo mismo de sus nietos? Los habrá, pero las estadísticas no hacen más que
alertar sobre la cantidad de ancianos que mueren en la más absoluta soledad, en
algunos casos permaneciendo sus cadáveres en una cama o tirados en el suelo
meses, años, o quince años, sin que nadie les echara de menos.
No digo con todo esto, que no se
busque a los desaparecidos para honrar su memoria, eso por descontado. Lo que
digo es que, puestos a priorizar, primero los vivos y después los muertos, o
ambas cosas a la vez. Que los vivos no tengan que morir en el olvido, y que
salten las alarmas quince años después, porque una sobrina cae en la cuenta,
porque el buzón está a reventar, porque una cuenta se queda sin fondos y se
suspenden los pagos, o porque en el pasillo huele a muerto.
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