El martes me vacunan. No quepo de gozo. Solo de pensar en
ello experimento una erección. En las orejas. Estoy encantadísimo de la muerte
de que me inoculen las cagadas de virus para que mi cuerpo serrano las
somatice. Además, es un puntazo que te peguen un puntazo. En el hombro, hombre.
Por si fuera poco me darán un pasaporte sanitario. Qué
ilusión. Podré viajar con él desde El Puerto de Santa María a Cádiz, pasando
por Puerto Real sin escalas. Incluso podré ir a Trebujena a ver cómo otros
comen angulas. Comerlas yo como que no. No tengo parné para eso.
Pero ¿Y el gustazo de vacunarse? Eso lo compensa todo. Home…
vacunarse no tiene parangón. No me vacuno de nada desde la mili, y eso es una
injusticia. Necesitaba una vacuna como el comer angulas.
Ya lo visualizo… ponga el hombrito hombrecito. Algodoncito
con alcohol, estocada entera hasta la bola, e inoculación del brebaje mágico.
Una experiencia religiosa.
Si estaremos mal, que ya nos ponemos cachondos aunque sea por
una vacuna.
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