QUE OS DEN.
Después de 36 años fiel a la “causa”, a pesar de haber dado
más de lo recibido, entregué la tarjeta, que fue destruida delante de mis
narices casi con desdén. Como colofón, tocó liquidar una vez más, apoquinar en
vez de recibir quizá un Rolex de imitación como premio a la fidelidad. Qué
menos. Fue un proceso frío y rutinario, ejecutado por una cara desconocida, la
nueva estrategia de empresa para no crear vínculos emocionales que compliquen las
operaciones incómodas cuando tratan con la clientela de base.
Para la élite del parné tienen tratamiento especial, las
gestiones se resuelven en un cómodo despacho VIP, no de pie frente a la caja
como en mi caso, atendido por una empleada adusta y desganada. Aquí tienes el
certificado, hasta más ver… Como el que ha comprado un cartucho de pipas en un
kiosco de otro barrio.
Hablo de una sucursal bancaria evidentemente, del SANTANDER
para más señas, el de la familia que tiene un apellido que les viene al pelo, Botín.
Con ellos, y con ella al frente, a menos dinero, más comisiones. Del orden de
ochenta y tantos euros trimestrales, más de lo que cuesta al año un seguro de
automóvil a todo riesgo. Ese dineral solo por tener domiciliada la nómina y el
pago de un par de servicios básicos, por ingresar y sacar dinero sin haber
tenido números rojos durante esos 36 años.
Recuerdo cuando las cosas iban bien, cómo intentaban
engatusarme para que “moviera el dinero” comprando sus productos. Solo caí, por
lo pesaos que fueron, abriendo un plan de pensiones cuando nadie leía la letra
pequeña. Confiaba en las caras amables que me trataban de tú como si fuese de
la familia, aunque en el fondo no me lo creyera; son un banco, no hermanitas de
la caridad. Pero había cierto trato y ciertos códigos de confianza. Mas, con el
paso del tiempo, las tornas cambiaron y descubrí que el plan de pensiones, en
vez de crecer, menguaba. Lo paralicé, y al mirar con lupa la letra pequeña, pude
leer a duras penas la palabra “variable”. Esto es, jugaban con mis ahorros. Si
salía bien ganábamos todos, ellos mucho más que yo, y si salía mal, las más,
solo perdía yo. Últimamente, con la que está cayendo, solo perdía.
Uno es gilipollas, pero hasta ciertos límites, así que acabé
buscándome un banco con menos nivel de depredación, y lo primero que hice fue
traspasar lo que me quedaba del plan de pensiones, asegurándome de que en el nuevo
me lo dejaran como renta fija. Es una mierda de renta, pero al menos me aseguro
– aunque con los bancos nada hay seguro- de que no devoran lo poco que me
dejaron las otras hienas.
Tan pronto hice el traspaso saltaron las alarmas del
SANTANDER, aú aú, y me llamaron sus esbirros. Aunque a estas alturas seas un
cliente de mierda, no deja de ser parné que se escapa por los imbornales.
- Qué
tal señor Arroyo ¿Ha dado orden de traspasar su Plan Mierdasantanter a otro
banco?
- Por
supuesto.
- ¿Y
a qué se debe?
- A
que el plan me lo están hundiendo en la miseria. Además, ustedes me cobran comisiones
por un tubo que no puedo asumir.
- Ah
¿Pero le cobramos comisiones? – dijo la hideputa, como si no lo supiera.
- Pues
sí, del orden de 340 euros al año y subiendo.
- No
podemos devolverle las comisiones cobradas, pero podemos no cobrárselas en
adelante.
- Pues llegan tarde, ya no hay vuelta atrás, no es nada personal, ya sabe… Además, el paso siguiente va a ser cancelar la cuenta, a mí no me saquean más como agradecimiento a mis 36 años de fidelidad -Con su puta madre, para mis adentros.
Y Y así ha sido. Cuenta cerrada, liquidada, finiquitada, eliminada. Que los Botín se ensañen con otros mercantes desarbolados, que éste prefiere hundirse sin arriar la bandera, a ser preso y remolcado a la guarida de esos corsarios sin escrúpulos que trabajan con la patente concedida por el Estado, que ya se ocupó de lanzar una andanada de leyes para que no podamos guardar el parné debajo de un colchón, y tengamos que tratar por cojones con estos bucaneros. Que os den BANCO DE SANTANDER.
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