CRÓNICA DE UNA
EXTINCIÓN.
Entrada la noche, leía
en la cama un libro sobre torres vigía y corsarios moriscos en el Mediterráneo,
mientras Lobita veía la tele. En estas escuché por el pasillo un trotecillo de
pies descalzos, tucutún tucutún. Pensé, Lobita corre despavorida por algo.
Efectivamente.
Estando Lobita sentada
en el sofale suplente, el que suelo ocupar yo, un grillo osó pasear por su
sofale titular como Pedro por su casa. Lobita entró en pánico, a la par que en
cólera, y llegó corriendo al dormitorio exigiéndome que capturara al intruso y
lo ejecutara sumarialmente. De mala gana aparté el libro y me levanté para
estudiar la situación sobre el terreno, más que nada para salvar la vida al
pobre grillo. Pero el grillo se ocultó en alguno de los cinco mil resquicios
del salón, y a esas horas no era plan de hacer una batida salvaje.
Me puse duro y le
dije a Lobita que no eran horas, y que además no estaba dispuesto a ejecutar al
pobre grillo, que como mucho, lo deportaría. Lobita se metió refunfuñando en la
cama, con la inquietud de que el grillo se le posase en la oreja mientras
durmiese. Le dije que ya lo buscaría por la mañana, que lo más probable era que
se fuese por donde había venido.
A la mañana
siguiente salimos a la calle. A la vuelta, me entretuve en el trastero mientras
Lobita subía a casa. Cuando subí yo, al abrir la puerta me topé con el grillo,
que apuntaba su proa hacia la salida, pero completamente inmóvil. Al agacharme
para cogerlo me llegó la tufarada a insecticida… ¡¡Lobita!! ¡¡Qué has hecho con
el pobre grillo!!
Lobita, entre
indignada y con sentimiento de culpa, me dijo con vehemencia que en la lobera
solo entran los lobillos, y que de profanar su sofale, ni mijita. Resignado,
intentando salvar al pobre grillo inextremis, pensé en sacarlo al exterior para
que se ventilase, y así lo hice lanzándolo al césped. Pero me precipité al no
caer en que probablemente no sobreviviría, y acabaría convirtiéndose en un
manjar envenenado para otras especies.
Entonces pensé. Mira
que si llega un mirlo y se come al grillo envenenado, y al mirlo envenenado se
lo come el gato cabrón del vecino que también se envenena, y el dueño del gato,
que es gilipollas, lo lanza al mar envuelto en una bandera de España fabricada
en China, y llega un cazón y se lo come, envenenándose a su vez -a saber si por
el gato o por la bandera- y al cazón lo pescan y lo llevan a la pescadería del
Mercapollas donde compramos el pescado y acabamos envenenados…
La que podríamos
haber liado a cuenta del grillo y la madre que lo parió.
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