PLATERO Y YO, A LA HOGUERA.
Influenciado por la ola de
puritanismo new age que asola el planeta, me he reconvertido en rastreador por
la causa. Desde ese instante mágico, tras ser tocado por la mano de Buda, estoy
ojo avizor. Pendiente de todo aquello que tenga el mínimo sesgo racista, o que
pueda resultar ofensivo para los seres de luz, de delicada piel, ya sean
humanos o animalitos.
Repasando con ojo crítico la
prosa poética de “Platero y yo” he descubierto signos de alarma, suficientes como
para destinar a la obra, a la purificación del fuego divino de la muerte. Me he
fijado en algunos fragmentos, dos de los cuales pongo como ejemplo a
continuación.
Del capítulo VII “El Loco”:
“Cuando, yendo a las viñas, cruzo las últimas
calles, blancas de cal con sol, los chiquillos gitanos, aceitosos y peludos,
fuera de los harapos verdes, rojos y amarillos, las tensas barrigas tostadas,
corren detrás de nosotros chillando largamente:
-¡El loco! ¡El loco! ¡El loco!”
Este fragmento es claramente ofensivo
para los integrantes de dicha etnia, por no hablar de quienes padecen alguna
enfermedad psiquiátrica. Denigra a los chiquillos, víctimas del sistema,
refiriendo peyorativamente su aspecto físico y su vestimenta de fortuna. Los
criminaliza al describirlos como acosadores y agresivos. Lo mismo sucede con el
siguiente fragmento, que resulta más infame si cabe.
Del capítulo CX “Los gitanos”:
“¡Los gitanos, Platero! ¡Ya estarán temblando los burros de la Friseta,
sintiendo a los gitanos desde los corrales bajos! (Yo estoy tranquilo por
Platero, porque para llegar a su cuadra tendrían los gitanos que saltar medio
pueblo, y además, porque Rengel el
guarda me quiere y lo quiere a él) Pero por amedrentarlo en broma, le digo,
ahuecando y poniendo negra la voz:
-¡Adentro, Platero, adentro! ¡Voy a cerrar la cancela que te van a
llevar!
Platero, seguro de que no lo robarán los gitanos, pasa, trotando, la
cancela…”
Esto ya es de traca. Este
fragmento estigmatiza claramente a la etnia gitana, describiéndola como
criminales en potencia, prueba evidente de lo xenófoba y lo cargada de
prejuicios que se revela esta obra.
También se pone de manifiesto el
maltrato animal, en este caso, el maltrato psicológico al que es sometido el
burrito plateado, por eso de meterle miedo
porque llegan los gitanos. Además, refiere la estratificación social entre
burritos. Diferencia entre burritos de clase alta como Platero, que tienen corral
propio y un guarda que los quiere, y los pobres burritos humildes que malviven
en los corrales bajos de la Friseta, a expensas de los malhechores.
Son datos suficientes como para
quemar el libro y profanar la tumba de Juan Ramón Jiménez, que aunque se exilió
por ser supuestamente republicano, en realidad debió ser un fascista encubierto
al servicio de Franco. Deberíamos exigir a la fundación Nobel, que retire con
carácter póstumo, el galardón homónimo que se otorgó a este infame escritor y poeta
xenófobo.
En cualquier caso, animo a la celebración
de una pira purificadora colectiva para la quema de libros de “Platero y yo”,
frente al cementerio parroquial de Moguer. Por supuesto, con su correspondiente
batucada yoruba, y profanación simbólica
de la imagen del autor a base de lanzamiento de tomates ecológicos y orinadas
públicas. Paz hermanas, muerte al opresor.
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