MARCEL SALIÓ A COMPRAR TABACO
Marcel debía estar demasiado aburrido confinado en ese pétreo receptáculo, por
muchas flores que le llevasen de vez en cuando. Así que arrancó la puerta y
tiró de sus huesos para ir a comprar tabaco al estanco de la plaza Jeanne
d´Albret en Salies de Béarn.
Bon soir Jean Claud, donne vu un paquet de Celtas recotés
sin filtro del otre coté de la frontiere… dijo dirigiéndose al estanquero.
Pero Jean Claud, como que no se dio por aludido. Así que
Marcel volvió a repetir la frase sustituyendo el nombre de Jean Claud por un “
tú, estanquero cabrón”… Pero nada.
Marcel cayó en la cuenta… era un difunto y la única manera
de que el estanquero notase su presencia era provocando esa sensación de
corriente de aire frío que dicen que se produce cuando el espíritu de un
difunto pasa junto a los que aun seguimos disfrutando de un corazón palpitante.
Pero en el puñetero Salies de Béarn hay tanta humedad, que el frío que
irradiaba el pobre Marcel, como que no se hacía notar, y el jodido Jean Claud
seguía sin percatarse de que su difunto ex cliente estaba allí.
Además… ¿con qué
pensaba pagar Marcel? Los muertos se van al hoyo sin dinero porque es de lo primero que se ocupan sus herederos, de
quitarles el dinero y los bienes como aves de rapiña.
En vista de que Jean no se percataba de la presencia de Marcel
y de que no tenía claro cómo iba a pagarle, decidió intentar coger, no ya el
paquete, sino un par de cartones de tabaco que se convirtieron en invisibles
para los mortales en cuanto los tocó. Gratamente sorprendido, descubrió que
podía coger cuanto desease y llevárselo a su espectro sin que nadie lo notase. Invisiblemente satisfecho, salió por la puerta
mientras escuchó exclamar a Jean Claud decir… ¡¡¡Mérde… qui sa ouvlié de fermé la porte¡¡¡
Marcel caminaba con sus cartones de tabaco por la rue de
Saint – Martín de vuelta al cimitiere para regresar a su boquete, pero pensó
que si podía coger tabaco, lo mismo podía tomarse un mojito en la Habana,
total, tenía toda la eternidad para llegar hasta allí, así que el difunto
decidió no volver a su sepulcro y se marchó a Cuba.
Al día siguiente Gerard, el sepulturero, se encontró con la
faenita de la puerta caída en el panteón de Marcel, y pensó… Otra vez los
gamberros perturbando la paz de los muertos… mon Dieu.
Lo que no sospechaba Gerard
es que el que se la había cargado había sido el difunto Marcel, que a esas horas estaba en el Tropicana bailando
un guaguancó con una tremenda mulata difunta, con el cuerpo incorrupto por el
vudú.
Cuando me muera quiero
ser como Marcel…
Buscame por la Habana cuando llegue ese momento, o me esperas o te espero...
ResponderEliminarMe gusta la idea de que sean los mismos difuntos los que se carguen sus estancias, y no los vándalos.
ResponderEliminarMe gusta cómo mezclas la supuesta negrura de la muerte con el humor.